Foto: Fátima Rodríguez

05 junio, 2019

VI

Yo te aguardé esta noche con el ansia
de mirarte llegar, y de que luego
escucharas impávido mi ruego 
y me dieras tu fuerza y tu fragancia.

Pero quisiste darte la elegancia
de no venir, de desdeñar mi fuego,
sin saber que recibo por entrego
leche de muchos toros en mi estancia

Yo pensaba quererte en exclusiva;
gemir y sollozar bajo tu fuete,
brindarte mis pasiones rediviva.

Y a casa regresé –con tu billete–,
luego que una salubre lavativa
a los hijos ahogó de otro cadete.



Salvador Novo






08 marzo, 2019

Nostalgia

Ahora estoy de regreso.
Llevé lo que la ola, para romperse, lleva
—sal, espuma y estruendo—,
y toqué con mis manos una criatura viva;
el silencio.
 
Heme aquí suspirando
como el que ama y se acuerda y está lejos.


Rosario Castellanos

13 febrero, 2019

La niña del mar (fragmento)

Querido mar:
Hoy te escribo para decirte que transporto recuerdos tuyos
En la sangre, o más profundo.
Mar adentro de mi memoria vives y me haces vivir
De esta forma híbrida, anfibia, que me permite, 
Estando en la tierra, estar en el mar.

Estar en ti es estar en mí, volver en mí cuando me pierdo, 
Cuando no soy ni estoy y regreso para estar y ser,
Y así recorrer la playa interminable que nos une,
Respirando, sintiendo, saboreando el espíritu eterno,
Brisa que se esparce por todo mi cuerpo.

En este momento, en este lugar, está mi hogar.




Jorge Márquez

11 enero, 2019

Después del estío


 


Comprender la fortuna 
de que el suelo que pisas 
no puede ser más grande 
que los dos pies que lo cubren.

Franz Kafka
Aforismos de Zürau





Personajes:



I



Inés:La calle de enfrente se llama Invierno. Lo quiero tomar como un buen presagio, un gesto de bienvenida.
Antonio: Supongo que ya has de tener algo preparado, ¿no?
Inés: A unas cuadras de aquí hay una vieja estación de trenes, semiabandonada, y en la esquina una cantina. Te dan botana por cada cerveza que pides; y la ventana de mi cuarto es grande y deja pasar mucha luz natural: tuve que cambiar de lugar la cama y el escritorio para aprovecharla mejor.
Antonio: Van dos semanas que no hemos recibido nada tuyo, sin contar la semana en la que se te permitió no entregar nada. Hay límites, Inés, en la amistad y en el trabajo.
Inés: El país está que arde: marchas de maestros y campesinos, fosas clandestinas descubiertas por perros policías, el crecimiento trimestral del PIB que anda por debajo de lo estimado, inundaciones, videoescándalos de políticos, plagas en el café del Soconusco y hasta una pinche actriz porno que salió positivo en el examen de VIH y tiene a medio gremio tronándose los dedos. Bueno, el caso de la actriz porno sucedió en Estados Unidos, pero igual nos incumbe, así como la copia del IMSS que quieren hacer allá. 
Antonio: (En un tono más conciliador) Sabes que no nos cuesta llenar el espacio, nunca falta quien quiera participar como editorialista invitado. La gente, el público, te aprecia. Eres la que más retweets recibe a la semana y la única a la que le han enviado correspondencia perfumada y con marcas rosadas de labios impregnados en el papel. Pareciera que quieres demostrarnos que te podemos esperar para siempre.
Inés:Estuve a punto de tomar el tema de Egipto: la primavera árabe convertida en un invierno crudo. Pero ahora esta palabra representa para mí un buen augurio. No puedo llenarla de carga negativa. No ahora.

Se ilumina la totalidad del escenario.


Soledad: (Trae colgando del cuello un escapulario o un rosario muy notorio, bajo el brazo un tapete enrollado para hacer yoga). ¿Has visto mis llaves?
Inés: No.
Soledad: Estoy segura que las dejé anoche en la mesita de la entrada.
Inés: Anoche te abrí la puerta. Apenas y podías sostenerte en pie. Me despertaron tus ruidos al vomitar.
Soledad: No mames (mira con extrañeza al rostro de Inés).
Inés: ¿Qué?
Soledad: Tu lunar (señala la cara con el índice).
Inés:¿Qué?
Soledad:Ya no está.
Inés: ¡No mames! (Busca un espejo, se mira en él). Antes del viaje y la mudanza mi cuerpo, especialmente brazos, muslos y cara, se empezó a llenar de granitos que, al resecarme la piel, formaban unas manchas, unas sombras, muy notorias. “Es una reacción normal” me dijo la dermatóloga. “Es la manera de somatizar de tu organismo”. Puta madre: a todo el mundo cuando somatiza le da gastritis. Le sale salpullido en el estómago… donde no se ve; y en mí, mi piel tiene que gritar que me está llevando la chingada. ¿Ya buscaste en tu bolsa? No, la que llevaste ayer.
Soledad: Gracias (se despide).

Soledad sale, pero tras un momento regresa un poco alterada. Con cierta frecuencia se lleva una o las dos manos a la boca del estómago.

Soledad: No puedo más.
Inés: ¿Qué pasó?
Soledad: Tuve un sueño horrible… varios hombres se acercaban a mí y me quitaban a Tomás de los brazos, él era un bebé, y no pude hacer nada, nada, nada.
Inés: Chole, Chole, Tomás está bien. Hablaste con él el sábado pasado, ¿recuerdas? En unos meses acaba el semestre y lo vas a volver a ver. Voy a tener la oportunidad de conocerlo. No pasa nada.
Soledad: Estuvo espantoso (se tranquiliza y enjuga sus ojos. Silencio breve.) Podría jurar que tenías un lunar allí.
Inés: ¡Chole!
Soledad: Por esta (besa sus dedos cruzados)
Inés: Fueron las cremas que me recetó la dermatóloga para eliminar las manchas… incluso mis manchas originales.  
Soledad: Deberían inventar un ungüento así para el alma: para quitarle todas las manchas. Uy, el inventor se volvería millonario y yo dejaría de ir a mis clases de Reiki. Por cierto, ayer llamaron aquí a la casa preguntando por ti, poco después de que salieras.
Inés: No me digas, ¿Antonio?
Soledad: Sí, pero alguien además de él.
Inés: ¿Quién?
Soledad: ¿Felipe?, ¿Iván?.. Sí, Iván.
Inés: No… no lo conozco.
Soledad: Se habrá equivocado, entonces.
Inés: …¿Y tú comprarías ese ungüento?.
Soledad:¿Cuál, tú?
Inés: El que dices, el que es para el alma.
Soledad: Puta, por mayoreo. A mi edad el alma se debería llevar a la tintorería cada tercer día. Tú que escribes deberías publicar un libro que se llame así, un ungüento para el alma.
Inés: No me jodas. Para ser gurú de vitrina hace falta tener la cabeza retacada de lugares comunes o ser de esas señoras ricas que cambian su segundo apellido y que su mayor preocupación es la de aparecer con una encantadora sonrisa y sus falsas amigas en el suplemento de sociales de los diarios.
Soledad: Y con cierto interés por los mayas.
Inés: ¿Cómo dices?
Soledad: Mi instructora de yoga siempre nos platica de los mayas. Una vez me leyó mi Tzolkin: soy Mono Blanco Caminante de la Luna. Aunque es algo que no entiendo, ¿cómo el yoga siendo tan de allá, de oriente, puede mezclarse con la tradición de los mayas, siendo tan tropical? Imagínate al Dalai Lama con el penacho de Moctezuma.
Inés: La globalización, Chole, la globalización. Además, Soledad, yo no soy escritora; apenas y puedo con el encargo de una columna a la semana.
Soledad: Tomás me dijo que el libro que le comentaste para su tarea de sociología le sirvió mucho. ¿Ya te dije que te llamó Antonio?
Inés: Sí. Tengo hasta el domingo para mandar el texto y aún no he preparado nada.
Soledad: Si te ves apretada con la renta del cuarto, te puedo esperar.
Inés:Gracias, Chole. (Se abrazan).
Soledad: Pues me voy, que ya es tardísimo.

Inés: Preparé café, me encerré en el cuarto y volví a mover el escritorio, ahora frente a la ventana. Gracias a la charla con Soledad, escribí sobre la imperiosa y creciente necesidad que tiene la gente de nuestros días de asirse de un elemento muy espiritual, pero menos solemne y de resultados más inmediatos que los que da la religión. Una reacción colectiva en contra de la sociedad del consumo, que se satisface, no obstante, consumiendo: contemplamos, por eso, un boom de los cursos de yoga, de meditación tibetana, de danzas del Machu Pichu, psicomagia, alineación de los chacras,  y de las publicaciones como caldo de pollo para el alma, su tzolkin le abrirá las puertas, las siete leyes espirituales del éxito, Sócrates para enamorados, el sincrodestino y el horario de verano, eeeen fin, que terminan por provocar un desinterés aún más marcado hacia los problemas públicos. Es decir, hoy en día, por ejemplo, la creación de un nuevo impuesto para gravar la compra-venta de libros o la aprobación una reforma estructural no se debe a una desatinada política fiscal o a una decisión parlamentaria sino a un designio de la frecuencia vibratoria y a la alineación  de las estrellas (continúa escribiendo)…

Suena un teléfono móvil con una canción de Queencomo ringtone.

¿Sí, bueno?
Antonio: Hola, Inés, ¿Cómo estás?, soy Antonio. (A pesar de ser joven, Antonio viste demasiado formal para su edad, siempre de converse).
Inés: (Con fastidio) Sí, Toño, mi celular también tiene identificador de llamadas, nomás que en la pantallita apareces como “Toño”.
Antonio: Qué bueno, también bien, gracias a dios. Oye, recibí tu texto. Es bueno saber que estás de vuelta en lo tuyo. Un tema atinado, ¿eh?, muy fresco, de... actualidad.
Inés: … Ajá.
Antonio: Nunca pierdas ese ojo crítico que te caracteriza, es un valor agregado que tienes.
Inés: Gracias, Toño. No se va a publicar, ¿verdad?
Antonio:Tuvo la mala fortuna de coincidir en este número con un artículo de doña Eugenia, ya sabes que ella casi no participa en la revista y cuando lo hace el patrón le da puerta abierta, (arremedando al patrón) “sin límite de extensión”, aunque nunca pase de una cuartilla. Y esta ocasión es especial porque escribe sobre lo maravillada que está de su curso de angelología, y don Eusebio está más que encantado con el curso porque la señora pasa tanto tiempo tratándose de comunicar con sus ángeles que ya no lo molesta más en la oficina. Además, la Asociación del Tercer Milenio nos compró por dos números la contraportada completa para dar publicidad al Congreso Internacional de Ho’oponopono, que será en el museo de antropología, ¿o el regional? No recuerdo.
Inés: No me chingues, pinche Toño (comienza a rascarse el brazo con ansia).
Antonio: No te preocupes, se te va a pagar de todos modos. Yo me encargo de eso. Mira, el texto se va a publicar, solamente que lo vamos a mantener en stock, no sé, ¿qué te gusta, unos dos o tres números?
Inés: No es eso, es que ustedes siempre me salen con lo mismo. ¿Recuerdas que cuando dediqué la columna a Fray Servando r la pospusieron porque doña Eugenia escribió la crónica de su luminosa y  visita a la Basílica de Guadalupe?
Antonio: No seas exagerada, Inés, no siempre sucede así. Ocasionalmente, tal vez.
Inés: La trae contra mí y tú lo sabes. Sus artículos no valen madres. Es de esas personas que creen que por comprar café en el Starbucks están colaborando a la conservación de los osos polares. Que no mame. 
Antonio: Don Eusebio es buena persona, comprende tu situación. Ya ves, te ha pasado varias y te pagará esta participación. Además, te dio chance de no asistir a las reuniones mensuales. Todos quisiéramos gozar de ese privilegio.
Inés: Dile al Rocko que no vamos a necesitar la ilustración del Dalai Lama con penacho. 
Antonio: ¿Qué?
Inés: Ya se la había pedido para acompañar la columna. Iba a quedar cabrón. (Suspira) Bueno, tal vez sea que los astros no se alinearon a mi favor .

Antonio: Cuando Inés me avisó que había renunciado a la preparatoria privada donde daba clases de historia, me empecé a poner nervioso y las manos comenzaron a sudarme. Algo estaba pasando. Por su forma de hablar y por lo que decía en ese momento pensé que renunciaría también a la revista. No quería ni imaginar cómo se pondría el licenciado Eusebio: (arremedándolo) “a mí nadie me renuncia, soy yo quien los corre”, aunque, claro, los de Recursos Humanos recapitulan un poco y te hacen firmar la renuncia voluntaria. El licenciado es buena persona y estima mucho a Inés, a su modo; ella lo sabe, y abusa un poco de eso. Inés no renunció, sólo pidió una prórroga indefinida. El licenciado dejó entrever una leve sonrisita paternal y le dijo que ya encontraría quién se hiciera cargo de la edición y corrección de estilo de los textos que a ella le correspondían —yo—, pero que sólo le permitiría dejar la columna por una semana. No más. Estrecharon las manos y cerraron el acuerdo. Yo seguía nervioso. Bueno, la verdad es que me pongo así cada que veo que Inés. Después supe que la renuncia a la escuela y la prórroga a don Eusebio se debían a que Inés había decidido mudarse, irse de la capital. (Silencio breve) Supe también que Iván tenía mucho que ver en la decisión.

Soledad: (Trae un ejemplar de la revista en las manos y un brillante rojo entre las cejas, un bindi. Emocionada) No mames, ¿viste que van a hacer un seminario internacional de Ho’oponopono en tu tierra?
Inés: Congreso, Chole. Y sí, sí lo vi. 
Soledad: Ahora sí leí lo que escribiste. Estoy de acuerdo con lo que dices: en México enfrentamos una paradoja respecto de las energías renovables. Por un lado, el gobierno y la sociedad dicen apoyar abiertamente y respaldar cualquier esfuerzo encaminado a la generación limpia de energía, pero por otro, queremos que el país produzca cada vez más petróleo e, incluso —y aquí sí hablo de la sociedad—, queremos que se siga subsidiando la gasolina y demás combustibles fósiles... ¿Inés?, ¿qué tienes, criatura?
Inés: (Solloza, pero no rompe en llanto) I… Iván.
Soledad: Ah. Pero si está muy lejos, por eso te viniste a aquí, ¿recuerdas? Para caminar por las calles empedradas, ver los edificios coloniales, disfrutar de este aire templado que siempre da pie a tomarse un café o un chocolatito caliente, y a escribir mejor. No hay por qué ponernos así. A ver (la toma de ambas manos), repite después de mi: lo siento, perdón, gracias, te amo (Inés repite, pero sólo se escuchan murmuros). ¿Cómo? De nuevo, lo siento, perdón, gracias, te amo.
Inés: Lo siento, perdón, gracias, te amo…
Soledad: Así, nena. ¿Sientes? Tú tranquila, no pasa nada. Todo va a estar bien.

Inés rasca suavemente su brazo.

Antonio: Iván es un buen amigo. Creo. Gracias a él conseguí el trabajo en la revista. Yo estudié matemáticas y fui de los mejores promedios de la generación; mi sueño era trabajar en la NASA, pero acabé en una agencia de seguros realizando las proyecciones de mortalidad. Cuando renuncié a la aseguradora, busqué a Iván. El licenciado Eusebio es su tío y necesitaba entonces a alguien con buena ortografía y quien le llevara la agenda y quien le ayudara con las llamadas y a esquivar a su esposa. Era mejor que predecir muertes. En fin, Iván me recomendó con él. En la redacción conocí a Inés. Iván también. Luego, quiso el destino, que yo creo que no existe, que volvieran a coincidir en la universidad: en el posgrado de periodismo. (Frunce el seño) Parece que don Eusebio no sabe recomendar otro posgrado.
Soledad: Inés me mostró unas fotos. Eran una pareja taaaan linda. Hasta que tuvieron que entregar la tesis: Iván se la plagió completita a Inés, y ella lo supo por una profesora. Pudo haber impugnado ante las autoridades universitarias y ganado fácilmente, pero el desencanto fue tal que Inés quedó desarmada. Fue una traición. 
Antonio: Iván trató de buscar a Inés por un par de meses, sin embargo ella no quiso saber más de él. Todos en la redacción nos enteramos que habían tronado, pero no la razón de su quiebre. El licenciado Eusebio supo mantener la razón en secreto. Cosas de familia. De cualquier manera Iván e Inés tenían que coincidir de vez en cuando en las oficinas de la revista, al menos en las reuniones mensuales. Ella no pudo más y se decidió por mudarse de ciudad. El licenciado, que conocía la película completa, accedió a la petición de Inés de trabajar desde otra ciudad. Yo estaba nervioso y con sentimientos encontrados: ya no vería a Inés con Iván; ya no vería a Inés en ningún lado.


II

En la sala de la casa de Soledad. Entran Inés y Soledad riendo.

Inés: ¿Viste la cara que puso?
Soledad: Te quería aventar el micrófono, el vaso con agua y el personificador.
Inés: Pobre. No soportó que lo evidenciara, que lo hiciera saber que su postura de izquierda no es más que un periodismo panfletario, de un partido político. 
Soledad: Se puso el saco a la primera.
Inés:¿Y qué tal cuando citó a Gromshky? Vaya híbrido ruso-italiano. Una cosa es Gramsci y otra muy distinta Gorky. Esta gente de veras; piensa que hacer un gesto de extrañeza y llevarse una mano a la barbilla implica por sí solo un acto de intelecto.
Soledad: (suspira) Ay, Inés. Cómo me gustaría que Tomás, cuando acabe la carrera, sea como tú: apasionada con lo que hace, irreverente. Mírate, a pesar de los gritos y las pocas esperanzas que te dio el licenciado, aquí estás de nuevo, en el camino, buscándote un lugar.
Inés: No lo dijo tan en serio. Don Eusebio me quiere, pero en ocasiones peca de soberbio. En cuanto a lo que te debo, Chole, te aseguro que dentro de muy poco me estaré poniendo al corriente.
Soledad: Tengo que confesarte que de inicio yo también pensé que dejar la revista no era una buena idea.
Inés: No fue fácil. Pero bueno, life goes on, ¿no? 
Soledad: Tienes que seguir fluyendo.
Inés: … (Irónica) Eh, sí. Entre lo de hoy y la entrevista de trabajo de hace unos días, creo que me estoy volviendo a encontrar.
Soledad:¿Contigo misma?
Inés: ¿Sabes?, cuando estaba esperando a la persona que me iba a entrevistar, el calendario de la secretaria tenía mal la fecha, estaba adelantadísimo, en el 21 de diciembre. 
Soledad: Estamos en agosto.
Inés:  ¿No lo ves?
Soledad: ¿A quién?
Inés: ¡La fecha, Chole! Veintiuno de diciembre. El inicio de…  el invierno.
Soledad: Ah. Oye, pero sígueme platicando. Me dijiste que el chico que te contactó para la conferencia no estaba tan mal, ¿eh?
Inés: Feo no era (ambas gritan emocionadas). Un poco hipster, eso sí. Pero esos lentezotes hacen que no puedas dejar de mirar sus ojos grandes, castaños… y las pestañas largas  (Vuelven a gritar). Aunque…
Soledad: ¿Qué?
Inés: Es casado.
Soledad: Chingada madre.
Inés: (Trata de corregir de forma abrupta, trastabilla un poco) Pero, pero… se está divorciando. Me lo dijo. Es cuestión de una firma.
Soledad: Oh.
Inés: Y tiene una hija. Daniela.
Soledad: Ah.
Inés: Que acaba de entrar a la primaria. Lindísima ella. Pero él es interesantísimo: tiene una asociación civil que promueve el desarrollo en los barrios marginados de la ciudad. Y en el patio de su casa, que es de esas antiguas del centro, tiene un techo verde y un pequeño huerto donde cosecha sandías… Un tipo agradable.
Soledad: ¿Usa camisas floreadas?
Inés: ¿Perdón? 
Soldad: Los hombres que usan camisas de flores no me dan confianza.
Inés: Nelson Mandela usaba camisas floreadas.
Soledad: Los tipos que no tienen ninguna ascendencia genética africana o caribeña que usan camisas floreadas no son de confiar.
Inés: No, soledad. Arturo no usa camisas de flores.
Soledad: Menos mal. El diablo está en los detalles.
Inés: Cuando le informé a don Eusebio que renunciaba, que se olvidara de mi pinche columna en su pinche revista, mantuvo la respiración por un instante en el que pensé que iba a atravesar mi garganta con su abre-sobres en forma de gladio —una de esas espadas que usa Russel Crowe en El Gladiador—. Fue el mismo instante en el que me arrepentí de mi creencia de que renunciar en persona era la manera más profesional de hacerlo. Claro, decirle pinche a la revista de tu jefe, no es precisamente profesional. Pero el trabajo en eso se parece a una relación de pareja: no puedes terminarla gradualmente, poco a poco. La terminas y ya. 

Suena el timbre de la casa de Soledad.

Soledad: (Desde la segunda planta de la casa) Ineeeés, ¿puedes abrir por favor? (Inés abre,entra Antonio, con un sobre en la mano).
Inés:  ¿Toño?
Antonio: Yo estaba haciendo pipí en el baño privado de la oficina de don Eusebio. Escuché que alguien había entrado sin avisar. Reconocí de inmediato la voz de Inés, que dijo que Progreso era una puta revista de mierda. Imaginé que don Eusebio estaría entonces empuñando su abre-sobres, que tiene forma de la Espada del Augurio, ésa que usa León-O en los Thundercats, y que con él atravesaría las entrañas de Inés y la dejaría desangrar lentamente. Guardé silencio y me decidí a no salir. Yo en el lugar de Inés habría mandado mi renuncia por correo, agradeciendo la oportunidad de desarrollo laboral en la revista Progreso. Era lo más profesional que pudo haber hecho. “Está bien”, dijo el licenciado con voz templada. Le bajé al guater, me lavé las manos y salí, fingiendo estar sorprendido.
Inés: ¿Perdón?, le contesté al jefe. Enseguida vi salir a Toño de una pequeña puerta al fondo de la oficina, secándose las manos en los costados de su pantalón. Traía abierto el cierre. Supe entonces que si seguía con vida era porque el licenciado Eusebio no había querido hacer de Antonio un testigo de su crimen. “Está bien, está bien”, volvió a decir. “Como sabrá a mi nadie me ha renunciado, soy yo quien los despide. También me sorprende que se exprese de esa forma de la revista. Ustedes los jóvenes creen merecerlo todo, no tienen límites. En mis tiempos teníamos que comprar hojas de papel de manera clandestina para poder imprimir la revista. Ustedes, en cambio, no permiten que les corrijan ni las comas. Comprendo también su situación personal; ojalá la supere pronto. Que los cambios que ha emprendido sean un nuevo inicio y no un escape. Espero que no se arrepienta de esta decisión. Queda usted despedida. Sea tan amable de pasar al departamento de recursos humanos”. Allí me hicieron firmar la renuncia. Aquello de los gritos y los manotazos en el escritorio del licenciado fue invento de las secretarias. No quise desmentirlas: el crédito reforzaba la fama de Eusebio. Fue un favor en secreto, mi manera de compensar los deslices del profesionalismo.
Antonio: (Corrige a Inés) don Eusebio.
Inés: Un nuevo inicio, dijo.
Soledad: ¿Quién era, Inés?
Inés: Toño.
Soledad: ¿Es usted Antonio?
Antonio: Así es. Lo acaba de decir Inés.
Soledad: ¿Es usted Antonio porque lo dijo Inés o porque en verdad lo es?
Antonio: (Amedrentado) Yo soy… yo. Quiero decir, Antonio.
Soledad: Me queda claro. 
Inés: Toño, ¿qué haces aquí?
Antonio: ¿Puedo pasar? (Inés da el paso con un movimiento de brazo).
Inés: ¿Qué haces aquí?
Antonio: Me mandó el licenciado a entregarte el cheque de tu finiquito.
Inés: Me dijeron que estaría listo para la próxima semana.
Antonio: Se adelantó el trámite. El licenciado me pidió que te lo entregara, de mano.
Inés: ¿Los de recursos humanos apresuraron un trámite? ¿Te autorizaron viáticos para venir hasta aquí y entregar un cheque? 
Antonio: Sucede a veces. Además el licenciado consideró que lo necesitarías, por eso se decidió a enviártelo conmigo (abre el sobre y entrega a Inés una hoja, de la que desprende el cheque que está sostenido con un clip). Solamente debes de firmarme aquí. 
Inés: (Lee rápidamente y firma. Devuelve la hoja). Aquí tienes. (Ambos se miran sin saber qué decir) Pues bien, supongo que ya no tengo nada que ver con la revista. Ni les debo ni me deben.
Antonio: Creo que sí (silencio).
Inés: (Tratando de deshacer el silencio incómodo) ¿Y ya no ha vuelto a publicar Eugenia?
Antonio: ¿Sigues leyendo la revista?
Inés: ¡No!.. Sí.
Antonio: No, no ha vuelto a publicar, al menos en la revista. Creo que está trabajando en un libro. El licenciado me tiene buscando patrocinadores y contactando amigos que le deben favores para trabajar en la edición y publicación, tan pronto lo termine de escribir. La señora no se conforma con la distribución local, que su marido le ofreció pagar.
Inés: ¿Ah sí? No me imagino qué podría escribir la tipa esa… ¿Qué está escribiendo? Ya sé: una novela en la que el protagonista, un empresario millonario y buenote, se tira a todas las señoras que puede. Anda, adelántame algo. Seguro tú se lo estás corrigiendo.
Antonio: El licenciado me pidió no mencionar nada.
Inés: Ándale. Tantito.
Antonio: El libro se llamará Un bálsamo para el alma
Inés: Okey, okey, okey, me queda claro. Seguro será un éxito en los Sanborns.
Antonio: ¿Tú qué harás, Inés?
Inés: Pues, seguir. He tenido algunas entrevistas de trabajo. Algo saldrá.
Antonio: Si de repente estás en un aprieto, puedes escribir algo para la revista. Yo me haría cargo de que te lo pagaran, aunque no lo publiquen.
Inés: Gracias, Toño. Por lo pronto estiraremos el “sustancioso” finiquito hasta donde se pueda. He pensado también en concentrarme en la tesis. 
Antonio: ¿La que Iván te… plagió?
Inés: ¡Robó! Robar es, en este caso, la palabra más adecuada. Robar y traicionar. Y no, sería un tema distinto. Que por lo que veo, para que sea bien vista en estos tiempos de resurgimiento espiritual tendrá que llamarse algo así como “Habermas: del Estado Nacional a la Atlántida. Apuntes sobre el multiculturalismo”. El libro de Eugenia podría servirme de bibliografía. Por cierto, ¿cómo sabes que Iván se robó mi investigación? Pensé que además del licenciado Eusebio nadie más sabía. ¿Lo sabe Eugenia?
Antonio: Ay, Inés. Del licenciado lo sé prácticamente todo: hace un año que no coge con su esposa. Y puedes estar tranquila, doña Eugenia no tiene ni puta idea. Idolatra a Iván. 
Inés: Pues las cosas de quien vienen, ¿no?
Antonio: Supongo que sí.
Inés: Toño. No quiero ser grosera contigo pero le prometí a Soledad que la ayudaría a llenar el registro en línea para el congreso de Ho’oponopono. Hoy es el último día.
Antonio: Ya me tengo que ir de todos modos. (Se dirige a la puerta; se detiene abruptamente, se vuelve unos pasos hacia Inés). Inés.
Inés: ¿Sí?
Antonio: Yo…
Inés: Dime.
Antonio: Yo sólo quería decirte que… puedes contar conmigo para lo que necesites. 
Inés: (Interrumpiendo) Toño, Toño, gracias. En serio. De ser necesario, serás el primero a quien buscaré, dalo por hecho (se despiden con un abrazo).
Antonio: Un cuajo de sentimientos. Eso traía en ese momento. Había perdido la oportunidad de decirle a Inés lo que sentía por ella. Pinches nervios ojetes.
Inés: Lo que Toño no me dijo era que había robado el cheque de la oficina de recursos humanos, justamente después de que el licenciado lo firmó; que había tomado sin autorización una de las motos de la revista que chocó en uno de los arcos del acueducto al llegar a la ciudad y que se había quedado sin un quinto por la mordida que tuvo que darle al de tránsito para que no se lo llevara al ministerio público por atentar contra del patrimonio histórico. Un cuajo de sentimientos. Eso traía Toño en aquel momento. Tampoco lo dijo. 
Antonio:“¿No escuchas llover mi alma?”[1]. (Ella niega con la cabeza) Inés ya no tenía que ver nada con la revista, con la capital ni conmigo. 


III

Inés: El finiquito se terminó tres días después de haber recibido el primer sueldo en el nuevo empleo: sustituyo, en una universidad privada, a una profesora de comunicación que ahora se dedica a su embarazo —me ha dicho que será niño. El salario no es mucho pues trabajo medio turno, pero me brinda el tiempo suficiente para dedicarme a la tesis. De la revista y don Eusebio he dejado de tener noticias —también he dejado de buscarlas—. De Iván, nada; mejor así. El medio turno me permite también pasar más tiempo con Arturo, y Daniela ya no me mira con tan malos ojos. Arturo tiene un estudio de grabación que me parece extraordinario, con una foto de Freddie Mercury, chaqueta amarilla, mano en lo alto, que se puede ver desde cualquier parte; le presté mi voz en un par de comerciales que está preparando para una campaña publicitaria de Médicos sin Fronteras y sigue buscando la manera para que en la universidad me vuelvan a invitar a participar en una mesa redonda o, de ser posible, a impartir un taller. El único defecto que le he encontrado hasta el momento es que tarda más tiempo que yo en escoger ropa, que, obvio, no compra en las tiendas departamentales comunes: prefiere contribuir a la economía solidaria. Ah, eso y que le gustó el último disco de Coldplay. Por su parte, Chole está segura que me ha contagiado su locura pues, dice, ando de un lado a otro, de curso en curso. Me invitó a uno de meditación con cuencos de cuarzo: preferí no aceptar. La falta de tiempo fue la excusa perfecta. Ya le pagué hasta el último centavo que le debía de la renta. Me ha cuidado mucho. Ella dice que le gusta la vibra de Arturo. No sé exactamente a qué se refiera, pero me viene bien el comentario. Existe también la posibilidad de escribir una columna cada mes en una gaceta sobre política y literatura que se publica en Córdoba, Argentina. Envié mi propuesta: de obtener el visto bueno, la llamaré Aquelarre. He aprovechado también para caminar con calma y conocer un poco más el barrio, que a pesar del tiempo que he pasado aquí, seguía siendo desconocido para mí: al sur, el común denominador son los puestos de garnachas; al poniente una panadería fuera de lo común, que cierra los domingos, los días feriados y a la hora de la comida; al oriente “La nuclear”, una pulquería karaoke; la vías del tren a unas cuantas cuadras al norte: sobre ellas se desliza periódicamente una especie misteriosa y contradictoria, La Bestia. Una mañana me decidí a esperarla. Llegó y no detuvo su camino. El movimiento de sus ruedas emiten un ruido quieto, acompasado, parsimonioso y sin embargo extraño: sobra el orden. Sus viajeros bajan poco antes de llegar a la garita para no ser descubiertos y atraviesan la ciudad a pie como sombras que siguen a otras sombras, con el afán no dejar desaparecer las huellas sobre el camino.


IV

Soledad: (Atuendo blanco, cinta roja a la cintura) Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera. Nuestra especie es un solo ser, indivisible. Ometéotl, nuestro dios dos, nuestro padre y madre simultáneamente representa la dualidad eterna, imposible de fragmentar. Es una pugna constante de opuestos, pero también una danza armoniosa de complementarios. Bien y mal, noche y día, vida y muerte. Equilibrio. ¡Aho! No hay coincidencias. Los dioses a los cuales estaba dedicado el Templo Mayor, Tláloc y Huitzilopochtli; las bandos ideológicos de nuestra historia, liberales y conservadores; los chilaquiles, verdes y rojos. No existen los absolutos. Cierta cantidad de una parte está necesariamente implícita en la otra. Es como en el Ying y el Yang. Una circunferencia exacta, precisa, dividida en dos mitades no estáticas sino dinámicas. Si se observa bien, se podrá notar que dentro de la fracción oscura se encuentra a su vez una circunferencia menor, de color blanco. Y viceversa.


V

En un pequeño restaurante, adentrados ya en la charla posterior a la cena. La iluminación es tenue, preferentemente en tonos ámbar.

Arturo: ¿Pedimos el postre?
Inés: Yo no puedo.
Arturo: Anda, que a estas alturas de la cena queda de más querer hacerse de la boca chiquita.
Inés: Tengo que confesarte algo, pero necesito tener la certeza de que guardarás el secreto. 
Arturo: De mi boca no saldrá palabra. Lo juro por Freddie Mercury.
Inés: Estoy tratando de quedar bien con un chico apuesto y pedir postre puede restarle puntos a mis propósitos.
Arturo: Ya veo. Aunque podría incrementarlos. El postre quizá otorgue algo de complicidad. Algo así como un pecadillo compartido.
Inés: Preferiría que la complicidad surgiera a partir de hacer algo menos inocente que ingerir azúcares. 
Arturo: Me parece saludable tu perspectiva. Salud por eso.
Inés: Me toca ahora conocer una confesión tuya.
Arturo: Adelante. Pregunta.
Inés: ¿Puedo saber qué celebramos? ¿A qué se debe la invitación, la cena, la terraza?
Arturo: Celebramos que… te han aprobado el proyecto de tesis. “Siria y Egipto: la otra faceta de las redes sociales en la primavera árabe”.Una propuesta necesaria.
Inés: No me convences. Los proyectos generalmente te los aprueban. Falta ahora agradar a los tutores, seres infalibles de la ciencia. Intenta de nuevo.
Arturo:  Celebramos… todo. La tesis, la cena, el postre que no comimos, la terraza, los tutores, las calorías que nos ahorramos, el viento, la luna. En fin.
Inés: Cómo que está haciendo frío, ¿no?
Arturo: Debe ser por el calentamiento global; estamos a mitad de verano.
Inés: Pues yo siento frío. 
Arturo:  Mi abuela esperaba a que fuera día de San Andrés para sembrar chayotes en su huerto. Y hoy, o ya caímos de la gracia del santo o las condiciones meteorológicas se adelantan. Ahora siembra en verano. El efecto invernadero trae migraciones inesperadas y no deja de sorprendernos ¿No lo crees? (la besa). Hablando de las estaciones, me gustaría que me aclararas algo que comentaste cuando nos conocimos y que me da mucha curiosidad. ¿Se puede?
Inés: Serán ya dos confesiones en una noche. La deuda de secretos puede tornarse incosteable. Mira a los griegos. 
Arturo: Sabré arreglármelas. 
Inés: Habla entonces.
Arturo: Cuando tuviste la entrevista, me contaste que la persona que te entrevistó tenía la fecha del calendario adelantada, 21 de diciembre, y eso te había llamado la atención. ¿Por qué?
Inés: No sé, lo tomé como un gesto, un buen augurio.
Arturo: Ahora eres tú la que no me convences. Seguro hay algo más.
Inés: Cuando encontré adonde mudarme, lo primero que vi fue el nombre de la calle de enfrente de la casa. Invierno, me pareció curioso. Luego, mientras esperaba ese día a ser entrevistada, el calendario equivocado marcaba el inicio de esta estación. Una simple coincidencia. ¿No has sentido alguna vez la necesidad de asirte a algo, a lo que sea, cuando sientes que vas a desfallecer? Pues bien, esa función tuvo la palabrita: me ha sostenido. 

    “Al lugar que fue nuestro llega el invierno... Después renacerá la primavera, / revivirán las flores que sembraste.” 

       Revivirán las flores que sembraste, me repetía a mí misma una y otra y otra vez, como queriendo no soltar las palabras. 

     “Pero en cambio nosotros / ya nunca más veremos / la casa entre la niebla”.[2]


VI

Inés: Descubrí entonces que aún no era el tiempo para andar con Arturo. Descubrí también que lo que siento por Iván aún está aquí y no sé qué pensar. Es como ver fantasmas sin creer en ellos y reconocer en el sonido de sus pasos algo familiar. Es tener la sensación de oscilar sobre un péndulo gigante. Tenía que hacer algo para resolverlo, necesitaba hacer algo. (Pausa breve) Pide y se concederá, el universo provee, me dijo Soledad un día.

Música de tambores prehispánicos. Soledadque porta un atuendo de danzante conchero, con atoyotes en los tobillos como sonajas, baila al ritmo de la música en la sala de su casa. Suena el timbre.

Soledad: Inés. Ineeeeés, ¿podrías abrir por favor? (de nuevo el timbre). Ya voy ya voy. ¿Sí, diga?
Iván: (Viste una camisa floreada) Buenas tardes, señora.
Soledad:(Con un tono de fastidio) Buenas tardes.
Iván:Disculpe, ¿es aquí donde vive Inés Rodríguez?
Soledad:¿De parte?
Iván: Iván Santamaría.
Soledad: Un momento. Ineeeés. Inés me ha hablado mucho de usted.
Iván: Espero que no sean cosas malas.
Soledad: Ineeeés. (a Iván) ¿Gusta pasar?
Iván: Sí, gracias. Por favor, hábleme de tú.
Soledad: Pase, pasa. (A Inés) Ineeeés.
Inés: (Desde la segunda planta) Dime, Chole.
Soledad: (A Inés) Baja. Te vinieron a buscar. (A Iván) ¿Te ofrezco algo de beber?
Iván:  Gracias, así estoy bien.
Inés: ¿Quién es?
Soledad: …Tú sólo baja. 
Inés: Ya voy.
Soledad:(A Iván) Ahora baja. Esta muchacha, siempre tan ocupada. (Toma asiento para esperar a Inés sin despegar la vista de Iván. Cruza las piernas). ¿Le avisó… le avisaste que vendrías?
Iván: No…
Soledad: (Con falsa espontaneidad) Disculpa, ya que estamos en confianza, sabes, ya que te puedo hablar de tú, ¿te puedo hacer una pregunta?
Iván: ... Sí, claro.
Soledad: En algún grado, no sé, cercano o quizá lejano… ¿tienes algo que ver con Bob Marley o Nelson Mandela?
Iván: ¿Perdón?
Soledad: Sí, es decir… Ya sabes: tú, tus parientes, Sudáfrica, Redemption song
Iván: No, para nada. Toda mi familia es de la capital. ¿Por qué lo dice? (en ese instanteInés llega a la sala).
Inés: …Iván. 
Iván: Hola. Te ves muy linda.
Inés: No esperaba verte aquí.
Iván: Quiero hablar contigo… desde hace varios días… estaba esperando a que fueras a la capital… marqué a tu casa… tu papá está preocupado porque no ha sabido nada de ti. Lo que quiero decirte es que estaba esperando a que estuvieras en la capital para charlar contigo, pero ya no puedo esperar más. Por eso vine. 
Inés: (Irónica, molesta) Puta, ¡qué romántico! (Poco a poco, Soledad se escabulle de la conversación que presencia. Busca ser lo más discreta posible; no lo logra, las sonajas de los tobillos la delatan).
Iván: ¡No mames!
Inés: ¿Qué?
Iván: Tu lunar ya no está. 
Inés: Fue por cigarros.
Iván: Mira, sé que la cagué con lo que hice. Okey, lo acepto. Nadie discute eso, y quiero disculparme sinceramente contigo. De hecho, vine a hacerte una propuesta para intentar compensar mi error.
Inés: ¿Tu error? No creo que hayas tomado por error mi tesis y la hayas hecho  pasar por tuya. ¿No te das cuenta? Me traicionaste.
Iván: Inés, por favor, al menos escúchame. Si no te parece lo que voy a decir, doy media vuelta y prometo que nunca más sabrás de mí. 
Inés: … Júralo por Freddie Mercury.
Iván: Lo juro.
Inés: Habla.
Iván: La tesis… tu tesis me ha permitido obtener una beca para hacer el doctorado en Buenos Aires. Empiezo en una semana y media. Espera, espera, déjame terminar. Mi tío me ayudó a conseguir una beca bastante generosa, al menos lo suficiente para que dos personas puedan vivir bien. La renta del departamento ya está solucionada; tiene una vista preciosa, lo vi por Internet (busca la mano de Inés, ella accede). Y ya que tú eres autora de la tesis y yo no me imagino un día más sin ti, me gustaría que me permitieras compartir esta oportunidad contigo. ¿Qué dices? Cierra los ojos e imagínate escribiendo tus artículos allí, con la ciudad como paisaje. Podrías incluso visitar el Uruguay en cualquier momento. Te lo mereces. Eso sí: debemos llevar abrigos: allá es invierno. (La besa).
Inés: (Para ella misma) “Soy un libro de nieve, una espaciosa mano, una pradera, un círculo que espera, /pertenezco a la tierra y a su invierno.”[4]
Iván: ¿Qué dices, eh?
Inés: Iván, Iván, antes debo hacerte una pregunta. Parecerá que no tiene razón de ser, pero necesito saberlo, en serio.
Iván: Dime.
Inés: ¿Por qué mencionas el invierno?
Iván: Porque allá es el cono sur. Cuando aquí es primavera, allá es otoño, cuando aquí es verano allá es invierno. Aunque, ahora que lo mencionas, podríamos aprovechar el frío, encerrarnos todo el día, tomar mate, estar empiernados… (Inés lo aparta bruscamente; sale corriendo a la calle). ¿Inés? Ineeeés… 



VII

En la antigua estación de trenes. Sentada en el suelo, Inés solloza, abrazando sus rodillas.

Inés: A la chingada el inverno, a la chingada la tesis, a la chingada los chayotes orgánicos, a la chingada Mandela y Morgan Freeman, a la chingada Egipto con todo y sus pirámides, a la chingada los osos polares y el frío en verano, a la chingada los partidos políticos de izquierda, los de la revolución y todos los demás; a la chingada Russel Crowe y su flequito amariconado —como si nadie se diera cuenta que usaron la misma caracterización en Robin Hood y en el Gladiador—, a la chingada la cena, la terraza y la luna, el pinche postre que no pedí; a la chingada el periodismo, a  la chingada Freddie Mercury —bueno, Freddie Mercury no, ya suficiente batalló en su momento—; a la chingada los nuevos comienzos. A la chingada todo. Y Estos pinches granos que no dejan de… 
Tomás: ¿Interrumpo?
Inés: No te apures, ya casi termino. ¡¿Qué haces aquí?! ¿No ves que es una estación abandonada?
Tomás: En realidad la abandonada sólo es la bodega, que es aquí donde estamos. Las antiguas oficinas siguen funcionando, como bodega del archivo, pero siguen en uso. Además, yo vengo aquí desde niño, cuando lo necesito. Y a ti nunca te había visto.
Inés: Pues vete acostumbrando, que a como van las cosas seré visitante frecuente.
Tomás: (Se sienta) Me podría habituar. Chingón tener un compañero de lamentos. (De su bolsillo saca un cigarrillo de mariguana, lo enciende). 
Inés: ¿Qué haces?
Tomás: No te asustes, es epazote. (Le ofrece un toque a Inés; ella, luego de dudar un poco, acepta. Lo comparten).
Inés: ¿Y tú qué haces aquí?
Tomás: Lo mismo que tú: huyo, me escondo.
Inés: Yo no me estoy escondiendo… okey, a lo mejor un poco sí.
Tomás: Por eso me gusta este lugar, te permite desaparecer. ¿De qué estás huyendo?
Inés: De mi vida. 
Tomás: Estás gruesa.
Inés: ¿Tú desde cuando vienes?
Tomás: Desde niño, te lo acabo de decir.
Inés: Sí, pero ¿por qué empezaste a venir?
Tomás: Al principio fue porque mis papás se estaban divorciando. Sentía que no cabía en mi casa. Luego se me hizo un hábito, de ésos que traen una etiqueta que dice “úsese sólo en casos de emergencia”.
Inés: ¿Desde cuando fumar mota es una emergencia?
Tomás: En realidad, me cayó mi mamá quemándola en su sala hace rato: se puso como loca. Quise venir a visitarla sin avisar, darle una sorpresa. No había nadie en la casa, empecé a fumar, ella llegó y kaboom.
Inés: ¿Y te sorprende?
Tomás: Pues no, pero la neta es que ella está metida en cosas aún más fumadas. Quiere siempre cuidarme, pero no deja ni tantito que la cuiden, no escucha.
Inés: …¿Y qué son exactamente esas cosas?
Tomás: Mamadas. Que si los guerreros de luz, que si las frecuencias vibratorias, que si el despertar de los volcanes, la energía que fluye, los chacras de la Tierra, el prana, los mayas, el Tíbet. ¡Mamadas! 
Inés: ¿Te llamas Tomás?
Tomás: ¿Tú cómo sabes?
Inés: (Arrebata el cigarrillo a Tomás y lo avienta al fondo). ¿No sabes que eso hace daño? Mata las neuronas.
Tomás: ¿Cómo chingados sabes mi nombre?
Inés: Le rento uno de los cuartos a Chole… a Soledad. Es tu mamá, ¿no es así?
Tomás: ¿Eres la roomie de mi mamá? Ahora sí ya valió madres.
Inés: En eso coincidimos. Estamos aquí porque valemos madres.
Tomás: Pues sí. ¿De qué te escondes?
Inés: De mí misma: me mudé con el pretexto de empezar todo de nuevo, luego de haber terminado con mi novio. Muy cliché, ¿no te parece? Estando aquí me di cuenta que aún lo quería, lo quiero, creo; nos acabamos de ver hace un momento y juro que por un instante creí en el alma que nos comprendíamos y ¡puf! al siguiente segundo descubrí que quiere viajar conmigo miles de kilómetros al sur para encerrarse y estar empiernados.
Tomás: Madres.
Inés: Eso, sin contar que a mis  treinta tengo un trabajo que apenas me paga la renta, que dejé ir a un chico que me encanta y que me quería y que, puta, (solloza) parece que voy por la vida de desatino en desatino.
Tomás: (Se pone de pie) Ven, mira. Ahora que eres mi compañera de lamentos, debes saber el secreto de este lugar: no te puede esconder para siempre. Me costó tiempo aprenderlo, pero tú ya casi tienes treinta, así que asimílalo rápido. Además, antes de dejar el escondite, debes de realizar un ritual (comienza a saltar en un mismo lugar). Anda.  (Termina de saltar) ¿Las ves?
Inés: ¿Qué?
Tomás: Las huellas sobre el polvo. 
Inés: Ya ves que esa chingadera sí mata las neuronas.
Tomás: Observa. Desde niño las guardo en la memoria: te ayudan a comprender que el suelo que pisas no puede ser más grande que los dos pies que lo cubren. Eso es una fortuna.


VIII

Inés: He recibido el mail con la respuesta de la gaceta argentina. Rechazaron mi propuesta. Dejaré que se hagan cargo del Aquelarre personas más adecuadas; doña Eugenia, por ejemplo. Total, es parte de la rueda negra dentro de la porción blanca del Ying-Yang o viceversa, me lo dijo Tomás al salir de la antigua estación y me pidió que no dijera que fue él quien me lo dijo —se avergüenza un poco. La parte blanca necesariamente debe contener una pequeña dosis de negro y la negra, una de blanco. El truco es que todo permanezca en movimiento. Que fluya, diría Soledad… que fluya. En pocos días tendré otra entrevista de trabajo —por ahora paseo los perros de las señoras ricas de esta ciudad—, en unos días también me volveré a ver con Arturo para charlar. Tal vez escriba algo y recurra a la ayuda de Antonio para hacerme de un poco de dinero. Sobran temas, el país está que arde: las inundaciones que siguen al igual que los plantones persisten,  los desaparecidos, las tarifas del transporte público que aumentarán, el congreso que pierde la autonomía, la pobreza que se sigue administrando. El otoño está por entrar, las hojas en las ramas cederán al amarillo y al suelo, ése que pisan mis pies. Me reconforta saber que debajo de ellos, en algún lugar del mundo, pronto… muy pronto será primavera. 

Oscuro final.



Gibrán Domínguez





[1]Verso de Fernando del Paso, tomado de Noticias del imperio.
[2]José Emilio Pacheco, fragmento del poema No me preguntes cómo pasa el tiempo.
[3]Versos de Alfonso Reyes.
[4]Fragmento de Jardín de invierno, de Pablo Neruda.