Letras fallidas
Una historia redonda
El trazo urbano de la Ciudad de México ha sido un producto
y una consecuencia de la dinámica de su población. Desde épocas prehispánicas,
las vías capitalinas han provocado lo mismo asombro que pavor o admiración. “Es
como un mareo de los sentidos, como un sueño de Brueghel” escribió Alfonso
Reyes, en su Visión de Anáhuac, al
explicar la reacción de los conquistadores en Tenochtitlan, a pesar de haber
estado antes en urbes como Constantinopla y Roma.
Cuesta admitir que las “alegorías de la
materia” —siguiendo con las líneas de Reyes— con frecuencia ya no cobran un
calor espiritual, no obstante, llegan a generar una sensación surrealista del
entorno. La admiración de la metrópoli, por ejemplo, ya no se da ante el
encuentro con las avenidas y los canales de perfecto trazo, sino frente al
descubrimiento del prodigio de dos calles —Río Churubusco y Plutarco Elías
Calles— que se cruzan entre sí en dos puntos distintos de la ciudad.
Si la parte antigua de París está delineada a
modo de una mitad de naranja, con origen en el Arc de Triomphe, el Distrito Federal se organiza en círculos
concéntricos —más al estilo del infierno alighieriano— donde, acaso, la primera
circunferencia interior se constituye por la calle Ámsterdam, en la colonia
Condesa. El otrora hipódromo de la Hacienda de la Condesa es también punto de
partida y espacio de desenvolvimiento de la última novela de Juan Villoro.
Llamadas
de Ámsterdam es, en palabras del autor,
una historia redonda. Sí por la calle en la que sucede; igualmente por su
estructura: empieza y se extingue con una llamada telefónica. Las vidas de Juan
Jesús y Nuria Benavides vuelven a tener algo que ver gracias a la fibra de
vidrio, a las tarjetas telefónicas y a un heraldo —conocido común de los
protagonistas— que paga y cobra las facturas del hecho de vivir en la ciudad
asentada sobre el Valle de Anáhuac.
El monto apostado años atrás por Juan Jesús en
una decisión en la que se jugó un futuro común con horizonte prometedor, y que
vio perdido un día en la plaza de Coyoacán, parece recuperado en parte,
justamente en aquella calle sobre la cual los cascos de caballos definieron la
fortuna o desgracia de varias personas en épocas pasadas. En el relato, el
azar, que Villoro sugiere sigue corriendo sobre este circuito capitalino,
otorga a la palabra Ámsterdam un
paralelismo espontáneo —algo así como el segundo piso del periférico— y genera
una sensación ficticia de empate desincronizado.
Paralelismo del que están empapadas algunas
frases sueltas o comunes dentro de los diálogos de la historia, que van desde
un “eres como yo” que pudiera referirse a la peculiaridad personal de no saber
dónde se deja un paraguas y que a la vez remite a Juan Jesús a un papel
subordinado en el rol familiar que tuvo, hasta un “te oigo bien” que no precisa
si concierne a la calidad del sonido de la llamada telefónica o al destino del
personaje.
Como en buena parte de su obra, el autor de El testigo (2005) y De eso se trata (2008) se sigue dedicando a narrar la ciudad en la
que el aire alguna vez brilló como espejo
y en la que ahora los niños no usan en sus dibujos el azul para el mismo aire,
sino el gris o el café celeste.
Llamadas
de Ámsterdam es un relato breve, producto
y consecuencia de la dinámica de la ciudad, en el que los tiempos de Nuria y
Juan Jesús (un pasado incompleto y un futuro imposible) se diluyen en un
paralelismo, un espejismo casi necesario, y corren en círculo sobre una pista
donde en una ocasión se apostó el todo y el resto.
Villoro, Juan, Llamadas
de Ámsterdam, México, Editorial Almadía, 2009.
Gibrán Domínguez
Comentario: Esta reseña y el artículo que abajo se puede leer, se publicaron en 2011 y en 2012 (según recuerdo) en la revista digital Adefesio.com. La publicación ha crecido, cambió de diseño, ha mejorado, pues, (ahora se llama Prometeus Magazine) y varios textos fueron "descolgados" de la red. Ahora los cuelgo aquí para volverlos a poner en circulación.
Comentarios