Foto: Fátima Rodríguez

23 febrero, 2022

Río Subterráneo

 ”Sergio decía: ‘Quiero encontrar una cosa tersa, armónica, por donde se deslice mi alma. No estos picos, estas heridas inútiles, este caer y levantar, más alto, más bajo, chueco, casi inmóvil y vertiginoso. ¿Te das cuenta? Siento que me caigo, que me tiran, por dentro, ¿entiendes?, me tiran de mí mismo y cuando voy cayendo no puedo respirar y grito, y no sé y siento que me acuchillan, con un cuchillo verdadero, aquí. Lo llevo clavado, y caigo y quedo inmóvil, sigo cayendo, a ningún lugar, a nada. Lo peor es que no sé por qué sufro, por quién, qué hice para tener este gran remordimiento, que no es de algo que yo haya podido hacer, sino de otra cosa, y a veces me parece que lo voy a alcanzar, alcanzar a saber, a comprender por qué sufro de esta manera atroz, y cuando me empino y voy a alcanzar, y el pecho se me distiende, otra vez el golpe, la herida y vuelvo a caer, a caer. Esto se llama la angustia estoy seguro’. 

”¿Qué tiene que ver esto con la melancolía? Yo puedo entenderlo, sentir en mí la angustia de mi hermano cuando habla de la caída y sus dedos se enfrían de golpe y se quedan pegados a los míos con un sudor de agonía idéntico al sudor de mi madre aquella tarde en que le enjugué la frente y ya no lo sintió. Si la angustia y el remordimiento gratuito son la locura, todo es demasiado fácil y resulta monstruosamente injusto que Sergio sufra tanto por nada. La locura sería entonces no más que un desajuste, una tontería, una pequeña desviación de camino, apenas perceptible, porque no conduce a ninguna parte; algo así como una rápida mirada de soslayo. 


Inés Arredondo, Río subterráneo (fragmento).