Foto: Fátima Rodríguez

23 junio, 2011

Diálogo por la paz


Conviven el espanto y la lluvia. Conviven la rebelión y el tedio. Conviven la muerte y las palabras. La muerte, que sólo a silencio suena, convive con el ruido, pero también con el deseo de paz y la búsqueda de justicia. Ojalá.

Ayer, en México, se dio un encuentro, inusual, llamado Diálogo por la Paz. Los mexicanos hemos sabido del estremecimiento, el desconsuelo y al tiempo la esperanza de quienes estuvieron en Chapultepec en el encuentro del presidente Calderón con víctimas de la violencia al frente de quienes está el escritor Javier Sicilia. Oyendo el testimonio conmovedor y elocuente de hombres y mujeres que contaron ahí sus pérdidas, su dolor y la respuesta sorda del mundo al que apelaban.

Inevitable y obligado oír estas historias, aceptar que existen, aunque nos lastime y desespere conocerlas. Y luego, sin duda, acompañar esta aflicción. Y esta búsqueda.


Ángeles Mastretta

Tomado de: http://lacomunidad.elpais.com/puerto-libre/posts


04 junio, 2011

Segunda Carta

Soñamos soledad y la soñamos siempre contra alguien, para demostrar algo. Distinto es dar los pasos hacia la soledad al final de una vida. Entonces no es el sueño, entonces es ir apagando las luces de las habitaciones hasta que quede una y nada más. Distintos, sí, los pasos y los convocamos a nuestras huestes para el reagrupamiento. Soñamos soledad igual que un desafío.

Nos daremos cuartel para después seguir. La soledad es siempre para después y por eso los muertos no nos sirven. Los muertos pueden hacer, a veces, compañía, pero en el álbum de fotos de la soledad, en los acantilados, en las ciudades extranjeras, en las montañas que proyecta el lado frío de la almohada no aparecen los muertos sino los ojos de los vivos contra los que apostamos.

Soñamos soledad no para remediar los tímidos errores sino porque ellos, los tímidos errores, los insignificantes, nos han puesto en el disparadero. Se ha sonrojado el rostro en mitad de la noche reviviendo la equivocación es entonces cuando ambicionamos un cambio de registro, un logro tan alto que los errores ridículos pierdan relevancia, se desdibujen, se lleguen a extinguir. Los muertos no nos sirven, los muertos no verán ese logro tan alto. Acaso ellos nos den algo de aliento en la consecución del gran propósito. Pero soñamos soledad contra los ojos de los vivos que sin saberlo, a veces, nos retaron.

Yo sueño soledad que es como soñar hazañas. Usted que lee estas cartas porque se lo han pedido y quizás porque busca el interés humano, usted es el garante de mi acción peligrosa. ¿Pero y si no las lee? No, no debo pensar en eso. Al fin y al cabo tiene el amor, y tiene la promesa de que algo va a pasar. ¿Que no es bastante, dice usted, y ríe? ¿qué quiere violaciones frases sobre el alma y frases sobre los programas de la televisión? Los siento. No tengo tiempo. Me aferro a los detalles y luego a la teoría. Oí que lo cantaban en un disco: “Si un tren va de su a norte a 80 kilómetros por hora y otro tren va de norte a sur a la misma velocidad y un grifo da 15 litros de agua por minuto: ¿cuánto tarda el tren en ahogarse en el estanque?, ¿qué edad tiene el revisor…?”

Mi vida y la teoría. O lo toma, o lo deja. Si lo toma, vea lo que pasó. Estábamos, se acuerda, en la cafetería. Era la cuarta vez que nos veíamos, ¿cómo advertir tan pronto que tocarás y que serás tocada? Un olor, me dirá, feromonas, el animal que llama más allá de los datos. Sin embargo, yo estaba lejos, cinco metros, calculo, el olor de tostadas y de plancha anulando cualquier otro. Él era mi enemigo. Mi enemigo sin armas, mi enemigo, se entiende, en un clima de buena educación. Él era el poderoso en la medida en que representaba al equipo de los grandes, aviones y suplentes, regalos, primas, fichajes millonarios. Mi equipo, mi país, apenas si tendría un pálido autobús.

Él era el que pisaba tierra firme pero yo vi su zona vulnerable, su talón al desnudo. A lo mejor, entonces, fue puro narcisismo: si puedes auxiliar al poderoso es que eres aún más poderoso. Admitamos que, por narcisismo, ya en ese instante quise su excitación y eso que llaman abandono. Pero no hubo sólo narcisismo. Hubo secreto, prohibición, hubo desigualdad.

Nos sentamos y ahí estaba, el temblor, el temblor, mi deseo y el suyo silenciados. Es la desigualdad, es el obstáculo lo que acelera el pulso y no, como tanto nos dijeron, porque el obstáculo comporte peligro y aventura sino por la creencia: porque si al fin se ama al que es tan diferente y no hay motivo, interés, facilidades, entonces es que tal vez el amor sea, quiero decir, exista; entonces es que tal vez haya lugar para el romanticismo, para creer en algo inmaterial que impulsa a la materia, que la mueve y por eso cuanto más desiguales los amantes más cerca del milagro de ser otros, más cerca de creer en el milagro, quiero decir.

En contra de las leyes del sentido común una fuerza acerca sus cuerpos y esa fuerza, lo juran, les hará diferentes, les sacará del mundo, les estremecerá de dicha, de voluntan contenida y extensible.

No había ya guerra fría en el planeta pero sí un resto de aquel enfrentamiento entre algunos países, entre el país del agregado y el mío. Los amores desiguales hacen suyo el obstáculo y lo invierten, como en esos dibujos animados donde un avestruz o el gato invierten la trayectoria de una bala haciendo de aquello que habría de destruirles su mejor ataque. Supongo que los dos lo habíamos pensado.

Así fue el primer día en el que las rodillas tendían a estrellarse una contra la otra debajo de la mesa, pero se contuvieron. Así fueron las manos y los ojos y las bocas a uno y otro lado de la mesa. De este modo empezábamos, hace ya algunos meses.

Hoy he vuelto a mirarle sin que él me viera a mí. Con unos prismáticos, he entrado en un portal cercano al de su casa y me he subido al sexto. Las ventanas de los descansillo dan al callejón por donde siempre pasa cuando no viene en coche. Yo estaba allí apostada como si quisiera dispararle o tal vez cubrirle. Ha pasado a su hora, le he visto en el doble arco de los primáticos igual que a una minúscula figura de cine mudo y parecía que andaba un poco a cámara rápida.

Si tuviera que elegir mi fantasía de amante, aquello que se busca, no sería el desnudo en los maizales, ni un marido ideal, ni el príncipe en su caballo blanco; sería en cambio cualquiera de esas criaturas, grillos, genios, a sabe, que se aparecen, y entonces, se diría, te pueden proteger. Es posible que yo subiera para eso, para velar por él, para poner en él la rara convicción de que durante unos segundos desde la altura le han mirado con deseo. Pero ahora pienso que a lo mejor subí para el descrédito: para verle cruzar, diminuto, a cámara rápida, para imaginarme ahí a su lado; diminuta, a cámara rápida: dos figuras insignificantes, dos cómicas figuras que, cuando el amor termine, nadie recordará.

Y es que parece que va a terminar. Hay señales: la bombilla fundida, los agravios, el sol que da en el folio, este lugar al margen desde donde escribo, su cuarto o dondequiera que usted se encuentra ahora y mi salón con mesa y con ventana unidos en un tiempo imposible que yo sustraigo, con el que yo traiciono, un tiempo que ya no quiero compartir con el hombre que amo.

En cuanto a usted, usted que me ha retado sin saberlo, le diré mi desafío, la apuesta que le hago y que consiste en impugnar los sueños, los suyos y los míos, los providenciales, los fragorosos, impugnarlos, impugnarlos antes que el amor termine.

Besa el cristal de su ventana,

Laura Bahía

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Fragmento: El lado frío de la almohada

Belén Gopegui