Foto: Fátima Rodríguez

05 julio, 2012

Trozos de trazos


Octavio Paz, que vio tantas cosas, vio el amor y la muerte —los gemelos adversarios, les llamó— como un hecho poético rudimentario, por haberse maridado con la civilización en su nacencia, y lo cantó en versos vivos y lucientes y en ensayos que se encaprichan en el hecho con terca lucidez. En alguna página, Paz observó: “Para encontrar la unión de la sexualidad y muerte en la literatura mexicana hay que ir a López Velarde o a los poetas de mi generación; hay que ir, sobre todo, a las novelas y ficciones de Juan García Ponce y de Salvador Elizondo”.
Juan García Ponce apareció un día y desde entonces siempre estuvo allí. Nació un día en Mérida en 1932. En la segunda mitad del siglo XX animó la literatura mexicana y, al hacerlo, hizo otro tanto con la lengua hispánica y aun con la literatura universal. Dramaturgo, narrador, crítico literario y de pintura, ensayista y traductor, García Ponce recorrió el arte por sus múltiples caminos y padeció los rigores y soledades de quien se propone deliberadamente un fervor […]
Hablando de Coleridge, Borges delató que “hay hombres venerados que sospechamos sin embargo inferiores a la obra que cumplieron. Otros, en cambio, dejan obras que no pasan de sombras y proyecciones —notoriamente deformadas e infieles— de su mente riquísima”. Es el caso de Juan García Ponce.
En un intercambio verbal, un profesor de literatura, Rafael Olea, me hizo ver que mi ensayo —otro— sobre García Ponce abjuraba de la literatura crítica. Más que abjurar aludía al hecho indiscutible de que en México la crítica es todavía una idea romántica. Sin sistema ni visión. Más bien, un sistema de buenas intenciones. Adrede, releí el fárrago que centra sus intenciones en Juan García Ponce. Es una tarea ingrata e intolerable. Esa crítica promociona perogrulladas y cursilerías. Ni siquiera ensaya el absurdo. Apenas si comprueba la unidad que rige la órbita literaria de nuestro autor.
Se enumera de modo condigno la maestría del autor de La noche. Verbigracia, Christopher Domínguez Michael. En una admirable necrología titulada Las leyes de la hospitalidad. Juan García Ponce (1932-2003), Domínguez Michael nos dice: “La enfermedad dispuso que la escritura se convirtiera, para Juan García Ponce, en la vida misma, en su única vida activa”. Domínguez, como muchos otros, parece entusiasmarse más con la esclerosis que con la exploración de las invenciones. Nadie acomete sin embargo la ingeniosidad de hacer la crítica literaria de sus obras. Ha de ser un mérito muy literario estar confinado a la silla de ruedas… 
Román Cortázar Aranda
Fragmento: La escritura como ritual  (ensayo)

(Román es el de la izquierda)