Trozos de trazos
Octavio
Paz, que vio tantas cosas, vio el amor y la muerte —los gemelos adversarios,
les llamó— como un hecho poético rudimentario, por haberse maridado con la
civilización en su nacencia, y lo cantó en versos vivos y lucientes y en
ensayos que se encaprichan en el hecho con terca lucidez. En alguna página, Paz
observó: “Para encontrar la unión de la sexualidad y muerte en la literatura
mexicana hay que ir a López Velarde o a los poetas de mi generación; hay que
ir, sobre todo, a las novelas y ficciones de Juan García Ponce y de Salvador
Elizondo”.
Juan
García Ponce apareció un día y desde entonces siempre estuvo allí. Nació un día
en Mérida en 1932. En la segunda mitad del siglo XX animó la literatura
mexicana y, al hacerlo, hizo otro tanto con la lengua hispánica y aun con la
literatura universal. Dramaturgo, narrador, crítico literario y de pintura,
ensayista y traductor, García Ponce recorrió el arte por sus múltiples caminos
y padeció los rigores y soledades de quien se propone deliberadamente un fervor
[…]
Hablando
de Coleridge, Borges delató que “hay hombres venerados que sospechamos sin
embargo inferiores a la obra que cumplieron. Otros, en cambio, dejan obras que
no pasan de sombras y proyecciones —notoriamente deformadas e infieles— de su
mente riquísima”. Es el caso de Juan García Ponce.
En un
intercambio verbal, un profesor de literatura, Rafael Olea, me hizo ver que mi
ensayo —otro— sobre García Ponce abjuraba de la literatura crítica. Más que
abjurar aludía al hecho indiscutible de que en México la crítica es todavía una
idea romántica. Sin sistema ni visión. Más bien, un sistema de buenas
intenciones. Adrede, releí el fárrago que centra sus intenciones en Juan García
Ponce. Es una tarea ingrata e intolerable. Esa crítica promociona perogrulladas
y cursilerías. Ni siquiera ensaya el absurdo. Apenas si comprueba la unidad que
rige la órbita literaria de nuestro autor.
Se enumera
de modo condigno la maestría del autor de La
noche. Verbigracia, Christopher Domínguez Michael. En una admirable necrología
titulada Las leyes de la hospitalidad.
Juan García Ponce (1932-2003), Domínguez Michael nos dice: “La enfermedad dispuso
que la escritura se convirtiera, para Juan García Ponce, en la vida misma, en
su única vida activa”. Domínguez, como muchos otros, parece entusiasmarse más
con la esclerosis que con la exploración de las invenciones. Nadie acomete sin
embargo la ingeniosidad de hacer la crítica literaria de sus obras. Ha de ser
un mérito muy literario estar confinado a la silla de ruedas…
Román Cortázar Aranda
Fragmento: La escritura como ritual (ensayo)
(Román es el de la izquierda) |
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