Foto: Fátima Rodríguez

15 abril, 2018

Trazos

Basta que me hagan preguntas para que me crea en el departamento de policía o en un confesionario en el consultorio de un psicoanalista mirando el cielorraso, pero nunca dentro de los diálogos de Platón. Por ejemplo, si ahora me preguntas por qué escribo, me pregunto a mí misma con signos de admiración ¡por qué escribo!, luego, se me ocurre contestar: para no morir. Mi respuesta es sin duda en el momento que la enuncio: para no morir, pero si la examino advierto que no concuerda sino con lo que siento en este minuto; y hace muchos años que escribo, por lo tanto esta contestación no es válida. Tampoco será verdad esta otra respuesta: escribo porque necesito expresar lo que siento sin gruñidos, lo que he vivido sin ironía, lo que imagino sin remilgos, aunque lo que siento, imagino y he vivido me parezca trivial, pues lo que para mí es trivial puede no serlo para otra persona. También podría no ser verdad esta otra respuesta que puede parecer ridícula: escribo como siguiendo un mandato que recibo de labios milagrosos (serán de la inspiración) que me hacen modificar una rosa, un rostro, un caballo, mis lágrimas, el musical destino de una persona que no conozco demasiado y que voy conociendo a través de un relato que escribo y que se alegra frente a la vida simplemente porque la vida es divina aunque esté colmada de catástrofes.  También tendería otra respuesta: escribo para vivir en otro mundo, dentro de otros seres, escribo como los que aman viajar y viajan, personas que envidio porque aprovechan sus viajes, y yo que odio viajar los desaprovecho. Todo sitio nuevo que conozco me angustia porque despierta mi nostalgia de la ubicuidad (¿todos habremos sido Dios alguna vez?), y naturalmente quiero quedar en ese sitio nuevo toda mi vida, si el sitio tiene algún encanto. De todo esto podrías deducir que escribo para poder quedarme en el lugar donde viven los personajes de mis relatos. Podría también contestar airadamente: escribo porque me encanta lo que escribo porque me gusta más que cualquier página que escriben otros escritores salvo algunas maravillas que conozco que me hacen morir de envidia: esta presuntuosa declaración me pone en ridículo tal vez, pero, cuando uno escribe, desaparecen esos ridículos y mezquinos sentimientos. No hay que ponerse un antifaz ni disfrazarse. Podría también decir: escribo para ser libre, para hacer reír, para hacer llorar, para que me quieran, para no ser tan muda como lo soy oralmente, y tonta, aunque lo soy un poco bastante cuando escribo. 


Silvina Ocampo
“La Carta robada” 
Contrapuntosde Danubio Torres Fierro (Taurus, 2016)

12 abril, 2018

Mapamundi/2




Al sur, la represión. Al norte, la depresión.

No son pocos los intelectuales del norte que se casan con las revoluciones del sur por el puro placer de enviudar. Prestigiosamente lloran, lloran a cántaros, lloran a mares, la muerte de cada ilusión; y nunca demoran demasiado en descubrir que el socialismo es el camino más largo para llegar del capitalismo al capitalismo.

La moda del norte, moda universal, celebra al arte neutral y aplaude a la víbora que se muerde la cola y la encuentra sabrosa. La cultura y la política se han convertido en artículos de consumo. Los presidentes se eligen por televisión, como los jabones, y los poetas cumplen una función decorativa. No hay más magia que la magia del mercado, ni más héroes que los banqueros.

La democracia es un lujo del norte. Al sur se le permite el espectáculo, que eso no se le niega a nadie. Y a nadie molesta mucho, al fin y al cabo, que la política sea democrática, siempre y cuando la economía no lo sea. Cuando cae el telón, una vez depositados los votos en las urnas, la realidad impone la ley del más fuerte, que es la ley del dinero. Así lo quiere el orden natural de las cosas. En el sur del mundo, enseña el sistema, la violencia y el hambre no pertenecen a la historia, sino a la naturaleza, y la justicia y la libertad han sido condenadas a odiarse entre sí.



Eduardo Galeano, El libro de los abrazos