Foto: Fátima Rodríguez

09 febrero, 2014

Letras fallidas

Una historia redonda

El trazo urbano de la Ciudad de México ha sido un producto y una consecuencia de la dinámica de su población. Desde épocas prehispánicas, las vías capitalinas han provocado lo mismo asombro que pavor o admiración. “Es como un mareo de los sentidos, como un sueño de Brueghel” escribió Alfonso Reyes, en su Visión de Anáhuac, al explicar la reacción de los conquistadores en Tenochtitlan, a pesar de haber estado antes en urbes como Constantinopla y Roma.
Cuesta admitir que las “alegorías de la materia” —siguiendo con las líneas de Reyes— con frecuencia ya no cobran un calor espiritual, no obstante, llegan a generar una sensación surrealista del entorno. La admiración de la metrópoli, por ejemplo, ya no se da ante el encuentro con las avenidas y los canales de perfecto trazo, sino frente al descubrimiento del prodigio de dos calles —Río Churubusco y Plutarco Elías Calles— que se cruzan entre sí en dos puntos distintos de la ciudad.
Si la parte antigua de París está delineada a modo de una mitad de naranja, con origen en el Arc de Triomphe, el Distrito Federal se organiza en círculos concéntricos —más al estilo del infierno alighieriano— donde, acaso, la primera circunferencia interior se constituye por la calle Ámsterdam, en la colonia Condesa. El otrora hipódromo de la Hacienda de la Condesa es también punto de partida y espacio de desenvolvimiento de la última novela de Juan Villoro.
Llamadas de Ámsterdam es, en palabras del autor, una historia redonda. Sí por la calle en la que sucede; igualmente por su estructura: empieza y se extingue con una llamada telefónica. Las vidas de Juan Jesús y Nuria Benavides vuelven a tener algo que ver gracias a la fibra de vidrio, a las tarjetas telefónicas y a un heraldo —conocido común de los protagonistas— que paga y cobra las facturas del hecho de vivir en la ciudad asentada sobre el Valle de Anáhuac.
El monto apostado años atrás por Juan Jesús en una decisión en la que se jugó un futuro común con horizonte prometedor, y que vio perdido un día en la plaza de Coyoacán, parece recuperado en parte, justamente en aquella calle sobre la cual los cascos de caballos definieron la fortuna o desgracia de varias personas en épocas pasadas. En el relato, el azar, que Villoro sugiere sigue corriendo sobre este circuito capitalino, otorga a la palabra Ámsterdam un paralelismo espontáneo —algo así como el segundo piso del periférico— y genera una sensación ficticia de empate desincronizado.
Paralelismo del que están empapadas algunas frases sueltas o comunes dentro de los diálogos de la historia, que van desde un “eres como yo” que pudiera referirse a la peculiaridad personal de no saber dónde se deja un paraguas y que a la vez remite a Juan Jesús a un papel subordinado en el rol familiar que tuvo, hasta un “te oigo bien” que no precisa si concierne a la calidad del sonido de la llamada telefónica o al destino del personaje.
Como en buena parte de su obra, el autor de El testigo (2005) y De eso se trata (2008) se sigue dedicando a narrar la ciudad en la que el aire alguna vez brilló como espejo y en la que ahora los niños no usan en sus dibujos el azul para el mismo aire, sino el gris o el café celeste.
Llamadas de Ámsterdam es un relato breve, producto y consecuencia de la dinámica de la ciudad, en el que los tiempos de Nuria y Juan Jesús (un pasado incompleto y un futuro imposible) se diluyen en un paralelismo, un espejismo casi necesario, y corren en círculo sobre una pista donde en una ocasión se apostó el todo y el resto.

Villoro, Juan, Llamadas de Ámsterdam, México, Editorial Almadía, 2009.

Gibrán Domínguez


Comentario: Esta reseña y el artículo que abajo se puede leer, se publicaron en 2011 y en 2012 (según recuerdo) en la revista digital Adefesio.com. La publicación ha crecido, cambió de diseño, ha mejorado, pues, (ahora se llama Prometeus Magazine) y varios textos fueron "descolgados" de la red. Ahora los cuelgo aquí para volverlos a poner en circulación.

Letras fallidas

Eppur si muove
(#Stopsopa)

Di en Wikipedia con que en el año de 1633 Galileo Galilei fue llevado a un tribunal por afirmar, entre otras cosas, que la Tierra giraba alrededor del Sol y negar, lo que entonces se creía, que nuestro planeta era el centro del universo. Al final, se vio obligado a retractarse y a aceptar que sus ideas rozaban la herejía. Abjuró ante el tribunal, pero seguro de sus convicciones se dice que rumoró para sí “eppur si muove” (y sin embargo, se mueve).

El juicio de Galileo ha quedado en los libros y en la historia como el caso más representativo del proceso tan humano de los cambios de paradigmas. Éstos permanecen por cierto tiempo entre la gente, mientras son útiles. Después, llegan otros que los sustituyen y que en algún momento serán llevados al patíbulo como ellos llevaron a sus predecesores.

Las transiciones de un paradigma a otro nunca se han logrado sin la resistencia de quienes se ven beneficiados por la utilidad del paradigma en funciones. Galileo cedió un poco ante las autoridades de concepciones geocéntricas, con el fin de preservar una sola condición necesaria para continuar difundiendo los resultados de su trabajo: la de estar vivo. Galilei aceptó ante la cortel que sus afirmaciones sobre el espacio exterior eran incorrectas y hoy casi nadie puede aceptar ni concebir la idea de que sea el Sol el que gira en torno a la Tierra.

En 2011, cuando muchos empezábamos a salir del asombro prolongado de cómo el facebook y twitter se habían convertido en una extensión –sin espacio físico y de 24 horas– de nuestra vida, la inocente avecilla azul, acaso en su versión de angry bird, nos volvió a llevar a la sorpresa demostrándonos que podría servir de herramienta para echar abajo dictaduras decenarias, para comprobar que la indignación individual y aislada podía transformarse en colectiva y pública, por diferentes partes del mundo.

Algo de la situación actual no agrada ni funciona para muchos. Con las profecías mayas vueltas un lugar común, he escuchado a más de uno decir que nos encontramos en el proceso de salto de un paradigma a otro (social, político, económico, etcétera). Podría ser. Por lo pronto, en esta semana nos hemos enterado de la propuesta de ley SOPA (Stop Online Piracy Act) –que también habrá quien la considere un acto de un grupo que se resiste al intercambio cotidiano, masivo, global y gratuito de información y datos. Los promotores de esta ley agregan a su reclamo por el respeto de los derechos de autor, la pérdida de millones de dólares.

Las percepciones cambian. De acuerdo con el estudio The truth about youth (la verdad sobre la juventud), esta generación más que cualquier otra siente un fuerte rechazo por las fronteras: si algo es “correcto” aquí, ¿por qué habría de ser “incorrecto” allá?; y está más influenciada por las “leyes” del internet que por las de su país. La descarga gratuita de archivos definitivamente no se percibe como un acto incorrecto. La tendencia se resume con la publicación de un grupo de facebook: I wouldn’t steal a car but I would sure as hell download one if I could (yo no robaría un auto pero seguro descargaría uno, si pudiera).

En el mundo “real”, ése en el que viven los promotores del proyecto de ley SOPA, también las percepciones cambian. Una búsqueda rápida a través de Google nos hace encontrarnos con notas periodísticas de todo el mundo, en las que se informa que los bancos centrales de varios países (entre ellos México) han reforzado sus reservas adquiriendo lingotes de oro: la percepción de la fortaleza del dólar a nivel internacional ya no es la misma que hace poco más de un lustro.

Si el proyecto SOPA se convierte en Ley, probablemente se tendrá que abjurar de la idea de que la Tierra gira alrededor del Sol. Wikipedia advierte en su sitio que su proyecto de más de diez años se vería afectado por los alcances de esta ley. No se requiere de mucha preparación para darse cuenta que los artículos publicados en la enciclopedia libre (the free encyclopedia)  en ocasiones la convierten en la enciclopedia libre de contenido (the content-free enciclopedia), sin embargo, supongo que casi ninguno estaría de acuerdo en el regreso de la época de la Microsoft Encarta. Añado a este párrafo, de manera tramposa, lo que en 2007 escribiera Carlos Montemayor: “… podemos derivar, por tanto, que si el primer riesgo es la privatización del conocimiento, el segundo es la privatización de los beneficios”. Google, twitter, wikipedia, linkedin, entre otros, parecen coincidir con el escritor mexicano.

Pocos años atrás, youtube se vio obligado a restringir el audio de ciertos videos, cuando algunas empresas consideraron vulnerados sus derechos de autor. Esas mismas compañías no pudieron resistir a la seductora invitación del broadcast yourself y hoy cuentan con un canal “oficial” en el sitio que censuraron.

Hay, también, quienes reconocen que se ha abusado de los beneficios que la era informática brinda. El hábito de comprobar la confiabilidad de la información que recibimos o a la que tenemos acceso, se ha quedado tan rezagado como el Messenger.
Alguna vez escuché que hace años José Emilio Pacheco criticaba el fenómeno de lo que él llamaría la generación Xerox, compuesta por estudiantes que accedían al conocimiento por medio de copias fotostáticas de textos y no, acercándose a los propios libros. La generación actual, si bien todavía no tiene un nombre que lo relacione con una marca productora de gadgets, tampoco libraría las críticas dirigidas a la Xerox.

Aún no he podido encontrar material con el que pueda documentar que efectivamente Pacheco haya realizado esas críticas. Nadie, tampoco, cuenta con pruebas para confirmar que Galileo Galilei haya susurrado “eppur si muove”. Ma si muove.


Gibrán Domínguez





  

04 febrero, 2014

El eterno viajero

Para suplir nuestras interminables conversaciones, siempre que te ibas de viaje nos llamábamos y nos escribíamos cartas. Las hojas de papel nunca bastaban para que nos dijéramos lo que nos sucedía, a ti en un ambiente nuevo y a mí en el que conoces de sobra porque lo hicimos juntos. Por más cuidadosos que fuéramos siempre se nos olvidaba registrar algo.


Para evitar esos huecos se te ocurrió que lleváramos cada uno un diario a partir de nuestra despedida en el aeropuerto o en la estación. Ese registro siempre me ha hecho imaginar que no te has ido, por eso de una vez comienzo mis anotaciones en este cuadernito y no en una libreta, como siempre.
Los arreglos para tu viaje fueron muy complicados. Decidir qué ibas a meter en la maleta nos tomó horas, aunque mucho menos que ordenar en fólders los textos que pensabas corregir una vez más. No dispuse de un minuto libre para ir a la papelería, así que estoy usando el cuadernito que nos mandó Almudena Grandes:El lector de Julio Verne.
Me encanta, porque tiene aspecto de útil escolar, lástima que sea tan delgado. Mañana compraré una libreta gruesa (donde copiaré lo que escriba hoy) y luego otra y otra, porque tu viaje esta vez será muy largo. Por favor, tú también escribe el diario, pero no en papelitos sueltos, sin fecha, que luego tengo que ordenar como si fueran partes de un rompecabezas.
II
Parto de lo que vivimos apenas esta mañana. Por tomarnos un último café, se nos hizo tarde para ir a la estación. Pese a ser domingo, nos topamos con cuatro manifestaciones y un tráfico endemoniado. Estuvo en peligro tu mayor orgullo: jamás haber perdido un avión o un tren. Para colmo surgió otro inconveniente: todos los estacionamientos llenos. Coincidimos en que te fueras caminando a la estación para registrarte mientras yo me estacionaba. Tardé mucho en lograrlo. Cuando bajé del coche me di cuenta de que habías olvidado tu bufanda. La tomé y corrí tan rápido como me lo permitieron los zapatos de tacón alto.
Si me hubiera puesto botas quizás habría llegado a la estación antes de que te pasaran al área destinada a los viajeros. Intenté convencer a un guardia de que me permitiera pasar hasta allí para entregarte tu bufanda. Se negó. Le supliqué y hasta lo hice partícipe de tu vida (cosa que detestas), explicándole que te ibas a una ciudad que estaba a 40 bajo cero. Se estremeció como si fuera él quien iba a padecer un clima tan adverso.
Me da vergüenza confesártelo, pero odié a ese hombre sólo porque cumplía con su deber. Traté de ablandarlo llamándolo oficial, pero fue inútil. Me resigné a renunciar a nuestra despedida y al invariable intercambio de recomendaciones y promesas: Júrame que no te quedas triste. Procura dormir en el camino.Cierra muy bien la puerta. Te llamo en cuanto llegue.
Debo haber tenido una cara terrible, porque el guardia al fin me permitió pasar. Entré en el andén en el momento en que subías la escalerilla con la cabeza vuelta hacia la entrada. Sé que me viste, oí que me gritaste algo que no alcancé a entender. Supongo que repetías la promesa habitual: Te llamo en cuanto llegue.
Sentí desesperación, necesidad de abrigarte el cuello y corrí pegada a las vías, pero no alcancé el tren y mucho menos a la altura del vagón en que ibas. Te imaginé quitándote el abrigo y metiendo al maletero la mochila con el libro que quisiste llevarte, los fólders, una colección de bolígrafos bic de punto grueso y al fondo de todo la Mont Blanc de la edición Schiller que te regalé para tu cumpleaños.
Te fascinó desde que la viste anunciada en una revista y decidí comprártela en secreto. De otro modo me lo habrías prohibido, bajo el argumento de que: es demasiado cara. No gastes en mí. Por hacerte un obsequio recibí otro maravilloso: tu expresión de felicidad cuando probaste la pluma en una servilleta de papel.
Mejor no recordar tanto. Vuelvo a lo de esta mañana. Cuando el tren desapareció en la curva me eché tu bufanda sobre los hombros. Sentí la misma tranquilidad que cuando estás de viaje y me pongo tus calcetines o tu suéter que siempre huele a esa loción barata que prefieres.
III
Al salir de la estación no pude recordar en dónde había estacionado el coche. Durante el tiempo que caminé para encontrarlo se me olvidó que te habías ido y llamé a la casa para decírtelo. Claro que no obtuve respuesta. Imaginé los cuartos vacíos, silenciosos y sentí apremio de llenarlos con el rumor de mis pasos. A pesar de mi urgencia me detuve en una librería. Recorrí todos los pasillos, miré cada anaquel, me asomé a las mesas de novedades.
Mi comportamiento despertó las sospechas de los empleados y de una mujer-policía multicolor: cabello granate, párpados azules, mejillas cobrizas, labios fucsia y uñas verdes. Adiviné sus dudas para elegir esa paleta y el tiempo que le habría tomado maquillarse. Acabé por admirarla y le sonreí, pero ella siguió observándome desconfiada, lista para actuar en caso necesario.
La situación habría sido menos incómoda si le hubiera dicho a la mujer-policía que si iba de un lado a otro se debía a que estaba haciendo comparaciones entre los libros para llevarme el más grueso, el que me aloje y me acompañe durante el primer techo de tu ausencia. Después de consultar índices y hacer sumas me decidí por Los Thibault. Sus seis tomos alcanzan mil 830 páginas con letra pequeña. Tomando en cuenta que mi trabajo me deja poco tiempo libre, calculo que leer esta novela me tomará muchos meses, aunque menos de los que tardarás en regresar.
Si estuvieras aquí y te mostrara mi primera compra desde que te fuiste dirías:Este libro lo tenemos. ¿Para qué trajiste otro? Pues para no ver tus anotaciones en los márgenes, las marcas que dejaste, la ceniza de tu cigarro que cayó entre las hojas. En las circunstancias actuales, encontrarme con esas huellas me lastimaría.
IV
En cuanto abrí la puerta te grité el saludo de siempre, ya sabes cuál. Subí a tu cuarto rápido, como si estuvieras esperándome. No estabas, pero encontré la ropa que dejaste tirada, el encendedor que diste por perdido y la cachucha con que te protegías de la luz artificial para ahorrar vista, según tus propias palabras.
Luego hice lo de siempre al mediodía: bajé a la cocina para hacer café. Aunque no lo creas resulta muy difícil y requiere de cierto valor preparar una sola porción de lo que sea cuando siempre has hecho dos. Con la taza en la mano salí al patio y puse a funcionar la fuente para que subiera el rumor del agua que te recuerda el mar.
Ya casi llené el cuadernito de Almudena. Le pondré la fecha de hoy: 26 de enero. Mañana escribiré en la primera libreta de las muchas que tendré que llenar contándote mi vida hasta el día en que vuelvas. Ya sé que esta vez no será pronto. En cierta forma es mejor: me darás tiempo de cumplir con todos tus encargos, entre ellos encontrar la pluma negra con la que tenías mejor letra. Esto me recuerda otro de mis pendientes: descifrar lo que escribiste en hojas sueltas las noches anteriores a tu viaje.
Hice una pausa. Me levanté del escritorio porque reapareció frente a tu ventana el colibrí que tanto te gustaba. Si él regresó, es imposible que no regreses tú.

Cristina Pacheco.
Mar de historias. La Jornada. 2 de febrero de 2014.

03 febrero, 2014

Viajar ilustra





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Título: El amor es tan predecible o como decía José José: el amor acaba
Foto: Santiago de Querétaro, Querétaro

01 febrero, 2014

Rocola Bloggera: Erlend Øye - La Prima Estate





El nuevo año comenzó a terminarse desde su primer día. Que esta canción sea parte del soundtrack del 2014.