Foto: Fátima Rodríguez

06 abril, 2008

Hurto inútil

Era casi la hora de la comida, los negocios empezaban a cerrar y el tráfico se veía disminuido de a poco, yo salía más tarde que la mayoría de mis compañeros de la secundaria porque me quedaba a practicar con el grupo de marimba. Al terminar, esperaba el camión frente al Vistarama, aquél cine con la pantalla más grande de Tuxtla y del que hoy sólo quedan el recuerdo, su inútil construcción y algunos carteles pegados.

De pronto, un muchacho como de mi edad (la de aquél entonces) se sentó a un costado mío. No iba a esperar el camión. En cambio, me pidió, sin premura, prestado un peso, “y si tienes más, mejor” dijo al mismo tiempo que me mostró la navaja que ocultaba bajo su playera. Sin saber aún por qué, miré a mis espaldas donde otro tipo más o menos de mi edad (la de hoy) observaba cómplice y tranquilo. Al verme sin otra opción, traté de calmar los nervios y puesto a que nunca he usado billetera saqué los veinte pesos que traía en la mochila, abriéndola por completo para demostrar que no había nada más que pudiera interesarle. Sin mayor gesto, entregué el billete y recibí a cambio un “gracias”. Luego de un lapso en blanco, tras digerir lo ocurrido, vinieron a mí dos recuerdos: el primero me advirtió que traía en el bolsillo una monedad de diez pesos, suficientes para llegar a mi casa, y el segundo me llevó al instante en el que me robaron una gorra nike original que representó varios de mis domingos ahorrados. Tenía entonces ocho años y ya me habían asaltado.

No camines solo de noche, ve siempre acompañado, mira continuamente a tu alrededor, cambia tus rutas y varias otras precauciones más que siempre al escucharlas se perciben como un eterno bla, bla, bla. Todas ellas, de una en una o en conjunto, resultan igualmente ineficientes que una pata de conejo, un amuleto o la mismísima señal de la cruz sobre la frente en un país como el nuestro, si no del todo pobre, sí groseramente desigual y sin rumbo. La sorpresa no es el robo sino formar parte de uno, generalmente en el papel de víctima, aunque hay que reconocer que a veces hay escenarios más propicios para estas actuaciones. Suertudo, bendecido o propietario de una vida aburrida aquél que no haya sido despojado ilegalmente de por lo menos una de sus pertenencias.

Al día de hoy no puedo considerarme del todo desafortunado en este apartado de mi vida: estoy vivo y sin siquiera un rasguño por estos sucesos. No es posible, sin embargo, decir lo mismo de mis “victimarios” que luego de hacer cuentas, termina por quedarles grande el sustantivo, masculino y plural. De la suma de todo lo que me han robado (sin contar el corazón), el total del motín, en términos monetarios, es de ciento noventa y siete pesos, sin realizar ningún tipo de actualización financiera ni paridad peso-dólar. La gorra de mis domingos tuvo un precio de cien pesos, que desde la percepción económica de mi infancia –y luego de la crisis paradigmática de los nuevos pesos– parecía una fortuna similar a la de don Carlos (agréguese, según la preferencia, el apellido Salinas o Slim); veinte pesos más de lo ya contado y setenta y siete pesos que me quitaron el sábado pasado al llevarse mi libro de Bobbio.

La sesión del sábado terminó puntual. Yo, como parte de la organización del curso, me mantengo al pendiente de él en la antesala de la sala de seminarios, ocupando mi tiempo en lecturas o resolviendo el país en charlas con el señor Castañeda. Apenas comenzaron a salir los alumnos del curso (algunos de ellos diputados, profesores, regidores, estudiantes, otros más médicos, en fin, un cóctel por demás variado), coloqué el libro sobre la mesita de centro para dirigirme a dejar todo en orden en el interior de la sala. “¿Y tu libro?”, me preguntó el señor Castañeda cuando ya íbamos de salida. Buscamos en todos todo lugar lógico donde lo pude haber dejado y al no haberlo encontrado, examinamos otra opción diferente a mi olvido: el hurto. Stato, governo e società Per una teoria generalle della politica es el título original de esa obra de Bobbio de la que había leído ya la mitad y que tenía ciertas anotaciones y subrayados indicando los fragmentos que me interesaban más.

Conocedor de lo reacio que es el mexicano ante la lectura –un promedio de casi dos libros al año nos avala– el señor Castañeda me dijo, compartiendo un tanto ese extraño sentimiento que dejó la situación y con algo de enfado: “¿para qué lo quieren?, ni lo van a leer.” Es muy probable, no obstante, ojalá que sí lo hagan.


Gibrán

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Pure frigid waters from these eyes that always miss you
Nothing but violence from my empty gun
I'm using silver to light up these blackheart faces
blinding your fingers with my skin that burns for you

05 abril, 2008

Villoro Strikes again

De nueva cuenta me faroleo la columna de Juan Villoro publicada en el Norte el viernes pasado. Creo que será la última en este sitio, las siguientes corren por su cuenta. La sugerencia está hecha.
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Romance en la India

Juan Villoro4 Abr. 08
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La globalización produce cambios de identidad que afectan la forma en que la gente se enamora. Acabo de compartir un tren con un pasajero que me contó un romance digno de estos tiempos.
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Viajamos de Barcelona a Alicante. A unos asientos de nosotros, un perturbado gritaba por celular dramas agropecuarios. Mi vecino y yo entablamos conversación para contrarrestar la cháchara donde estallaban palabras como "porcino" y "fiambre", referidas a un comerciante de la competencia.
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Resultó que el viajero de junto y yo éramos mexicanos, y sobrevino esa complicidad que sólo ocurre lejos de la patria. El paisano (a quien llamaré Édgar) me confió algo que en México hubiera ameritado 10 tequilas: estaba muy enamorado. No es común que alguien del país de José Alfredo se abra ese modo, al menos no antes de describir los atributos rigurosamente externos de su amada. Sorprendido por ese brote de interioridad, le pedí el cuento completo.
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"Soy de Autlán, Jalisco", informó. Su origen tenía que ver con lo que había pasado, pero yo tardaría en saberlo. Como Édgar no acostumbra contar historias, saltó de modo abrupto al presente, donde ofrece "ventanas de oportunidades". Para alguien ajeno a la economía, ciertas expresiones suenan esotéricas. No le pedí que se explayara porque temí que tuviera la amabilidad de responderme. Me bastó saber que operaba en una zona elevada de las finanzas, donde hay ventanas por las que unos se suicidan y otras (las de oportunidades) que se abren a paisajes increíbles.
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Aunque la mayoría de las transferencias se hacen por computadora, los diplomáticos del dinero recorren el mundo para garantizar la parte humana de las transacciones.
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Édgar parecía suficientemente afable para poner buena cara ante un desfalco. No era extraño que tuviera éxito en su giro de trabajo, que yo aventuro como un incierto sistema de creencias donde los dioses se devalúan y cambian de divisa.
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Por fin me contó de su flechazo, que de acuerdo con los tiempos fue telefónico. Édgar llamó a una aerolínea para reservar un boleto y una voz fantástica se presentó como Nancy. Luego de los trámites de rigor, él se animó a preguntar otras cosas. Nancy era de Florida y vivía a unas cuentas millas de la universidad donde Édgar estudió finanzas y cortejó a una porrista del equipo de futbol americano. Hablaron de la región y sus mosquitos. Édgar colgó con la sensación de haber perdido la oportunidad de su vida.
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Pero la rueda del cosmos se movió en su favor. En la siguiente ocasión en que reservó un boleto fue atendido por Nancy. La señal de la diosa Fortuna era tan clara que él se animó a hablar hasta de los pantanos de Florida. Iniciaron así una relación telefónica que subió de intensidad hasta que, varios meses después, llegó una amarga revelación: Nancy no era una nueva versión de la porrista que él codició en sus tiempos universitarios. Se llamaba Kali y vivía en la India. La empresa le había asignado una falsa identidad para que los clientes se sintieran tratados por una típica estadounidense. Había recibido un curso para pulir su acento y datos para hablar de Florida como una lugareña. Ganaba un sueldo de hambre y no había salido de la India. "Lo siento", dijo en forma desoladora.
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Según me explicó Édgar, cada vez es más común que los negocios estén deslocalizados. Al hablar a una empresa con sede en Europa, responde alguien desde un país del tercer mundo. Sin embargo, el cliente debe sentir que es atendido en Londres o Nueva York. Édgar se avergonzó de haberse enamorado de un prejuicio, pero no pudo traicionar sus emociones. A pesar de su nombre de diosa, Kali no era para él.
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Curiosamente, esa experiencia lo llevó a un curso de meditación, clases de yoga y una dieta rica en yogures y tés aromáticos.
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Estaba parado de cabeza cuando una mujer le habló con voz de cítara: "¡Devadip!". Aun en su posición invertida, Édgar juzgó que aquella mujer era bellísima. Se incorporó pero no tuvo tiempo de presentarse. "Devadip soy yo. ¿Tú eres Bety?", dijo un pelirrojo. La chica, en efecto, era Bety y puso la cara de quien encuentra una molestia materialista entre las alfombras del espíritu.
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El pelirrojo era un gurú telefónico. La mejor amiga de Bety le había recomendado una hotline donde sale baratísimo perder el karma negativo. Durante meses, Bety recibió acertados consejos de Devadip. Llegó un momento en que quiso conocer al hombre que la había llevado a un plano superior. En forma apropiada, él la citó en un centro donde impartía un curso de arte tántrico. Al entrar, ella vio a un apuesto indio de cabeza. Ese elástico espécimen no era su anhelado gurú sino Édgar, el ejecutivo que abre ventanas de oportunidades.
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Bety odió que el Maestro que le respondía por teléfono con acento del Punjab fuera un pelirrojo de la colonia Narvarte. Salió de ahí sin creer en la reencarnación.
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Édgar la siguió a la salida, donde tuvo una inspiración cósmica: "No soy Devadip, pero soy de Autlán". La frase resultó suficientemente rara para que Bety escuchara lo que seguía: Devadip era el nombre espiritual de Carlos Santana, oriundo de Autlán, Jalisco.
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Édgar se decepcionó de que su amada fuera de la India y Bety se decepcionó de que su amado no fuera de la India. El destino no siempre es ortodoxo: ellos estaban predestinados.
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Vi a mi compañero de asiento. Con una camisa naranja parecería un actor de Bombay. Me mostró una foto de Bety: la perfecta Miss Florida.
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En un mundo ideal, el pelirrojo habría viajado a la India para casarse con Kali, pero la cuota de sufrimiento es enorme y ellos sólo sabrán que están predestinados si leen este relato.
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El hombre de las crisis porcinas se había dormido. La vida parecía agradable.
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"¿Has leído el Rig-Veda?", me preguntó Édgar.
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"¿Es una ventana de oportunidades?", pregunté.
Édgar sonrió como un gurú globalizado: "Puedes salir de la realidad, pero no de la India".

02 abril, 2008

Mediocre

Algunos meses ha, dediqué un espacio en este blog al grupo musical Feliz No Cumpleaños (y obviamente a su vocalista) comentando, entre otras cosas, que no eran un grupo "comercial", de un concepto original y que próximamente (en aquel entonces) sacarían un disco.


Pues bien, sí grabaron disco pero no saldrá a la venta, por lo menos por estas fechas. Quien sí sacó a la venta su disco fue la vocalista del grupo... como solista, claro está.


El album se llama Mediocre y es un material "pasable" y en partes simple. Los arreglos musicales son buenos y de la voz de Ximena, ni qué criticarle. Lo curioso es que mezcla jazz y rock aunque siempre acompañados del sufijo pop. Nada para sorprenderse pues en el medio lo que importa es vender, así se tenga que renunciar a algunos de los principios musicales (por llamarle de alguna manera) y agregarle uno que otro detallito para su mejor venta. Ejemplos hay muuuchos.


Sin embargo, destacan canciones como "La tina" por su contenido fatalista y algo raro, el cover "Monitor" (original de Volován), "Cambio de Piel" y "un error". Ésta última sobresale, más que por la canción misma, por el registro voz que muestra la cantante.


La verdad ya es ganancia que se le haya dado oportunidad de grabar a una de las tantas personas que sí cantan y que hasta hace poco deambulaba por el mundo "underground", myspace o algo así. Ojalá salgan otros a la luz.


Y para terminar, dejo dos videos (un poco más abajo en esta página) para comparar el antes y el después en cuanto al estilo de música. Es una comparación un poco amañada, pero sirve para ver el contraste.

El antes

Canción: "perro parado"

Y el después

"vidas paralelas"