Foto: Fátima Rodríguez

04 mayo, 2014

Trozos de trazos (teatro)

Narrador: Élida se les quedó mirando hasta que su vista no los alcanzó. Ella no lo supo pero sus palabras iban resonando en la mente del muchacho y un eco parecía repetirlas, llenando todo el vacío del abismo, donde al fondo, resignado, reposa Batopilas. Dicen que fueron las más claras y hermosas palabras que una mujer le hubiera podido decir jamás a un hombre. Dicen… todavía, que a veces el viento se revuelve inquieto y sopla y silba entre los riscos rosados de cantera y copia la voz ¡y repite las palabras como si estuviera enamorado! Como si Élida… las hubiera dicho para él.

Entra el silbar del viento en tercer plano. Entra especial en el micrófono de la Élida.

Élida: […] No sé hablar tanto ni tan bonito como usted. Pero sépase que algo muy fuerte aquí, dentro, algo que no sé explicar, porque no sé las palabras que se dicen y las que sé no me alcanzan. Si las juntara todas sería un grito… ¡o una carcajada o un abrazo muy fuerte! Si juntara todas las palabras que me sé… ¡Y las que no me sé! A lo mejor sería nomás un beso… o una mirada encajándose en sus ojos como una espina. Pa’ que la distancia no sea tanta y el olvido no me toque; pa’ que la ausencia no sea cierto y la soledad no me mate. Pero si la distancia fuera mucha y el olvido me borrara; ¡pero si la ausencia fuera cierto y la soledad me aplasta! ¡Y usted vuelve y yo no estuviera! ¡Sépase usted, zutano…, sépase usted, que manque sea debajo de la tierra todavía yo… lo estaré esperando!

Silbar del viento supe a primer plano. Oscuro gradual.


Edeberto ‘Pilo’ Galindo

Fragmento: Río Ánimas




03 mayo, 2014

La ciudad que escala tu mirada
No es la misma que miraron tus abuelos
Los que te enseñaron a ver en el río
la tarde vertical que invierte el agua
y el tren en la estación segura
y la seguridad de bajar en algún lado
Más allá de los primeros pasos
y el viento que empuja las palabras
hay un puñado de pasto al que aferrarse
Con los ojos apretando ese recuerdo
que no es tuyo
Esa calle que sostiene la retina
Y que se alarga como un tren interminable
es la misma que  se suelta de repente
contra la voluntad, a desmemoria
resbala por la cara y va trazando
Surcos para el barco que recorre
 esta ciudad a la que no se vuelve
 No había estación donde bajar
                                   Todos mentían. 

Paula Simonetti


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