Foto: Fátima Rodríguez

07 agosto, 2013

Trozos de trazos (del teatro)


PROFESOR: ¿Por qué tiene que venir Pilar?
ESPOSA: Lleva treinta horas viajando, no tiene dónde quedarse, es tu sobrina.
PROFESOR: No me interesa la India.
ESPOSA: Es escritora. Publicó un libro. He leído reseñas muy elogiosas.
PROFESOR: De seguro fue a la India para poner al final de su libro que lo escribió en la India. Los escritores son de una vanidad abyecta. Odio las novelas, ese bazar de lo concreto. Para leer filosofía en alemán basta con conocer conceptos. Para leer literatura en alemán hay que saber cómo se dice pus.
ESPOSA: Las novelas también tratan de otras cosas.
PROFESOR: Sí, también tienes que saber cómo se dice lengüeta del zapato, conejo, pasillo, garbanzo. Los novelistas tienen el narcisismo de la precisión. Creen que si describen gotas de sangre en la pus atrapan la vida. Lo único que hacen es llenar sus páginas de pus. ¡El peso del mundo es abstracto! Olagoitia decía eso.
ESPOSA: Era un genio para los apodos. Al gordo Ceballos le decía La Res Extensa.
PROFESOR: Un chiste para filósofos.
ESPOSA: ¿Te puso algún apodo?
PROFESOR: No que recuerde.
ESPOSA: ¿Te molestó que el Parámetro fuera su adjunto?
PROFESOR: Lo presionaron. Olagoitia era un refugiado, un republicano español muy necesitado. El Parámetro Bermúdez tenía un tío en la Dirección de Migración. Le vendió toda clase de favores a Olagoitia. El maestro nunca tuvo coche. Tradujo a Heidegger en los tranvías. ¿Te das cuenta de lo que eso significa? Hoy en día un filósofo necesita una beca para que se le ocurra una idea. Para el maestro Olagoitia comer en la cantina El Nivel era un lujo. Padeció la guerra, el exilio, el ninguneo. Nadie se acuerda de él.
ESPOSA: Bermúdez editó sus Obras completas.
PROFESOR: La mejor forma de enterrar a un autor. ¡Libros de cinco kilos que no caben en ningún anaquel! Libros para levantadores de pesas. Las obras completas se inventaron para prestigiar al cretino que las compila. ¡Quiero libros! ¡No quiero un bloque de papel del tamaño de un tostador de pan!...

Juan Villoro
Fragmento: El filósofo declara.



Viajar ilustra



El vecino.
Foto: Colonia Roma, Ciudad de México.

Trozos de trazos


Después hay como un hueco confuso, la sangre se fue de Tinti y él de nosotros, los serranos se ofrecieron para enterrarlo, yo me quedé en la cueva descansando aunque olía a vómito y a sudor frío, y curiosamente me dio por pensar en mi mejor amigo de otros tiempos, de antes de esa cesura en mi vida que me había arrancado a mi país para lanzarme a miles de kilómetros, a Luis, al desembarco en la isla, a esa cueva. Calculando la diferencia de hora imaginé que en ese momento, miércoles, estaría llegando a su consultorio, colgando el sombrero en la percha, echando una ojeada al correo. No era una alucinación, me bastaba pensar en esos años en que habíamos vivido tan cerca uno de otro en la ciudad, compartiendo la política, las mujeres y los libros, encontrándonos diariamente en el hospital; cada uno de sus gestos me era tan familiar, y esos gestos no eran solamente los suyos sino que abarcan todo mi mundo de entonces, a mí mismo, a mi mujer, a mi padre, abarcaban mi periódico con sus editoriales inflados, mi café a mediodía con los médicos de guardia, mis lecturas y mis películas y mis ideales. Me pregunté qué estaría pensando mi amigo de todo esto, de Luis o de mí, y fue como si viera dibujarse la respuesta en su cara (pero entonces era la fiebre, habría que tomar quinina), una cara pagada de sí misma, empastada por la buena vida y las buenas ediciones y la eficacia del bisturí acreditado. Ni siquiera hacía falta que abriera la boca para decirme yo pienso que tu revolución no es más que... No era en absoluto necesario, tenía que ser así, esas gentes no podían aceptar una mutación que ponía en descubierto las verdaderas razones de su misericordia fácil y a horario, de su caridad reglamentada y a escote, de su bonhomía entre iguales, de su antirracismo de salón pero cómo la nena se va a casar con ese mulato, che, de su catolicismo con dividendo anual y efemérides en las plazas embanderadas, de su literatura de tapioca, de su folklorismo en ejemplares numerados y mate con virola de plata, de sus reuniones de cancilleres genuflexos, de su estúpida agonía inevitable a corto o largo plazo (quinina, quinina, y de nuevo el asma). Pobre amigo, me daba lástima imaginarlo defendiendo como un idiota precisamente los falsos valores que iban a acabar con él o en el mejor de los casos con sus hijos; defendiendo el derecho feudal a la propiedad y a la riqueza ilimitadas, él que no tenía más que su consultorio y una casa bien puesta, defendiendo los principios de la Iglesia cuando el catolicismo burgués de su mujer no había servido más que para obligarlo a buscar consuelo en las amantes, defendiendo una supuesta libertad individual cuando la policía cerraba las universidades y censuraba las publicaciones, y defendiendo por miedo, por el horror al cambio, por el escepticismo y la desconfianza que eran los únicos dioses vivos en su pobre país perdido.

Julio Cortázar
Fragmento: “Reunión” en Todos los fuegos. El fuego.



La rocola Bloggera: Jovanotti, "Fango".

Trozos de trazos (del teatro)



Es de celebrarse, por ello, que en su primera incursión en la dramaturgia, Juan Villoro haya comprendido, con Muerte parcial, la importancia de la palabra y el hecho de que su idea primigenia no podía expresarse de otro modo que no fuera en el teatro. No novela, no cuento, no crónica. Simple y venturosamente teatro, con todos los peligros y avatares y satisfacciones adosados al género. Teatro como un acto efímero por naturaleza —la edición de una obra sólo la conserva literariamente. Teatro que existe de veras nada más cuando se presenta con actores encarnando personas, ante un público cada noche diferente, capaz de aplaudirlo o de rechazarlo, sometido a la aprobación o a la reprobación de la crítica, también efímera por fortuna. Frente a la cultura enlatada —la música convertida en objeto grabado, la película siempre idéntica, la plástica fotografiada—, la cultura viva, solamente la cultura viva de la que el teatro es la expresión más sublime, nos hace sentirnos vivos junto a quienes la perciben en el momento mismo de su representación.

Con un dejo de pudor personal, termino este prólogo endosando una frase que escribió Rodolfo Usigli luego de presenciar mi primera obra dramática: Bienvenido a l maravilloso infierno del teatro, Juan Villoro.


Vicente Leñero
Fragmento: prólogo de Muerte parcial, de Juan Villoro.