Foto: Fátima Rodríguez

11 diciembre, 2012

02 noviembre, 2012

Literatura errante


De nuevo la primavera

Querido Alfonso:

A finales de los años sesenta en Francia se acuñó una frase —entre otras tantas de buen talante— que quiero traer a flote a propósito: “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Seguramente la conociste mucho antes que yo y advertiste que encierra una paradoja, pero, bueno, hace poco más de cien años era imposible volar y aparecieron los hermanos Wright. Hoy podría estar escribiendo estas mismas líneas y hacértelas llegar en unos segundos a través de un correo electrónico, pero tu obstinación por pensar que el permitirles reposar sobre el papel mejora la salud de las palabras, me obliga a cumplir con todo el trámite postal y continúa haciendo imposible la inmediatez de nuestra comunicación. (A veces creo compartir tu idea). 

Tu última carta me dejó un tanto intranquilo. No por tus comentarios sobre el predestinado fin del mundo, basado en distintas profecías ancestrales, sino por las líneas en las que te refieres a nuestro empeño global y colectivo (acaso inconsciente) de llegar a él. Concuerdo contigo: algo ya no funciona. Me niego a pensar en que la posición de la Tierra, el Sol y uno que otro astro tenga que ver, pero de nuevo la primavera nos ha traído la sorpresa. En Túnez, Egipto, Libia, Siria, España, Chile, llegó con cierta premura.

Hay quienes dicen que este ofuscamiento mundial mucho tiene que ver con la crisis inmobiliaria en los Estados Unidos. Se flexibilizaron los créditos pensando en obtener mayores ganancias y se generaron pérdidas incosteables. No sé qué opines, pero la situación se me antoja equivalente a como si la última idea del inventor de la soga fuera la misma horca.

Nos creamos soluciones que con el tiempo nos parecen condiciones naturales. Tal vez recuerdes que hace unos años a un presidente de ese país del Norte se le ocurrió decir que a la famosa “mano invisible” no le vendría mal un poco de pigmento. Hoy ningún físico se atrevería a señalar que las teorías de Newton eran absolutamente correctas; tampoco nadie podría negar su aportación a las ciencias exactas. La primavera mundial que inició desde hace un año puede tomarse como un origen de la crítica de otras teorías y la jubilación postmortem de sus inventores: las encuestas —otro estigma de nuestros tiempos— parecen indicar que la felicidad de una nación depende más de su cercanía al ecuador que de su propia riqueza.

Nos creamos soluciones que creemos naturales e inamovibles, aunque vayan perdiendo vigencia y funcionalidad: en un pequeño poblado de mi país han inventado una nueva herramienta de intercambio comercial. Le llaman Túmin (que considero una palabra más agradable al oído que Peso, Dólar, Euro, etc.). No me hagas mucho caso, sin embargo, su invención podría implicar la violación de la ley. Se persigue al ingenio y las alternativas.

Octavio Paz admitió que no sabía dónde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas.

Podría apostar que a estas alturas de tu lectura ya me habrás catalogado como uno del montón que critica sin proponer. Tienes razón en parte, aunque disto, por mucho, de ser un teórico. No obstante, te dejo saber aquí mis sugerencias: creatividad y humildad. La primavera nos ha empezado a hacer saber qué elementos no queremos de nuestro presente —la exclusión como condición humana, por ejemplo. Habremos de crear aquéllos que deseamos en nuestro futuro.

Una vez leí que en otro país, el cual también comparte continente con el mío, sólo que un poco más hacia el Sur, hubo un alcalde (más profesor de filosofía y menos político) que decidió poner el flujo vehicular de su ciudad a cargo de mimos y obtuvo resultados positivos, que en un auditorio universitario enseñó las nalgas, que logró devolverle un poco de tranquilidad y seguridad a su gente a través de la cultura, que se casó montado en un elefante y que intentó ser presidente de su país —recorriéndolo siempre con dos símbolos poderosos: la constitución y un lápiz amarillo, ley y educación— y casi lo logra. También renunció a su partido cuando consideró que se alejaba de sus principios. Creatividad y humildad. Quizá por eso su país es también la cuna del realismo mágico. (Otra paradoja).

La imposibilidad de las cosas es una condición temporal. Empecemos por pedir, imaginar, lo imposible. De nuevo la primavera nos ha devuelto los bríos.

Reposarán estas palabras hasta llegar a tus manos y llevarán consigo un saludo y un abrazo cariñoso.

Gibrán Domínguez



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El texto surgió en aproximadamente en abril de 2012, antes que el movimiento #YoSoy132.

01 noviembre, 2012

Breve historia de la civilización

Y nos cansamos de andar vagando por los bosques y las orillas de los ríos.

Y nos fuimos quedando. Inventamos las aldeas y la vida en comunidad, convertimos el hueso en aguja y la púa en arpón, las herramientas nos prolongaron la mano y el mango multiplicó la fuerza del hacha, de la azada y del cuchillo.

Cultivamos el arroz, la cebada, el trigo y el maíz, y encerramos en corrales las ovejas y las cabras, y aprendimos a guardar granos en los almacenes, para no morir de hambre en los malos tiempos.

Y en los campos labrados fuimos devotos de las diosas de la fecundidad, mujeres de vastas caderas y tetas generosas, pero con el paso del tiempo ellas fueron desplazadas por los dioses machos de la guerra. Y cantamos himnos de alabanza a la gloria de los reyes, los jefes guerreros y los altos sacerdotes.

Y descubrimos las palabras tuyo y mío y la tierra tuvo dueño y la mujer fue propiedad del hombre y el padre propietario de los hijos.


Muy atrás habían quedado los tiempos en que andábamos a la deriva, sin casa ni destino.

Los resultados de la civilización eran sorprendentes: nuestra vida era más segura pero menos libre, y trabajábamos más horas.


Eduardo Galeano
Espejos




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Comentario: Creo que esta nueva chamba traerá un aprendizaje bien interesante. Este texto fue la bienvenida (y nos sacó de un apuro).

16 septiembre, 2012

Los zapaticos de rosa


a Mademoiselle Marie

Hay sol bueno y mar de espuma,
Y arena fina, y Pilar
Quiere salir a estrenar
Su sombrerito de pluma.

-«¡Yaya la niña divina!»
Dice el padre, y le da un beso.
-«¡Vaya mi pájaro preso
A buscarme arena fina!»

-«Yo voy con mi niña hermosa»-
Le dijo la madre buena.
«¡No te manches en la arena
Los zapaticos de rosa!»

Fueron las dos al jardín
Por la calle del laurel:
La madre cogió un clavel
Y Pilar cogió un jazmín.

Ella va de todo juego,
Con aro, balde y paleta.
El balde es color violeta;
El aro es color de fuego.

Vienen a verlas pasar:
Nadie quiere verlas ir:
La madre se echa a reir,
Y un viejo se echa a llorar.

El aire fresco despeina
A Pilar, que viene y va
Muy oronda: «Dí, mamá:
¿Tú sabes qué cosa es reina?»

Y por si vuelven de noche
De la orilla de la mar,
Para la madre y Pilar
Manda luego el padre el coche.

Está la playa muy linda:
Todo el mundo está en la playa:
Lleva espejuelos el aya
De la francesa Florinda.

Está Alberto, el militar
Que salió en la procesión
Con tricornio y con bastón,
Echando un bote a la mar.

¡Y qué mala, Magdalena,
Con tantas cintas y lazos,
A la muñeca sin brazos
Enterrándola en la arena!

Conversan allá en las sillas,
Sentadas con los señores,
Las señoras, como flores,
Debajo de las sombrillas.

Pero está con estos modos
Tan serios, muy triste el mar:
¡Lo alegre es allá, al doblar,
En la barranca de todos!

Dicen que suenan las olas
Mejor allá en la barranca,
Y que la arena es muy blanca
Donde están las niñas solas.

Pilar corre a su mamá:
-«¡Mamá, yo voy a ser buena;
Déjame ir sola a la arena:
Allá, tú me ves, allá!»

-¡«Esta niña caprichosa!
No hay tarde que no me enojes:
Anda, pero no te mojes
Los zapaticos de rosa».

Le llega a los pies la espuma:
Gritan alegres las dos:
Y se va, diciendo adiós,
La del sombrero de pluma.

¡Se va allá, donde ¡muy lejos!
Las aguas son más salobres,
Donde se sientan los pobres,
Donde se sientan los viejos!

Se fue la niña a jugar,
La espuma blanca bajó,
Y pasó el tiempo, y pasó
Un águila por el mar.

Y cuando el Sol se ponía
Detrás de un monte dorado.
Un sombrerito callado
Por las arenas venía.

Trabajaba mucho, trabajaba
Para andar; ¿qué es lo que tiene
Pilar, que anda así, que viene
Con la cabecita baja?

Bien sabe la madre hermosa
Por qué le cuesta el andar;
-«¿Y los zapatos, Pilar,
Los zapaticos de rosa?

-«¡Ah, loca! ¿en dónde estarán?
¡Dí, dónde, Pilar!» -«Señora-
Dice una mujer que llora-,
¡Están conmigo; aquí están!»

-«Yo tengo una niña enferma
Que llora en el cuarto obscuro,
Y la traigo al aire puro
A ver el Sol, y a que duerma.

«Anoche soñó, soñó
Con el cielo, y oyó un canto:
Me dió miedo, me dió espanto,
Y la traje, y se durmió.

«Con sus dos brazos menudos
Estaba como abrazando;
Y yo mirando, mirando
Sus piesecitos desnudos.

«Me llegó al cuerpo la espuma,
Alcé los ojos, y ví
Esta niña frente a mí
Con su sombrero de pluma.

«¡Se parece a los retratos
Tu niña» -dijo-. «¿Es de cera?
¿Quiere jugar? ¡Si quisiera!...
¿Y por qué está sin zapatos?

-«Mira: ¡la mano le abrasa,
Y tiene los pies tan fríos!
Oh, toma, toma los míos;
Yo tengo más en mí casa!»

«No sé bien, señora hermosa,
Lo que sucedió después:
¡Le ví a mi hijita en los pies
Los zapaticos de rosa!»

Se vió sacar los pañuelos
A una rusa y a una inglesa;
El aya de la francesa
Se quitó los espejuelos.

Abrió la madre los brazos.
Se echó Pilar en su pecho,
Y sacó el traje deshecho,
Sin adornos y sin lazos.

Todo lo quiere saber
De la enferma la señora:
¡No quiere saber que llora
De pobreza una mujer!

-«¡Si, Pilar, dáselo! Y eso
También! ¡Tu manta! ¡Tu anillo!
Y ella le dió su bolsillo:
Le dio el clavel, le dió un beso.

Vuelven calladas de noche
A su casa del jardín,
Y Pilar va en el cojín
De la derecha del coche.

Y dice una mariposa
Que vió desde su rosal
Guardados en un cristal
Los zapaticos de rosa.

José Martí


24 agosto, 2012

Trozos de trazos


Quizá la mayor “acusación” que se le podría hacer a este complejo personaje, personaje del relato y de la vida real, es la de descolocado o inoportuno. Para muestra un par de datos. Apenas comenzaba a ser famoso en México cuando emitió el sermón público que le causaría tantos problemas con la Inquisición; el sermón tendía a reforzar el orgullo criollo frente al poder de la Colonia española, pero en lugar de afianzarse en las tradiciones locales, las criticaba, con lo cual se echó en contra tanto a las autoridades imperiales como a muchos criollos. Otro ejemplo: al ser abolida la Inquisición y declararse la Independencia mexicana, Mier hubiera podido al fin dejar de ser un marginal que huye y disfrutar de los privilegios del Poder y el reconocimiento que le deparaba su cargo como representante ante el Congreso; tenía casi sesenta años (hay que pensar en lo que significaba llegar a esa edad en la época y con las condiciones precarias de su vida), pero no había aprendido o no quería aprender la lección. El día de la proclamación de Agustín de Iturbide como emperador de México, fray Servando fue liberado de la cárcel de San Juan de Ulúa (donde estaba preso ahora ya no por su enemistad con la desaparecida Inquisición, sino por simpatizar con la causa de la Independencia) y el emperador lo recibió personalmente en Tlalpan. No habían pasado tres meses y el propio Iturbide lo mandó a apresar por sus actividades anti-iturbidistas: fray Servando quedó una vez más detenido en el convento de Santo Domingo. Este fraile tiene una cualidad bastante peculiar: arreglárselas para ser siempre un perseguido, cada vez por una causa diferente. De su vida adulta, sólo pasa los últimos cuatro años sin cargar con una orden de captura en su contra.
En el margen del margen, escribe este texto desde el espacio del recuerdo, preso, quince años después de los hechos. Es excepcional el valor de estos recuerdos (de esta mirada) en su huida y peregrinación por España, Inglaterra, Italia, Francia, Portugal: “Aunque con veinticuatro años de persecución he adquirido el talento de pintar monstruos, el discurso hará ver que no hago aquí sino copiar los originales”, escribe, implacable.

Susana Rotker
Fragmento: Fray Servando: la mirada americana.


15 agosto, 2012


Hasta entonces el imperio otomano perduraba como la luz de una estrella muerta: Para mí, niño de la colonia Roma, árabes y judíos eran “turcos”. Los “turcos” no me resultaban extraños como Jim, que nació en San Francisco y hablaba sin acento los dos idiomas; o Toru, crecido en un campo de concentración para japoneses; o Peralta y Rosales. Ellos no pagaban colegiatura, estaban becados, vivían en las vecindades ruinosas de la colonia Doctores. La calzada de La Piedad, todavía no llamada avenida Cuauhtémoc, y el parque Urueta formaban la línea divisoria entre Roma y Doctores. Romita era un pueblo aparte. Allí acecha el Hombre del Costal, el gran Robachicos. Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el Hombre del Costal se queda con todo. De día es un mendigo; de noche un millonario elegantísimo gracias a la explotación de sus víctimas. El miedo de pasar en tranvía por el puente de avenida Coyoacán: sólo rieles y durmientes; abajo el río sucio de La Piedad que a veces con las lluvias se desborda.

José Emilio Pacheco
Fragmento: Las batallas en el  desierto


05 julio, 2012

Trozos de trazos


Octavio Paz, que vio tantas cosas, vio el amor y la muerte —los gemelos adversarios, les llamó— como un hecho poético rudimentario, por haberse maridado con la civilización en su nacencia, y lo cantó en versos vivos y lucientes y en ensayos que se encaprichan en el hecho con terca lucidez. En alguna página, Paz observó: “Para encontrar la unión de la sexualidad y muerte en la literatura mexicana hay que ir a López Velarde o a los poetas de mi generación; hay que ir, sobre todo, a las novelas y ficciones de Juan García Ponce y de Salvador Elizondo”.
Juan García Ponce apareció un día y desde entonces siempre estuvo allí. Nació un día en Mérida en 1932. En la segunda mitad del siglo XX animó la literatura mexicana y, al hacerlo, hizo otro tanto con la lengua hispánica y aun con la literatura universal. Dramaturgo, narrador, crítico literario y de pintura, ensayista y traductor, García Ponce recorrió el arte por sus múltiples caminos y padeció los rigores y soledades de quien se propone deliberadamente un fervor […]
Hablando de Coleridge, Borges delató que “hay hombres venerados que sospechamos sin embargo inferiores a la obra que cumplieron. Otros, en cambio, dejan obras que no pasan de sombras y proyecciones —notoriamente deformadas e infieles— de su mente riquísima”. Es el caso de Juan García Ponce.
En un intercambio verbal, un profesor de literatura, Rafael Olea, me hizo ver que mi ensayo —otro— sobre García Ponce abjuraba de la literatura crítica. Más que abjurar aludía al hecho indiscutible de que en México la crítica es todavía una idea romántica. Sin sistema ni visión. Más bien, un sistema de buenas intenciones. Adrede, releí el fárrago que centra sus intenciones en Juan García Ponce. Es una tarea ingrata e intolerable. Esa crítica promociona perogrulladas y cursilerías. Ni siquiera ensaya el absurdo. Apenas si comprueba la unidad que rige la órbita literaria de nuestro autor.
Se enumera de modo condigno la maestría del autor de La noche. Verbigracia, Christopher Domínguez Michael. En una admirable necrología titulada Las leyes de la hospitalidad. Juan García Ponce (1932-2003), Domínguez Michael nos dice: “La enfermedad dispuso que la escritura se convirtiera, para Juan García Ponce, en la vida misma, en su única vida activa”. Domínguez, como muchos otros, parece entusiasmarse más con la esclerosis que con la exploración de las invenciones. Nadie acomete sin embargo la ingeniosidad de hacer la crítica literaria de sus obras. Ha de ser un mérito muy literario estar confinado a la silla de ruedas… 
Román Cortázar Aranda
Fragmento: La escritura como ritual  (ensayo)

(Román es el de la izquierda)

26 junio, 2012

Sus botas son rusas


Sus botas son rusas y de color rojo. El rojo es el color que mejor le queda porque ella es güera. Sus ojos son azules. Se los veo de cerca desde que es mi novia. Tiene la boca como la de Brigitte Bardot, que no ha filmado aún su primera película. De grande pensaré que se parecía a Brigitte cuando era niña.

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De mi casa a la suya hago menos de cinco minutos en mi bici. Cuando se le poncha una llanta me voy a pie y aunque corro hago más tiempo. Toco el timbre y viene a abrirme la sirvienta. Falta mucho para que a las sirvientas les llamen trabajadoras domésticas. Pásale, pásale, me dice, Capullo está en su cuarto.
Llego, la veo y me alegro de que no tenga puestas sus botas rusas. Ella las usa para bailar en la escuela una danza que no es Los boteros del Volga, pero que me gusta igual. Con su diadema de listones de los mismos colores de los que adornan la orilla de su falda blanca se ve muy bonita. Las niñas anuncian con sus panderos el momento en que empiezan a saltar y a dar vueltas. Levantan las piernas y los del grupo nos damos con el codo. Las de Capullo son las que más llaman mi atención, y después sabré que la de otros compañeros. Todavía no alcanzo a comprender que es por razones genéticas y de disciplina. Su mamá es gringa, alta y bien formada, y ella nada, baila y patina desde que estaba en el kinder. Capullo salió a su mamá. Si hubiera salido a su papá, que es de Guatemala, sería chaparrita y medio gordita. Pero como él es ingeniero, Capullo es buena para las mecanizaciones. Por eso le gusta hacerme la tarea de aritmética mientras yo le escribo cartas de amor. No las lee, pues eso es lo pactado. Sólo sabe que las doblo bien y las subo a lo alto de uno de los pinos que hay en su casa para que nadie las descubra y se entere de que somos novios. Tampoco sabe que esas cartas formarán parte de mi paleolítico literario. 



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Capullo es mi novia desde el día que la acompañé hasta su casa a la salida de la escuela. Cuando camina sus cabellos rubios se mecen de atrás para adelante. No es por el peso de la mochila, sino porque ella camina así. Yo camino junto a ella y mi bici rueda junto a mí. Le digo oye quieres ser mi novia y ella dice sí. Los dos vamos en cuarto año y tenemos la misma edad. Nos tocó estar en la escuela Estatuto Jurídico. Tengo amigos que van a otras escuelas con nombres menos feos: Junípero Serra, Instituto Hidalgo, Mier y Pesado. Van a pasar muchos años antes de que yo sepa lo que significa Estatuto Jurídico. Y también otros tantos para saber que si le pusieron ese nombre fue gracias al papá de Lety, que es la novia de mi hermano Rey desde que ella la hizo de Colombina y él de Polichinela en una de las fiestas del Día de las Madres. Al papá de Lety le mandaron hacer un busto dorado y lo pusieron a la entrada de la Estatuto Jurídico. Se llama Alfonso Martínez Domínguez. También pasará tiempo para que yo llegue a enterarme de su carrera sindical y política, y más tiempo aún para conocerlo personalmente y en sus futuros puestos de regente de la ciudad de México y gobernador de Nuevo León. Ahora tiene su casa en la colonia Ciudad Jardín, cerca de la Estatuto Jurídico. Allí vive con su esposa, la señora Atala, y sus hijos, Lety y Ponchito. La señora Atala tiene un gesto al que calificaré años después de enigmático y unas piernas a las que Beto, Gerar y yo espiamos sin pensar en el noveno mandamiento: las hormonas no nos dan aún para semejantes transgresiones.
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El mismo día que nos hicimos novios, comí más rápido que nunca, tomé mi bici y me fui a jugar a la casa de Capullo. Ella ya le había dicho a su mamá que me iba a invitar y me estaba esperando para presentármela. La señora me saludó con un apretón de manos como de señor. Es muy risueña. Tiene los dientes pequeños y parejos; Capullo los tiene más grandes y no tan parejos. Vayan a jugar y más tarde vienen a merendar. Me pregunta que si me gusta el pái de manzana y le contesto que sí, como antes le había dicho a doña Ernestina, la mamá del Rirro, que yo había brincado el charco. La verdad es que nunca antes había probado el pái de manzana ni había ido a Europa, que eso quiere decir brincar el charco. 

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A Capullo y a mí nos gusta jugar al cinturón escondido. Unas veces le toca a ella esconderse y a mí buscarla, y otras yo me escondo y ella me busca. Cuando nos encontramos nos perseguimos y nos damos con el cinturón. En el futuro pensaré que este juego debió ser invención del divino marqués de Sade, pues cuando lo jugaba con mis amigos los cintarazos que nos propinábamos eran mucho más fuertes que los que nos dábamos Capullo y yo, y en el nivel simbólico no era otra cosa que repetir la amenaza típica de los padres a los hijos para castigar sus travesuras. Otras veces nos escondemos sin que nadie nos busque ni nos persiga. Todavía no estamos en la edad de tocarnos y por eso todo lo que hacemos es hablar en voz baja, como si alguien pudiera escucharnos y sorprendernos. Entonces le digo que si se pone sus botas rusas. Salimos corriendo hacia su cuarto. A ella le encanta ponérselas y a mí verla cuando se las pone. Le veo los calzones, pero como todavía no descubro el sexo no me intereso por lo que cubren. Cuando crezca sabré que mi erotismo se quedaba en una etapa pre-sexual en la que la curiosidad no pasaba de mezclarse con la estética de la que tampoco puedo ser consciente. Cuando crezca sabré también que las piernas bonitas de las mujeres han sido uno de mis tropismos más antiguos pues su aparición fue anterior a la época de Capullo. En esta época no llego a ser un personaje como los que me fascinarán después: Holden Caulfield, el adolescente de J.D. Salinger en Catcher in the Ray (El guardián entre el centeno, título producto de una desatinada traducción al español) o el Carlos de Batallas en el desierto de José Emilio Pacheco.  

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Con verle las piernas a Capullo es suficiente. Después asociaré su color y textura a una fruta que no había en los mercados a los que me llevaban mi madre o mi abuela: el níspero. En el jardín crecen varios nísperos. Son parte, desde el primero que comí, de las delicias que me esperan en la casa de Capullo.

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Hoy podaron los truenos y el laurel del jardín de su casa. En el lecho de ramas nos dejamos caer una y otra vez. En una de esas Capullo se queda tendida y yo me tiendo sobre ella y la beso. Su sudor huele a leche y a árboles. Todavía no leo El sonido y la furia, la novela de William Faulkner que más me atraerá de su obra narrativa, donde Benjy, el niño que no crece, percibe en su hermana Caddy un olor a árboles (she smells like trees). Así huele Capullo esta tarde: a árboles con leche. Cuando tenga edad suficiente pensaré que acaso la sirvienta, la mamá y el papá de Capullo pudieron llegar a vernos. Pero sabían de nuestra condición pre-sexual y no se escandalizaron por ello. En ese caso habrían tenido razón. Los nuestros, a pesar de las posiciones, los besos y nuestro pizco de precocidad eran juegos tan inocentes como los de los niños de Los juegos  prohibidos de René Clément. También me preguntaré, al momento de escribir un apunte sobre mi noviazgo con Capullo, cómo hubieran reaccionado otros padres menos sabios o más indoctrinados de los no pocos que militan en la penumbra del catolicismo regional.
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Es hora de la merienda. Cuando pruebo el pái de manzana ignoro que se convertirá en un nuevo tropismo que me habitará para siempre, y que nel mezzo del cammin di nostra vita será galvanizado por la mamá de otra novia de piernas bonitas debido a que es, además de actriz, bailarina. También esa cara señora me regalará con páis de manzana.
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Después de limpiarnos los bigotes que nos deja la leche, podemos jugar un poco más antes de la hora fijada para que Capullo haga la tarea. Hay tiempo para que se pueda quitar las botas rusas y quizás para que se las vuelva a poner.


Abraham Nuncio


Abraham Nuncio (izq.) y un colado, en la Casa del Poeta. Ciudad de México.