Foto: Fátima Rodríguez

10 junio, 2020

De divinatione



Los indios cañaris tenían motivos para odiar al inca Atahualpa. En la guerra civil que conmovió al Perú poco antes de la llegada de Pizarro tomaron partida por Huáscar. Atahualpa los venció, arrasó sus poblados, pasó a degüello a grandes y chicos. 

Cuando los buques españoles aparecieron frente a las costas peruanas, un supremo sacerdote de los cañaris tuvo un sueño de indudable inspiración divina. En el sueño, el poderoso inca aparecía vencido, humillado, finalmente ejecutado, y los cañaris heredaban su poder y su gloria. 

Este sueño selló la alianza entre la rencorosa tribu y los acerados españoles. Desde entonces se vio a los cañaris en la vanguardia de las fuerzas de conquista.

Después que Atahualpa fue sentado en el banco del garrote en la plaza de Cajamarca, y el padre Valverde le tendió el crucifijo y lo bautizó, y un soldado apretó el torniquete que le quebró el cuello, hubo llanto entre los peruanos y risa entre los cañaris. Sus dioses cumplían el pacto. 

En 1536 dos mil indios cañaris encabezaron el temerario asalto a la fortaleza de Sacsahuamán, que puso fin al sitio del Cuzco por la parte del inca Manco II.

La inquina no cesó siquiera entonces. Los cuzqueños se retiraron a su misteriosos nuevo imperio de Vilcabamba y durante treinta y cinco años guerrearon contra los españoles. En cada una de esas escaramuzas, los cañaris siguieron fieles al sueño del sacerdote y al designio divino.

En 1572 el nuevo imperio se derrumbó. El último inca, Tupac Amarú, entró encadenado en Cuzco. La suya fue la postrera gran ejecución de la conquista. Cuatrocientos indios cañaris lo escoltaron hasta la Plaza Mayor donde se le permitió ver el descuartizamiento de su esposa. 

Después que el inca fue debidamente confesado y abjuró de sus culpas, su cabeza fue puesta en el tajo. A último momento alzó los ojos para mirar a su ejecutor. Era un indio cañari. La espada brilló, la cabeza rodó, y allí terminó el odio. 

El sacerdote cañari, que había profetizado tan bien, murió convencido de las bondades del cielo que le deparó aquel sueño.

No se sabe bien qué motivos impidieron el cumplimiento de la segunda parte de la profecía: por qué los cañaris no heredaron, realmente, el poder y la gloria de los incas. Es prudente atribuirlo al azar, o más bien a la confusión. Cuando las guerras terminaron, a los conquistadores les resultó cada vez más difícil distinguir a un inca de un cañari. Eran tan parecidos todos esos indios… Los cañaris gozaron así de los beneficios de la mita, la encomienda y otras instituciones civilizadoras.

Dick Ibarra Grasso, en Lenguas indígenas americanas [Buenos Aires, Nova, 1958], se pregunta con cierta perplejidad qué idioma hablaban los cañaris. Los emparienta con los peruhas y los yuncas, de los que tampoco se sabe nada.

El último cañari murió en el siglo XVIII. Se refiere que antes de morir, tuvo un sueño, que le pareció de origen divino.

Pero no lo quiso contar. 



Rodolfo Walsh