Foto: Fátima Rodríguez

29 agosto, 2008

Poema de amorosa raíz

Antes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos.
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Antes que luz, que sombra y que montaña

miraran levantarse las almas de sus cúspides,
primero que algo fuera flotando bajo el aire,
tiempo antes que el principio.
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Cuando aún no nacía la esperanza

ni vagaban los ángeles en su firme blancura,
cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios,
antes, antes, muy antes.
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Cuando aún no había flores en las sendas

porque las sendas no eran ni las flores estaban,
cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas,
ya éramos tú y yo.
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Alí Chumacero

25 agosto, 2008

Casa Mexicana

Denise Dresser - Casa mexicana

Reforma, 25-08-08

"Estamos lejos, muy lejos de casa. Nuestra casa está lejos, muy lejos de nosotros", canta Bruce Springsteen. Y así se siente vivir en México en estos días atribulados. Lejos del hogar y cerca de todo aquello que lo acecha. Lejos del sosiego y cerca de la ansiedad. Lejos de la paz y cerca del miedo. Siempre alertas, siempre nerviosos, siempre sospechando hasta de nuestra propia sombra. Invadidos permanentemente por el temor fundado a caminar en la calle, andar en el auto, abrir la puerta, parar a un taxi, cobrar un cheque, sacar dinero de un cajero automático, recibir la llamada de algún secuestrador, perder a un hijo, enterrar a un padre. Aristófanes definió la casa como el lugar donde los hombres prosperan, pero hoy en México, la casa colectiva se ha vuelto el lugar donde demasiados mueren. Acribillados por un narcotraficante o asaltados por un delincuente o baleados por un policía o asfixiados por un miembro de la banda "La Flor".

Ante ello, la realidad -trágica, impactante, desgarradora- es que los caseros en la clase política no saben qué hacer. O peor aún: aunque lo sepan no parecen dispuestos a asumir la responsabilidad que les corresponde. Basta con examinar la reunión reciente del Consejo Nacional de Seguridad Pública y sus secuelas. Las caras largas, los discursos solemnes, las promesas reiteradas, las declaraciones enérgicas, el mensaje de "ahora sí". Allí están los 75 compromisos contraídos incluyendo la depuración de las policías y la creación de unidades antisecuestros y la construcción de penales federales y la regulación de la telefonía móvil y una nueva ley para combatir el delito del secuestro y una nueva base de datos entre tantos más. Compromisos encomiables. Compromisos aplaudibles. Compromisos anunciados con anterioridad, reciclados una y otra vez.

Porque no importa cuántos consejos se instalen o cuántas cumbres se organicen o cuántos compromisos se enlisten o cuántos discursos se pronuncien o cuántas marchas se organicen. México continuará siendo el tipo de país convulso que es mientras los criminales no sean castigados. Y eso jamás ocurrirá mientras los íconos de la impunidad sigan habitando la casa de todos, en lugar de ser expulsados de ella. Mientras los que violan la ley permanezcan en el poder, en lugar de ser removidos de allí. Mientras los responsables de la violencia promovida desde el Estado sean convocados en vez de ser sancionados. ¿Qué credibilidad puede tener el Acuerdo por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad cuando Mario Marín lo suscribe? ¿Qué credibilidad puede tener una iniciativa para sancionar el secuestro cuando Ulises Ruiz la avala? ¿Qué credibilidad puede tener un esfuerzo por fomentar la transparencia cuando Romero Deschamps lo firma? ¿Qué posibilidad de éxito puede tener una cruzada contra el crimen enarbolada por quienes lo han perpetuado?

Ah, la raíz de todo es la impunidad, aseguran todos. "El crimen creció gracias a la impunidad", dice el Presidente. "La proliferación del crimen no puede entenderse sin el cobijo que muchos años le fue brindando la impunidad", reitera. "La frustración ciudadana apunta a la impunidad con la que actúan los delincuentes y al grado de encubrimiento o franco involucramiento que ha desplegado el crimen organizado", argumenta. Tiene razón. Pero el problema es que Felipe Calderón y muchos otros miembros de la clase política se refieren a impunidad como si no hubieran contribuido a institucionalizarla. Como si la impunidad fuera un fenómeno desvinculado de su propia actuación. Como si la culpa fuera tan sólo de ciudadanos apáticos y una sociedad que ha perdido los valores. Como si la impunidad no hubiera sido fomentada por gobernadores venales y líderes sindicales corruptos y presidentes acomodaticios. Como si los sentados en el Consejo de Seguridad la semana pasada no hubieran contribuido -desde hace décadas- a hacer de la impunidad una condición sine qua non del sistema político.

Para comprobarlo le pido a los lectores que hagan un experimento intelectual -sugerido por mi amigo, el embajador Alberto Székely- y respondan a las siguientes preguntas. ¿Qué pasaría si hechos similares a los del 2 de octubre de 1968 ocurrieran hoy en el 2008? ¿Qué ocurriría si el Ejército disparara contra civiles desarmados? ¿Cómo responderían el sistema judicial y sus instituciones? ¿Presenciaríamos a un Presidente que reconoce culpas o le permite a los militares y a Juan Camilo Mouriño evadirlas? ¿Presenciaríamos a una Suprema Corte que se erige en defensora de los derechos humanos y las garantías individuales o que las ignora como en el caso de Lydia Cacho? ¿Presenciaríamos a unas televisoras que reportan cabalmente lo ocurrido o aplauden al Presidente por actuar con la mano firme mientras celebran que "fue un día soleado"? ¿Los partidos se aprestarían a denunciar a los responsables o intentarían "blindarlos" como hace hoy el PRI con Mario Marín? ¿La impunidad inaugurada hace 40 años sería combatida por todos los niveles de gobierno o más bien los involucrados intentarían protegerse entre sí?

Éstas son preguntas relevantes porque apuntan a lo que Graham Greene llamaría the heart of the matter, "el corazón del asunto": un sistema político y un andamiaje institucional construidos sobre los cimientos de la impunidad garantizada, la complicidad compartida, la protección asegurada, la ciudadanía ignorada. Un sistema que sobrevive gracias a la inexistencia de mecanismos imprescindibles de rendición de cuentas como la reelección. Un sistema que continúa vivo a pesar de la alternancia porque en realidad jamás fue enterrado. Dado que nunca hubo un deslinde de las peores prácticas del pasado, sobreviven en el presente. Dado que nunca hubo un Estado de Derecho real, ahora resulta imposible apelar a él. Dado que nunca se diseñaron instrumentos para darle peso a la sociedad, ahora no acarrea grandes costos ignorar sus demandas o atenderlas teatralmente con la instalación de un Consejo.

Por ello el verdadero reto para el gobierno y la sociedad es entender el significado de un verdadero "hasta aquí". Y eso entrañaría ir más allá de las 75 medidas contempladas hasta ahora. Entrañaría combatir la cultura de la impunidad en los lugares donde nació y creció: en Los Pinos y en el Ejército y en el SNTE y en el SNTPRM y en la Secretaría de Gobernación y en la Quinta Colorada de Tabasco y en la gubernatura de Puebla y en las mansiones de Arturo Montiel. Porque si no somos capaces de alzar la vara -como lo exige Alejandro Martí- para medir el daño que la clase política le ha hecho a la casa mexicana, será cada vez más difícil convivir en ella.



http://www.consejomexicano.org/index.php?Denise-Dresser-Casa-mexicana

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04 agosto, 2008

La antropología de la cubeta

Operación Cubeta
Juan Villoro. 1/08/08
El Norte
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México es un país tocado por la gracia donde una cubeta se transforma en objeto de poder. Que algo tan simple adquiera tanta fuerza explica la genialidad de nuestras mentes, dispuestas a ver marcianos en el Ajusco, conspiraciones en cualquier oficina o pelos en una sopa que está a tres mesas de la nuestra.
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El mexicano es un ser con la cabeza llena de símbolos. Al enfrentar un balde en la calle distingue algo más: un talismán de soberanía. Un turista podría pensar que se trata de un objeto abandonado por descuido. Más ducho en metáforas, el mexicano entiende que representa un acto de propiedad provisional: el dueño de la cubeta domina ese trozo de nación. Los extranjeros no captan este símbolo. Por eso no podemos reconquistar Texas con cubetas.
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Es posible que el culto se remonte a la lluviosa antigüedad y las vasijas del hombre mesoamericano. La cubeta alude a la gruta del origen, cavidad esencial en las mitologías prehispánicas. Se presume que los fundadores de México-Tenochtitlan vinieron de Chicomostoc, Lugar de las Siete Cuevas. En el inconsciente colectivo -esa abstracción que no se borra con el photoshop- el receptáculo que podemos llevar a todas partes tiene que ver con el comienzo y el fin de la vida: la matriz y la urna. Además, nuestro precario ecosistema ha dependido de los altibajos del agua, que a veces inunda, a veces no llega, nunca se está quieta en forma satisfactoria. El balde providente sirve para las goteras o para acarrear agua desde la toma vecinal. Total que hay bases sólidas para una futura antropología de la cubeta.
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Esto lleva a una pregunta: ¿por qué los huacales sirven para el mismo efecto? Sin tener conexión con el agua, ni la gruta del origen, ni la matriz, ni nada que no sea contener verduras, también se usan para apropiarse de varios metros de República. Esto se debe a que los símbolos son raros; unos remiten a una compleja narrativa y otros nada más son símbolos. Pensemos en la iconografía del Metro capitalino. La estación Balderas es representada por un cañón que alude a la vecina Plaza de la Ciudadela, escenario de la Decena Trágica. En cambio, la estación Chabacano es representada por un fruto sin más historia patria que ser un chabacano. Siguiendo el ejemplo, podemos concluir que la cubeta narra muchas cosas y el huacal sólo molesta. Ambos son igual de eficaces porque en este país se discrimina a las personas, pero no a los símbolos.
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Resulta imposible luchar contra los mitos. No me propongo erradicar una creencia que comparto. Lo que me parece negativo es que unas cubetas valgan más que otras.
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Todos los mexicanos respetamos ese objeto de poder, pero no todos podemos colocarlo donde queramos (por ejemplo, no es válido sustituir una cubeta ajena por la que uno lleva en el coche). Hasta donde entiendo, hay dos maneras básicas de usufructuar la cubeta. La primera consiste en tener una casa, una oficina o un negocio y extender el título de propiedad hasta la calle. La segunda consiste en llegar de lejos con una cubeta y pactar con los poderes fácticos, que en este caso no son Televisa, Carlos Slim o la jerarquía eclesiástica, sino los representantes hiperlocales de la ley: un policía de crucero, el gallo fuerte de la cuadra, la señora que se la pasa aventando baldes de agua a la banqueta y se fija en todo. Para ejercer el cargo de Señor de la Cubeta se necesita otro símbolo: un trapo gastado hasta lo indecible. Quien compre una jerga y aspire al puesto queda descalificado. Estamos ante otro talismán sagrado: es menester que el trapo haya sufrido por nosotros; su color y su textura son los de la angustia del hombre ante el destino.
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Lo malo de las costumbres es que a veces no sabemos si siguen siendo costumbres o ya son crisis. La cubeta ritual podría desembocar en algo así. En el Distrito Federal escasean empleos y lugares de estacionamiento. El problema se resuelve en parte convirtiendo un espacio vacío en un empleo. La persona que lo administra suele ser amable y deja el pago a criterio del cliente. Sin embargo, esto se presta a abusos. No pretendo criminalizar la cubeta ni eliminar una fuente de trabajo. Trato de evitar que la tensión social llegue a una indeseable "guerra de las cubetas".
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La modalidad más abusiva de esta tradición es el recipiente que ha sido llenado de cemento y que el ciudadano común sólo puede retirar a cambio de una hernia. En tal caso, el sitio está "ocupado" hasta que llegue el único vehículo que se puede estacionar ahí y dos guardianes despejen las cubetas. El gobierno de la ciudad debería iniciar un operativo para acabar con los bloques que ocupan impunemente espacios públicos. También habría que eliminar las cubetas que sirven de chantaje comercial (sólo las retiran si compras un antecomedor de triplay en la mueblería).
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Por último, y sin perjudicar a nadie, se podrían suprimir todas las demás cubetas y asumir respetuosamente que en cada espacio disponible hay un balde imaginario. Esto acabaría con la molestia de buscar infructuosamente al dueño del objeto sagrado, bajar del coche a retirarlo y soportar los claxonazos consecuentes.
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Hay tradiciones que perduran aunque su motivo haya desaparecido: decimos "no me había caído el veinte" en una época en que no se usan veintes para hablar por teléfono.
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En respeto al mito, propongo que se quiten las cubetas, pero el chofer se dirija al cuidador con esta pregunta: "¿Es usted el de la cubeta?". Aunque no haya un balde a la vista, eso permitirá a los mexicanos del futuro decir: "Nuestros antepasados no se entendían con palabras y necesitaban colocar un objeto en el suelo; la cubeta servía para solicitar la lluvia (en agua o dinero) e impedir que alguien se estacionara sin rendir pleitesía al Señor de la Dificultad, que entonces era fundamental".
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No es una explicación muy exacta, ¿pero quién quiere que las leyendas sean precisas?