Foto: Fátima Rodríguez

19 septiembre, 2009

Desventuras en código binario

En la rutina caótica de la actualidad la eficiencia de las comunicaciones pareciera aumentar casi proporcionalmente en razón a cuanto menos nos miremos las caras. Vivimos en una época en la que el mundo está en constante contacto, asiéndose a la existencia del otro por medio de su voz o su redacción; cualidad de la contemporaneidad que ha reducido, favorablemente, distancias entre países, regiones geográficas y continentes.


En este escenario, la Internet se presenta como la protagonista de la obra.

“Conéctate, quiero preguntarte algo”, me dijo alguna vez una compañera de trabajo mientras hablábamos en su escritorio. Entendí que la jerarquía de la pregunta era tal que debía de ser hecha por messenger. “Uno se siente aislado” se quejaba Efra por aparte, cuando acababa de mudarse de casa, no porque ninguna de las vecinas no le hubiese dado la bienvenida regalándole un pay de manzana o porque la nueva colonia se encontrara demasiado alejada de la civilización, más bien se refería al hecho de no contar, entonces, con una conexión hogareña a Internet. Se encontraba sitiado virtualmente.

Sin embargo, la world wide web, como anexo a las formas de relaciones humanas, no se exenta de los vicios o defectos de las mismas. La Internet también se ve envuelta en el entramado de relaciones en donde muchos tienen mucho que contar y pocos, ganas de escuchar; con la diferencia de que proporciona mayor cantidad de posibilidades para decir todo aquello que se quiere en un espacio con pocos receptores humanos. Se entra a una gigantesca cueva para gritar y no se escucha el eco. Parte de este fenómeno es conocido como daily me, que contextualizado al español podría entenderse en algo así como “ego diario”. Blogs, videos en youtube, sitios para subir fotos (Sartori no se equivoca), entre otros, pueden considerarse al respecto.

A pesar de ello, parecen persistir aún más aquéllos cibernautas que prefieren adoptar una actitud alfonsina de síntesis ante las mareas de caracteres o kilobytes. Uno puede ver entonces nicknames convertidos en frases sintomáticas, citas literarias (muchas de mala calidad), planes de vida, verdades absolutas o mensajes subliminales.

“Es una forma de atacar” me explicaba Natalia mientras narraba la serie de desventuras en código binario por las que pasaba su relación. El ataque de su novio en el enojo consistía en iniciar y cerrar la sesión del messenger una y otra vez casi de forma inmediata, cambiando en cada ocasión la frase de su nickname (que más bien eran indirectas) por otra diferente, de tal manera que, de entre todos los que las leyeran, sólo podría lograr entenderlas la destinataria implícita, y uno que otro enterado.

De unos meses para acá noté que en mi lista de contactos comenzaron a prevalecer los enunciados que hacían constar la religiosidad de quienes los escribían. Afirmaciones sobre la fe cristiana, bendiciones de Dios hacia los usuarios de Hotmail y algunos versículos bíblicos, de pronto fueron la constante. Los cibernautas con los que estoy en contacto habían transformado a Dios, mediante la banda ancha, en un síntoma colectivo, una moda.

Esta observación se la comenté a Humberto, con quien sostengo cierto grado de comunicación virtual con tintes metafísicos, pues logro conversar con él –vía messenger– aún y cuando su estatus sea el de “no conectado”. “Da la impresión de que creer en Dios significa estar in” le dije, expresando mi inconformidad ante lo que me parecía una forma de banalizar un elemento que para enormes masas de personas representa una razón de vida. “Así pasa en las crisis –contestó–, la gente trata de sostenerse de lo que puede para no derrumbarse… se acuerdan de Dios”.

En la rutina caótica de una realidad en crisis, donde cada vez nos vemos menos las caras, las nuevas generaciones usan los avances tecnológicos –inconciente y colectivamente– pidiendo ser escuchados al menos en el éter, virtual o celestial. Todo en un nickname.

Un profesor de biología que tuve durante la preparatoria afirmaba con sarcasmo: “las bacterias son como Diosito: están en todas partes”. El desarrollo de la ciencia y la tecnología ha invalidado su apotegma. No he visto aún a una escherichia coli, por ejemplo, llegar por correo electrónico.



Gibrán Domínguez


12 septiembre, 2009

Para leer en forma interrogativa


Has visto,
verdaderamente has visto
la nieve, los astros, los pasos afelpados de la brisa...
Has tocado,
de verdad has tocado
el plato, el pan, la cara de esa mujer que tanto amás...
Has vivido
como un golpe en la frente,
el instante, el jadeo, la caída, la fuga...
Has sabido
con cada poro de la piel, sabido
que tus ojos, tus manos, tu sexo, tu blando corazón,
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.



Julio Cortázar
(1938)


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Tomado de: http://sehadetenidounpajaroenelaire.blogspot.com/