Foto: Fátima Rodríguez

22 diciembre, 2011

Trozos de trazos (navideño)


María sostenía el cuenco en lo cóncavo de las manos, cuenco sobre cuenco, como si esperase que el mendigo le depositara algo dentro, y él, sin explicación, así lo hizo, se inclinó hasta el suelo y tomó un puñado de tierra, después, alzando la mano, la dejó escurrir lentamente entre los dedos mientras decía con sorda y resonante voz, El barro al barro, el polvo al polvo, la tierra a la tierra, nada empieza que no tenga fin, todo lo que empieza nace de lo que se acabó. Se turbó María y preguntó, Eso qué quiere decir, y el mendigo respondió, Mujer, tienes un hijo en tu vientre y ése es el único destino de los hombres, empezar y acabar, acabar y empezar, Cómo has sabido que estoy embarazada, Aún no ha crecido el vientre y ya los hijos brillan en los ojos de las madres, Si es así, debería mi marido haber visto en mis ojos el hijo que en mí generó, Quizá él no te mira cuando tú lo miras, Y tú quién eres para no haber necesitado oírlo de mi boca, Soy un ángel, pero no se lo digas a nadie.

José Saramago
Fragmento: El evangelio según Jesucristo



16 noviembre, 2011

Entonces


Qué cuidadosamente aquella vida mía
me mantenía aparte
para que así pudiese vivir sin intrusiones
mi peligroso amor con lo secreto
de un tiempo desertor que lo dejaba todo
para soñar conmigo donde nadie nos viera


y cuánto anduve así perdido por las márgenes
donde una luz respetuosa y fría
punzantemente iluminaba
el rostro enamorante de las cosas
y en que todo me estaba de nuevo prometido
cada vez que subía hasta mi rostro el vaho
de la tierra llovida.



Tomás Segovia.






Tomado de http://www.elgrito.org.mx/wp-content/uploads/2009/10/el-grito-nam-17.pdf


Trozos de trazos


Entonces no sabíamos los nombres de los árboles o de los pájaros. No era necesario. Vivíamos con pocas palabras y era posible responder a todas las preguntas diciendo: no lo sé. No creíamos que eso fuera ignorancia. Lo llamábamos honestidad. Luego aprendimos, de a poco, los matices. Los nombres de los árboles, de los pájaros, de los ríos. Y decidimos que cualquier frase era mejor que el silencio.

Alejandro Zambra
Fragmento: Formas de volver a casa





05 noviembre, 2011

27 octubre, 2011

Viajar ilustra




"La Demócrata"

(Favor de evitar mencionar cualquier analogía que les venga a la mente.)

...

Foto: México, D.F.

24 septiembre, 2011

Trozos de trazos

No se trata de preguntar si hay que filosofar o no.
Filosofamos porque es obligatorio.
Nuestra conciencia se plante cuestiones y hay que intentar resolverlas.


Witold Gombrowicz
No sé de que libro sea, pero la escuché en  la obra  "El filósofo declara" de  Juan Villoro




10 septiembre, 2011

Hondura del Silencio



Ahora que veo venir mi existencia
–vieja desde siempre
bajo una multitud de agazapado hielo,
y que la dicha es un aturdimiento lento
en mis entrañas,
una sed que no ha servido para nada,
tengo la certeza de haber llegado
 a la hondura clara del silencio:

Orilla luminosa en que te nombro.

(En tus ojos la eternidad se disuelve
como una tableta de sol
cayendo al fondo del agua)

Ya casi no soy ese viento ligero en que
el infinito, desde la luna, me bebía.
Pero todavía muerdo esa pregunta.
            ¿Por qué los glaciales pasos de la muerte?

Era la vida:
donde tu niñez milenaria pedía brillo,
habló tu sombra.

(Hubo un tiempo
para cerrar las puertas
y luego
donde antes había todo
poner la forma
siempre tibia
del recuerdo)

Desde tu facultad de polvo
escúchame,
porque empiezo a creer que esta fiesta
algo tiene de tu abismo,
algo de furor y herida lenta,
de temblor remoto
nacido de la memoria de tu carne,
algo que va a quedarse para siempre.

Y es muy distinto de la tregua.




Lorena Ventura. Oaxaca, 1983.
Texto tomado de http://circulodepoesia.com

02 septiembre, 2011

Trozos de trazos

Las clases eran en el corredor. Entre las macetas y las jaulas de los canarios estrepitosos. Nos sentaron en unas sillitas de mimbre, bajas. Y Amalia, enfrente de nosotros, en una mecedora. Abrió el catecismo.
—“Decid, niños ¿cómo os llamáis?”
Mario y yo nos miramos con estupor y no acertamos a responder.
—No se asusten así. Es la primera pregunta del Padre Ripalda.
Leyó en  silencio durante unos minutos y luego cerró el libro.
—Lo que sigue es muy complicado para ustedes. Mejor voy a enseñarles las cosas a mi modo. No saben nada de religión, ¿verdad?
Hicimos un gesto negativo.
—Entonces es necesario que sepan lo más importante: hay infierno.



Rosario Castellanos
Fragmento: Balún Canan.



24 agosto, 2011

Crisis de civilización




En La decadencia de Occidente (1918) Oswald Spengler se esforzó por distinguir "civilización" y "cultura". "Civilización" es el destino de una cultura. O sea, la cultura precede a la civilización y es su cumplimiento. La cultura fue llamada "paideia" por los griegos, "humanitas" por la escolástica medieval y finalmente, cultura por el Renacimiento, cuando John Dee, astrólogo en la corte de Isabel I, separó la cultura (modelo humano) de la civilización (dominio de la mecánica y la tecnocracia).

Evoco estos antecedentes para tratar de comprender el complejo y agitado escenario de eventos recientes y actuales en el Mediterráneo y Europa. En Egipto y Túnez sendas revoluciones derrocaron a viejas dictaduras personales. Su arma: la tecnología actual, Facebook, Twitter y iPhone, a veces controlables, casi siempre no, por las autoridades. Lo mismo está pasando en Libia y en Siria, dos regímenes de mano dura, el de El Gadafi en Trípoli y el de El Assad en Damasco, donde la fuerza oficial reprime a los opositores, sin derrotarlos. Es previsible que gane la oposición, y enseguida, se plantean los problemas de la cultura, religión e identidad, así como los de la civilización, modernización, medios, desarrollo.

Menos previsible fue el gran movimiento en Israel, que representa una aspiración al regreso de los valores de igualdad, trabajo y colectivismo de la fundación y en contra de la plutocracia y el régimen conservador, y, de paso, contra la política hacia Palestina. La avenida Rothschild de Tel Aviv, de punta a punta, ocupada por tiendas de campaña y miles de ciudadanos en protesta.

En España, el movimiento de los "indignados" ha sido expulsado de la Puerta del Sol para recibir al Papa Benedicto XVI. El hecho es que los descontentos se desplazan y reúnen con una agenda y un liderazgo aun imprecisos, salvo en un punto. No le dan confianza a ninguno de los dos grandes partidos. Rajoy se cierra. Rubalcaba se abre. La política española no volverá a ser la muy ordenada, previsible y bipartidista de ayer.

El descontento se manifiesta políticamente en Italia y en Francia. Berlusconi ya está contra las cuerdas, temeroso de perder el poder y confrontar juicios de los que hoy lo salva su inmunidad. En Francia, Sarkozy llama al gabinete para prever y sólo Alemania, entre los grandes, se siente segura pero se siente amenazada por las sucesivas situaciones en Irlanda, Portugal y Grecia, que ponen en entredicho no sólo la unidad sino la viabilidad de la unión europea. ¿Peligra la moneda común, el euro? ¿Se pueden cerrar fronteras? ¿Qué pasará con el trabajo migratorio? ¿Se salvarán los quebrados?

El extremismo que apareció en los Países Bajos con el partido (tercero en las elecciones) de Geert Wilders y que se evidenció con el anti-islamismo de cierta prensa en Dinamarca alcanzó su límite más rabioso, criminal e inaceptable en Noruega. La salvaje matanza de la isla Utoya perpetrada por el joven fanático Anders Behring Breivik rompe cualquier complacencia acerca de la estabilidad en países de progreso y de orden. Un nuevo Breivik podría surgir en cualquier país de Europa, alentado por el macabro modelo de Noruega.

Y en la Gran Bretaña, violencia callejera extendida, de Manchester a Birmingham a Londres y sólo en Londres violencia en los distritos de Tottenham, Enfield, Islington, Croydon, Camden y quince más. Los malhechores, jóvenes entre los diez y los veinticinco años, sin trabajo y sin escuela, asiáticos, africanos y británicos. También bandas de jóvenes criminales organizados y desplazables de una ciudad a otra. Personas normalmente tranquilas y trabajadoras contagiadas por lo que Elias Canetti estudió en el movimiento de la muchedumbre: el instinto de sobrevivir colectivamente, con o sin reglas. Así se entiende que jóvenes educados y acomodados se unan a la masa del desorden, el crimen y la voluntad de violencia.

El Partido Laborista y su dirigente, Ed Miliband, se unieron a la política general contra la violencia propuesta por el Primer Ministro David Cameron en la Cámara de los Comunes. Inevitablemente, Miliband se ha deslindado para indicar que detrás de la violencia hay serios problemas. Recortes presupuestales a la educación y la salud. Educación denegada. Elitismo sospechado y sospechoso. Familias desordenadas, madres solteras, padres irresponsables. La necesidad, como indica Miliband, de ir a la base de los problemas y abrirles oportunidades a miles de jóvenes que no contemplan otra actividad que la inercia, el pandillismo y la violencia.

Y en los Estados Unidos, al cabo, el descenso de ingresos y calidad de vida de la gran clase media se articula poco a poco, a medida que se aclara lo que Joaquín Estefanía llama la crisis del contrato social. Los más altos ejecutivos reciben emolumentos de cuarenta a cuatrocientas veces más grandes que el salario medio. Máximos beneficios, ruptura del sistema social, exclusión del Estado y de los asalariados.

El "Tea Party" de los Estados Unidos representa la extrema actualidad política de lo que dice Estefanía. Ya tendremos tiempo de hablar, y mucho, sobre la actualidad política norteamericana y lo que parece ser, en sus discursos del Middle-west, la reacción del Presidente Obama tras de sus infructuosos tratos con la oposición republicana.

La civilización está en crisis. La cultura pervive. ¿Tendrá la cultura oportunidad de darle forma y contenido a la nueva civilización que se adivina detrás de la tumultuosa actividad en Europa y el Mediterráneo? ¿Podremos darle la novedad que está reclamando la civilización con la tradición propia de la cultura? ¿Qué papel jugarán en todo esto las novedades tecnológicas, Twitter, Facebook, iPad?

Tiempos interesantes.

Carlos Fuentes / Reforma, 22 de agosto de 2011
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Comentario: Como que Apple financió el artículo.

Loas y caos en una biblioteca

Yo no tengo biblioteca. Tengo libros. Escondiéndose entre los cuadernos, tras la pantalla de la máquina en que escribo, por cualquier rincón. Tengo libros en el coche, en el baño, en el estudio al final del jardín. Algunos andan por el librero del lugar en que divago. Otros en el cuarto de mi hija que se los ha ido llevando poco a poco. Tengo libros en el umbral que les cedo a los perros por la noche y en el pretil de la ventana frente a mis árboles. No debería decir que los tengo, sino que ahí están. Porque no los colecciono, ni cultivo el fervor de poseerlos. Los voy viendo pasar. Andan conmigo, salen de viaje y a veces vuelven como se fueron: en silencio.


Los libros son conversaciones. Por eso da tristeza que se pierdan cuando vamos a la mitad. Como me sucedió una vez en un hotel italiano, tras el desvelo que nos dejó el mugir de una pareja escandalosa en amores. “Esa mujer está fingiendo”, dijo mi hermana. Y yo estuve de acuerdo, pero hubo que oírla hasta que se cansó. Al día siguiente tenía tanto sueño que olvidé a Edith Wharton y extravié el final de un cuento que no volvimos a encontrar.


Algunos libros se empeñan en perderse por la casa. Incluso los que, según yo, duermen siempre en un ángulo impávido del librero, aquí arriba, se quitan de mis ojos. Entonces vuelvo a comprarlos. Ana Karenina, Madame Bovary, la Cartuja de Parma, Orgullo y Prejuicio, Los novios, Memorias de mis tiempos, los he comprado muchas veces. Nunca los encuentro cuando los necesito. Con ellos, mi biblioteca está en la librería. Con ellos y con tantos. En cambio, de repente, encuentro tres Quijotes idénticos, uno junto a otro, como si fueran parte de una colección.


Yo no conozco de incunables, ni siquiera tengo un libro con más de cuarenta años. Y creo que hago muy bien. Regalo las conversaciones que me gustan.


Sin embargo, algo he ido guardando. Tengo a un genio vivo para exorcizar mi tendencia a oírlo mientras escribo. Tengo a Neruda y a Paz. Por si quieren hablarse. Y para completar versos en el aire como éste que ahora trasiega en el babel de mi cabeza: “Un sauce de cristal, un chopo de agua, un alto surtidor que el viento arquea, un árbol bien plantado…”, y luego no me acuerdo qué sigue, por eso busco el libro. Si no lo encuentro, cerca está el de las preguntas con Neruda: “¿Qué haríamos sin el amarillo? ¿Con qué amasaríamos el pan?”. La poesía es un consuelo venga de donde venga. Tengo también a Lope y a Quevedo. En cierto modo a Góngora porque tengo a sor Juana que a mí me gusta más. A sor Juana, aquí cerca, muchas veces encima del escritorio, para robarle un adjetivo o responderle con sus propias palabras: “oyendo vuestras canciones / me he pasado a cotejar /cuán misteriosas se esconden /aquellas ciertas verdades / debajo de estas ficciones”. Ocurrencias así, hasta en los “Autos y Loas” donde uno diría que no se entiende mucho de nada. Pero en donde todo suena a todo y cada todo es excepcional. Gran lugar común que un tiempo no lo fue y ahora no mucho se frecuenta: la querida monja. Yo con ella sí puedo decir que he estado desde siempre, porque a los catorce años me sedujo con las contradicciones que en su ánimo provocaban Feliciano y Lisardo, Fabio y Silvio. Recuerdo lo que fue leerla por primera vez, en un libro de literatura para segundo de secundaria. Me acuerdo hasta del tono que había en la luz de esa mañana en el colegio. Siempre fui como de otro siglo, para eso de contar los amores. Aunque no me hubiera gustado vivir en tiempos de sor Juana. ¿A quién? Del pasado los libros y los sueños, a mí que me dejen el presente para tirarlo a diario por la ventana de los diarios. Para curarme con aspirinas los daños y los riesgos. Para venerar a la Sor sin vivir en su convento.


Tengo a Sabines porque me gusta abrir el libro y ver su letra en dos recados. Uno cinco años después del otro, en el mismo libro que compré para no usarlo. Tuve alguna de las primeras ediciones, un libro lila, tan subrayado de amarillo que cuando quise una dedicatoria compré el nuevo para que ahí me la pusiera. Y ahora trajino en ése como a él le hubiera gustado. Adivinar qué sería de un azul que fue mi segunda copia. Creo que se lo regalé a un alma en pena.


También subrayado de amarillos tengo Rayuela, ahora junto al portal, viendo a los rosales. Empastado porque se deshojó. Y tengo el de Alfaguara casi nuevo. Sin marcas, porque la edad me ha quitado la sinvergüenza manía de imprimir una huella en donde no la hubo. El rojo que fue negro está intocable. Si lo abro de más, se desbarata. Casi no tengo libros dedicados. Me da pena pedir la firma. ¿O soberbia? O tontería.


Tengo a Borges dentro de un libro verde que compré en Argentina hace treinta y cinco años. Lo tengo expropiado, porque el doctor se lo llevó a su estudio, como también se llevó los cuatro libros blancos que vinieron a hacer las nuevas obras completas. Aquí cerca me quedaron algunos de los muy delgados, para que yo me encuentre, ahora, pensando en bibliotecas, su voz irreprochable hablando de sus libros y su noche. De la ironía de Dios, de la “magnífica ironía”. Borges adjetivaba como nadie, hizo para él algunos adjetivos, ya lo dijo el peripatético camaleón, nadie más podrá usarlos sin copiarlo. “Atareado rumor”, inventó y nadie se atreverá a darle una tarea al rumor después de semejante alianza. De todos modos, ¿quién no se contagia? Si hablamos como nuestros hermanos, como nuestros amigos y como nuestros hijos, ¿de dónde no contagiarse de éstos a quienes leemos para oírlos?, éstos con los que conversamos a la vez los libros y la noche. El día y la víspera.


El 14 de junio pasado, un martes, se cumplieron veinticinco años del momento en que Borges se fue a dormir en Ginebra. Sentí la pena, pero tenía yo entonces la alegría del tango. Y “Ficciones” con todo y “La biblioteca de Babel”. El universo en una biblioteca. Y cuanta biblioteca sea posible en el universo de Borges. Del descreído Borges. Más vivo que nunca entre los libreros y los lectores, sin duda como una marca de agua entre los escritores, vivo en su descreencia y su jardín.


Si el universo cabe en una biblioteca, ¿por qué no, la biblioteca en el universo? ¿Quién necesita una biblioteca si el universo es una biblioteca?

Tengo amigos pensando qué hacer con las colecciones de sus padres. No dejaré en mis hijos tal herencia. Tres cambios de casa han sido tres incendios. En uno tiré las cartas a mano de personas excepcionales. Eso sí fue una tontería mayor. Me pesó el desorden y en desorden tiré. ¿Qué remedio? No tengo biblioteca, ni mil cajones en los que guarecer recuerdos. No encuentro la pluma fuente de mi padre, si no la hubiera guardado, no sentiría la pena de no hallarla. Desde que tiré los claveles de una tarde dejé en alguna parte la manía de atesorar. Tanto, de lo que adoramos tanto, nos deja porque sí, se va a nuestro pesar, nos abandona, que ir dejando los libros a merced de sí mismos es mejor que guardarlos.


Yo no tengo biblioteca, tengo un caos y el deseo de una tarde viendo el mar, con un libro entre manos. Tengo también, sin duda, un río de palabras entre mis muros.


Ángeles Mastretta / Revista Nexos



Comentario: Aunque repitamos autores (autoras, en este caso)

19 agosto, 2011

La Rocola Bloggera (y guapachosa)


Me parece que esta noche fue cuando recibió el Doctorado Honoris Causa del Berklee College of Music.

10 julio, 2011

Trozos de trazos

Por eso, cuando callaron los cañones y dejó de oírse el estruendo de las bombas, cuando de pronto se hizo el silencio, ese silencio me pilló por sorpresa, no sabía qué significaba. Un adulto, al escucharlo, tal vez dijese: “Se acabó el infierno. Por fin ha vuelto la paz”. Pero yo no recordaba qué era la paz, era demasiado pequeño para recordarla: cuando se acabó la guerra, yo no conocía más que el infierno.

Ryszard Kapuscinski

Fragmento: La jungla polaca


23 junio, 2011

Diálogo por la paz


Conviven el espanto y la lluvia. Conviven la rebelión y el tedio. Conviven la muerte y las palabras. La muerte, que sólo a silencio suena, convive con el ruido, pero también con el deseo de paz y la búsqueda de justicia. Ojalá.

Ayer, en México, se dio un encuentro, inusual, llamado Diálogo por la Paz. Los mexicanos hemos sabido del estremecimiento, el desconsuelo y al tiempo la esperanza de quienes estuvieron en Chapultepec en el encuentro del presidente Calderón con víctimas de la violencia al frente de quienes está el escritor Javier Sicilia. Oyendo el testimonio conmovedor y elocuente de hombres y mujeres que contaron ahí sus pérdidas, su dolor y la respuesta sorda del mundo al que apelaban.

Inevitable y obligado oír estas historias, aceptar que existen, aunque nos lastime y desespere conocerlas. Y luego, sin duda, acompañar esta aflicción. Y esta búsqueda.


Ángeles Mastretta

Tomado de: http://lacomunidad.elpais.com/puerto-libre/posts


04 junio, 2011

Segunda Carta

Soñamos soledad y la soñamos siempre contra alguien, para demostrar algo. Distinto es dar los pasos hacia la soledad al final de una vida. Entonces no es el sueño, entonces es ir apagando las luces de las habitaciones hasta que quede una y nada más. Distintos, sí, los pasos y los convocamos a nuestras huestes para el reagrupamiento. Soñamos soledad igual que un desafío.

Nos daremos cuartel para después seguir. La soledad es siempre para después y por eso los muertos no nos sirven. Los muertos pueden hacer, a veces, compañía, pero en el álbum de fotos de la soledad, en los acantilados, en las ciudades extranjeras, en las montañas que proyecta el lado frío de la almohada no aparecen los muertos sino los ojos de los vivos contra los que apostamos.

Soñamos soledad no para remediar los tímidos errores sino porque ellos, los tímidos errores, los insignificantes, nos han puesto en el disparadero. Se ha sonrojado el rostro en mitad de la noche reviviendo la equivocación es entonces cuando ambicionamos un cambio de registro, un logro tan alto que los errores ridículos pierdan relevancia, se desdibujen, se lleguen a extinguir. Los muertos no nos sirven, los muertos no verán ese logro tan alto. Acaso ellos nos den algo de aliento en la consecución del gran propósito. Pero soñamos soledad contra los ojos de los vivos que sin saberlo, a veces, nos retaron.

Yo sueño soledad que es como soñar hazañas. Usted que lee estas cartas porque se lo han pedido y quizás porque busca el interés humano, usted es el garante de mi acción peligrosa. ¿Pero y si no las lee? No, no debo pensar en eso. Al fin y al cabo tiene el amor, y tiene la promesa de que algo va a pasar. ¿Que no es bastante, dice usted, y ríe? ¿qué quiere violaciones frases sobre el alma y frases sobre los programas de la televisión? Los siento. No tengo tiempo. Me aferro a los detalles y luego a la teoría. Oí que lo cantaban en un disco: “Si un tren va de su a norte a 80 kilómetros por hora y otro tren va de norte a sur a la misma velocidad y un grifo da 15 litros de agua por minuto: ¿cuánto tarda el tren en ahogarse en el estanque?, ¿qué edad tiene el revisor…?”

Mi vida y la teoría. O lo toma, o lo deja. Si lo toma, vea lo que pasó. Estábamos, se acuerda, en la cafetería. Era la cuarta vez que nos veíamos, ¿cómo advertir tan pronto que tocarás y que serás tocada? Un olor, me dirá, feromonas, el animal que llama más allá de los datos. Sin embargo, yo estaba lejos, cinco metros, calculo, el olor de tostadas y de plancha anulando cualquier otro. Él era mi enemigo. Mi enemigo sin armas, mi enemigo, se entiende, en un clima de buena educación. Él era el poderoso en la medida en que representaba al equipo de los grandes, aviones y suplentes, regalos, primas, fichajes millonarios. Mi equipo, mi país, apenas si tendría un pálido autobús.

Él era el que pisaba tierra firme pero yo vi su zona vulnerable, su talón al desnudo. A lo mejor, entonces, fue puro narcisismo: si puedes auxiliar al poderoso es que eres aún más poderoso. Admitamos que, por narcisismo, ya en ese instante quise su excitación y eso que llaman abandono. Pero no hubo sólo narcisismo. Hubo secreto, prohibición, hubo desigualdad.

Nos sentamos y ahí estaba, el temblor, el temblor, mi deseo y el suyo silenciados. Es la desigualdad, es el obstáculo lo que acelera el pulso y no, como tanto nos dijeron, porque el obstáculo comporte peligro y aventura sino por la creencia: porque si al fin se ama al que es tan diferente y no hay motivo, interés, facilidades, entonces es que tal vez el amor sea, quiero decir, exista; entonces es que tal vez haya lugar para el romanticismo, para creer en algo inmaterial que impulsa a la materia, que la mueve y por eso cuanto más desiguales los amantes más cerca del milagro de ser otros, más cerca de creer en el milagro, quiero decir.

En contra de las leyes del sentido común una fuerza acerca sus cuerpos y esa fuerza, lo juran, les hará diferentes, les sacará del mundo, les estremecerá de dicha, de voluntan contenida y extensible.

No había ya guerra fría en el planeta pero sí un resto de aquel enfrentamiento entre algunos países, entre el país del agregado y el mío. Los amores desiguales hacen suyo el obstáculo y lo invierten, como en esos dibujos animados donde un avestruz o el gato invierten la trayectoria de una bala haciendo de aquello que habría de destruirles su mejor ataque. Supongo que los dos lo habíamos pensado.

Así fue el primer día en el que las rodillas tendían a estrellarse una contra la otra debajo de la mesa, pero se contuvieron. Así fueron las manos y los ojos y las bocas a uno y otro lado de la mesa. De este modo empezábamos, hace ya algunos meses.

Hoy he vuelto a mirarle sin que él me viera a mí. Con unos prismáticos, he entrado en un portal cercano al de su casa y me he subido al sexto. Las ventanas de los descansillo dan al callejón por donde siempre pasa cuando no viene en coche. Yo estaba allí apostada como si quisiera dispararle o tal vez cubrirle. Ha pasado a su hora, le he visto en el doble arco de los primáticos igual que a una minúscula figura de cine mudo y parecía que andaba un poco a cámara rápida.

Si tuviera que elegir mi fantasía de amante, aquello que se busca, no sería el desnudo en los maizales, ni un marido ideal, ni el príncipe en su caballo blanco; sería en cambio cualquiera de esas criaturas, grillos, genios, a sabe, que se aparecen, y entonces, se diría, te pueden proteger. Es posible que yo subiera para eso, para velar por él, para poner en él la rara convicción de que durante unos segundos desde la altura le han mirado con deseo. Pero ahora pienso que a lo mejor subí para el descrédito: para verle cruzar, diminuto, a cámara rápida, para imaginarme ahí a su lado; diminuta, a cámara rápida: dos figuras insignificantes, dos cómicas figuras que, cuando el amor termine, nadie recordará.

Y es que parece que va a terminar. Hay señales: la bombilla fundida, los agravios, el sol que da en el folio, este lugar al margen desde donde escribo, su cuarto o dondequiera que usted se encuentra ahora y mi salón con mesa y con ventana unidos en un tiempo imposible que yo sustraigo, con el que yo traiciono, un tiempo que ya no quiero compartir con el hombre que amo.

En cuanto a usted, usted que me ha retado sin saberlo, le diré mi desafío, la apuesta que le hago y que consiste en impugnar los sueños, los suyos y los míos, los providenciales, los fragorosos, impugnarlos, impugnarlos antes que el amor termine.

Besa el cristal de su ventana,

Laura Bahía

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Fragmento: El lado frío de la almohada

Belén Gopegui


19 mayo, 2011

Viajar Ilustra

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Una de dos: o la autora es muy risueña o qué quemón, Jovany, qué quemón.

Foto: San Cristóbal de las Casas, Chiapas.





30 abril, 2011

El último hombre

Epistola enim non erubescit
(Una carta no se ruboriza)

Cicerón

En 1972 José Emilio Pacheco publicó La fiesta brava, que quizá sea el primer cuento en el que el metro de la Ciudad de México aparece. Tres párrafos antes del final del relato, Pacheco describe: “Hacía calor en el túnel. De pronto lo bañó el aire desplazado por el convoy que se detuvo sin ruido. Subió, hizo otra vez el cambio en Balderas y tomó asiento en una banca individual”. Si Pacheco hubiera escrito “de pronto la bañó el aire desplazado…”, estas líneas hubieran funcionado –por sí solas– como un prólogo ajeno y exacto a lo que ahora estoy escribiendo. “Las coincidencias en esta vida casi nunca son perfectas”, dijo en alguna página Héctor Abad Faciolince.

Más que el retraso, lo que me preocupaba era la posibilidad de no encontrar a nadie. Como cada viernes, un grupo de amigos se reunía y yo tenía más de un mes de no verlos (mi tiempo libre se ha convertido en el recurso que más carezco y que peor administro). Generalmente estas reuniones son breves, por lo que las nueve de la noche comenzaban a significar el fin del encuentro. A lo mucho, aspiraba a pasar a saludar.

La manera más rápida de llegar sería el metro, lugar donde tiene su origen el humanismo del apretujón y se da el milagro del acomodo, según Monsiváis. Tomé la línea uno en Candelaria para bajarme en Juanacatlán.

En Balderas subió una joven como de 26 años y se sentó, precisamente, en una banca individual, de perfil frente a mi. Yo intentaba leer, pero la tensión del destiempo complicaba las cosas. Llegamos a Cuauhtémoc cuando mi compañera de viaje me tomó la mano con la que sostenía el libro.

–¿Te puedo hacer una pregunta? –me dijo.

En una sociedad como la actual, en la que el boom del twitter y el Facebook han logrado que nos acerquemos a los que tenemos lejos y nos alejemos de los que tenemos cerca, su atrevimiento me pareció casi anormal. Acepté la propuesta que se anulaba a sí mima y me dio una tarjetita de cartoncillo gris con algo manuscrito.

–¿Podrías leer y decirme qué te parece? ¿Crees que suena a muy ardida?

Como un adjetivo de este tipo pocas veces puede dársele a una calle o un rumbo, supe antes de verla que no se trataba de una dirección.

–Dime si a algo no le entiendes –complementó.

Comencé a leer: “si pensara que con el poder de la mente te pudiera llamar, ya lo hubiera hecho, xº mi mente débil es y dejar de pensarte no puede”. Pregunté sobre la x a la cero potencia y me explicó que su valor absoluto era pero. Sin duda alguna el contenido de la tarjeta era síntoma de una crisis amorosa fresca y vigente. Continué: “Vaga y debraya en la lejanía de poder tenerte como era, o como nunca fue”. La métrica de la prosa no era tan mala. El texto seguía y terminaba con un renglón en el lado opuesto del cartoncillo: “… hoy me encuentro sin la posibilidad, pero sí con el querer reinventarme desde cero, sin ti, sin la calidez de tu recuerdo”. Lugares comunes, prosa poética, intensidad. El grado de cursilería y el silencio de ella evidenciaban lo serio del asunto.

Di por hecho que me encontraba ante una de las partes de un trágico truene amoroso.

–Pues no suena a ardida –le dije–. Más bien casi suena a ruego. Si fuera ardida dirías que por haber pasado X ó Y situación –de nuevo el álgebra del lenguaje– le deseas a esta persona algo negativo.

Miré por la ventana para saber en qué estación íbamos.

–¿Aquí bajas?– preguntó.

Era Chapultepec. Negué con la cabeza.

–A ver, dime, perdón que insista –trastabillaba en sus palabras– si esto fuera para ti, ¿qué pensarías?

Me quedé callado un rato. Los ejercicios de empatía nunca han sido mi fuerte.

–Yo creo que me crecería. Alimentaría mi ego –intenté–. En el mejor de los casos interpretaría que quieres volver.

–Y eso es justo lo que no quiero.

Ella exhaló, en un gesto de ver fracasar lo que parecía una buena idea.

Llegamos a Juanacatlán.

–Aquí bajo –le dije–, pero si quieres seguimos platicándolo.

Fue conmigo al andén. Me sorprendió que mi improvisada labor de confidente diera resultados tan buenos como para lograr que una extraña me siguiera. Luego noté que aún traía la tarjeta conmigo. Noté también que ella era delgada, que tenía ojos grandes y claros, usaba unos jeans y una blusa de tirantes que dejaba ver las pecas de sus hombros.

–Aún no hemos tronado –confesó–. De hecho, en un rato voy a verlo y le daré la noticia. Quería entregarle esto como un último regalo. Lo quiero mucho, pero me quiero más a mi. Hay muchas cosas que no me gustan de él y sé que no las cambiará. Me falta un largo trayecto todavía, se me ocurrirá algo mejor en el camino.

Me explicó durante casi quince minutos que llevaba tomando la decisión desde hace largo tiempo y que ahora era definitiva, sin posibilidades de dar marcha atrás, a pesar de las virtudes del otro. Yo releía la tarjeta. Me había equivocado: todo lo que me decía estaba sintetizado en los 17 renglones que acaba de escribir. Bajo la connotación real el texto, aunque igual de cursi, cambiaba de significado y sí parecía una despedida. Quise enmendar mi error:

–¿Por qué no se la entregas?, a lo mejor y obtienes el resultado que quieres.

Le regresé la tarjeta y mostrándome la palma de su mano, la rechazó.

–Quédatela. Si me la llevo, terminaré entregándosela. Prefiero escribir algo más simple.

Guardé la tarjeta entre las hojas de mi libro.

–Perdona –me dijo– sé que es raro que un extraño se te acerque y más a preguntarte cosas como éstas, pero, ¿sabes?, tal vez seas el último hombre con el que hable antes de verlo a él. Y como todos están cortados con la misma tijera, quise conocer una opinión previa.

Exageré un gesto ante esta última expresión y ella intentó corregir con poco éxito. Cambié el tema comentándole del estado de sorpresa constante en el que uno cae cuando se llega al Distrito Federal y que su actitud era parte de todo esto. Estábamos a mano.

Se oyó el ruido del tren que se acercaba al andén. “Bueno, ya me voy”, dijo. Me abrazó, me dio un beso en la mejilla y se fue.

Salí de la estación del metro y llegue al domicilio con aún más retraso del previsto. Llamé a Gude para preguntar si seguían allí. La respuesta fue positiva.

“Y los amigos siempre se van./ Son viajeros en los andenes.” Al igual que con las líneas sobre el cartoncillo gris, he descubierto una nueva connotación a estos versos de Pacheco.

Gibrán Domínguez

Abril de 2011



Trozos de trazos

Nobleza obliga, apreciado doctor Castellanos; agradezco que mencione el doctorado Honoris Causa que me concedió la Chaco Forever University of Resistense, en ningún caso tan merecido como el Cum Laudatio con que tan acertadamente lo distinguió la Pontificia Universidad de Cojonzuelos del Obispo, idílica villa extremeña a la que no pude acudir por encontrarme a la sazón demasiado ocupado con la edición revisada de su estupenda y dramática novela bélica titulada “Los militares y la sintaxis; una guerra perdida”.

Luis Sepúlveda y Mario Delgado Aparaín.

Fragmento: Los peores cuentos de los hermanos Grim.

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Mario Delgado Aparaín y Luis Sepúlveda.

Evidentemente nacieron. El primero en Florida, Uruguay y el segundo en Ovalle, Chile, ambos en el año 1949, es decir que en el próximo 2049 cumplirán cien años, y la comisión de festejos del centenario de estos dos tipos ha puesto a la venta las entradas para la gran cena con mariscos patagónicos que se celebrará en el Bar Euzkalduna, de Mosquitos. Autores de unas quince novelas y libros de relatos, cada uno, traducidos a muchos idiomas, se consideran a salvo de la Oficina de Trabajo y por eso sus currículos, listas de premios y doctorados descansan en el cajón más perdido de sus respectivos escritorios, que es donde deben estar para felicidad de las polillas.