Foto: Fátima Rodríguez

24 agosto, 2012

Trozos de trazos


Quizá la mayor “acusación” que se le podría hacer a este complejo personaje, personaje del relato y de la vida real, es la de descolocado o inoportuno. Para muestra un par de datos. Apenas comenzaba a ser famoso en México cuando emitió el sermón público que le causaría tantos problemas con la Inquisición; el sermón tendía a reforzar el orgullo criollo frente al poder de la Colonia española, pero en lugar de afianzarse en las tradiciones locales, las criticaba, con lo cual se echó en contra tanto a las autoridades imperiales como a muchos criollos. Otro ejemplo: al ser abolida la Inquisición y declararse la Independencia mexicana, Mier hubiera podido al fin dejar de ser un marginal que huye y disfrutar de los privilegios del Poder y el reconocimiento que le deparaba su cargo como representante ante el Congreso; tenía casi sesenta años (hay que pensar en lo que significaba llegar a esa edad en la época y con las condiciones precarias de su vida), pero no había aprendido o no quería aprender la lección. El día de la proclamación de Agustín de Iturbide como emperador de México, fray Servando fue liberado de la cárcel de San Juan de Ulúa (donde estaba preso ahora ya no por su enemistad con la desaparecida Inquisición, sino por simpatizar con la causa de la Independencia) y el emperador lo recibió personalmente en Tlalpan. No habían pasado tres meses y el propio Iturbide lo mandó a apresar por sus actividades anti-iturbidistas: fray Servando quedó una vez más detenido en el convento de Santo Domingo. Este fraile tiene una cualidad bastante peculiar: arreglárselas para ser siempre un perseguido, cada vez por una causa diferente. De su vida adulta, sólo pasa los últimos cuatro años sin cargar con una orden de captura en su contra.
En el margen del margen, escribe este texto desde el espacio del recuerdo, preso, quince años después de los hechos. Es excepcional el valor de estos recuerdos (de esta mirada) en su huida y peregrinación por España, Inglaterra, Italia, Francia, Portugal: “Aunque con veinticuatro años de persecución he adquirido el talento de pintar monstruos, el discurso hará ver que no hago aquí sino copiar los originales”, escribe, implacable.

Susana Rotker
Fragmento: Fray Servando: la mirada americana.


15 agosto, 2012


Hasta entonces el imperio otomano perduraba como la luz de una estrella muerta: Para mí, niño de la colonia Roma, árabes y judíos eran “turcos”. Los “turcos” no me resultaban extraños como Jim, que nació en San Francisco y hablaba sin acento los dos idiomas; o Toru, crecido en un campo de concentración para japoneses; o Peralta y Rosales. Ellos no pagaban colegiatura, estaban becados, vivían en las vecindades ruinosas de la colonia Doctores. La calzada de La Piedad, todavía no llamada avenida Cuauhtémoc, y el parque Urueta formaban la línea divisoria entre Roma y Doctores. Romita era un pueblo aparte. Allí acecha el Hombre del Costal, el gran Robachicos. Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el Hombre del Costal se queda con todo. De día es un mendigo; de noche un millonario elegantísimo gracias a la explotación de sus víctimas. El miedo de pasar en tranvía por el puente de avenida Coyoacán: sólo rieles y durmientes; abajo el río sucio de La Piedad que a veces con las lluvias se desborda.

José Emilio Pacheco
Fragmento: Las batallas en el  desierto