Las sombras que perduran
Elena
Garro en el tiempo literario mexicano
que nadie creerá el incendio
si el humo no da señales
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
Aunque… he adquirido el
talento de pintar monstruos,
el discurso hará ver que
no hago aquí
sino copiar los originales
Fray
Servando Teresa
de Mier
La obra artística de cualquier autor multiplica sus vértices
cuando es observada desde el lente de su biografía. Conocer las
circunstancias personales, el contexto político, las condiciones materiales, nos permite
identificar en su trabajo algunos de los rasgos cotidianos del artista, así como acercarnos
y conocer diferentes perspectivas de aquello que lo motivó, lo influyó, a
realizarlo. Pensar que toda obra es autobiográfica significaría
despreciar la creatividad; considerar que toda creación es
absolutamente independiente de los acontecimientos individuales o colectivos
resulta ingenuo. De tal forma que gran parte de los trabajos de Kahlo no se
entenderían sin el trágico accidente que la marcó desde su
juventud, ni la desaparición por las alturas de Remedios, la bella —entre
sábanas flotantes—, pudo haberse dado sin el evento fortuito de un chocolate
espumoso, que se bebió Gabriel García Márquez poco
antes de redactarla.
Difícil es encontrar en la literatura
latinoamericana del siglo XX otro caso como el de Elena Garro, donde los límites entre
la narrativa y la vida personal se presentan de manera tan difusa, y los estudios
sobre ambas parecieran empeñarse en hacer de los contornos todavía más
imprecisos. Aún más complicado: hallar otro autor cuya calidad se
haya reconocido de manera casi unánime y que su lugar en la literatura nacional,
e incluso regional, se fuera relegando de a poco a un puesto secundario y
discreto.
“Es la mejor escritora de México”, fue
la declaración que Octavio Paz hizo de su trabajo. “La
literatura era una antes de Elena Garro y es otra después de ella”
manifestó Emmanuel Carballo. Borges la describió como la “Tolstoi
de México” y los más moderados la ubicaron sólo por
debajo de sor Juana Inés de la Cruz en el podio de las letras
femeninas mexicanas, acaso como un gesto de respeto a la historia y su
distancia. No obstante, para llegar a Elena aún hoy el lector
debe de pasar antes por un sendero marcado por sombras.
En efecto, pocos como Garro:
irreverente, contradictoria y elocuente, seductora, bella, desafiante y de una narrativa
extraordinaria. En una palabra: admirable. Tal vez sea ésta la razón por la
que las publicaciones que se han realizado en torno a ella, han terminado por
considerarla como uno de sus personajes, como una más de sus creaciones.
Salvador Dalí, por ejemplo, hizo deliberadamente de sí mismo uno
de sus trabajos más acabados, Elena no y no era, ni mínimamente,
su intención. Aún así, la predisposición persiste en muchos,
como en Christopher Domínguez,[1]
quien en 2006 escribió: “La vida y la obra de Elena Garro
encarnan la leyenda más asombrosa y problemática del tiempo literario mexicano.” Ser y objeto como
uno solo, sin bordes que los contengan.
Además de sus
cualidades como escritora, Elena Garro llamó la atención de muchos por otros motivos personales. El matrimonio con
Octavio Paz —“única tierra que
conozco y me conoce, / única patria en la que creo” le escribió el poeta—, el
amorío con Adolfo Bioy
Casares —“Elena, la más feliz aventura de la creación”—, su cercanía y compromiso con la clase campesina —la güerita que “quería enseñarnos a leer y a
escribir para que pudiéramos defendernos”—, su amistad y admiración hacia Carlos
Madrazo, líder del entonces
partido hegemónico, su actitud
tan increpadora como crítica hacia la clase intelectual del país —de la que, por
supuesto, no se consideraba parte—, los documentos oficiales que la involucran
como supuesta informante de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) durante el mandato de Díaz Ordaz. Por último, el
autoexilio y sus interpretaciones.
Con
antecedentes como éstos resulta fácil, casi subsecuente,
tergiversar los límites e incluso aventurar
una actividad inversa: describir al autor a partir de sus textos. Así, Delia Galván, en La ficción reciente de Elena Garro 1979-1983, apunta:
Su obra reciente es
de fuerte denuncia de lo que hacen sus personajes masculinos con las mujeres
que se oponen a someterse. Los cinco textos estudiados son un ejemplo claro del
proceso que va de la libertad con la actividad de los personajes femeninos al
sometimiento y pasividad, para volver paulatinamente y con grandes dificultades
a la actividad. El ciclo así planteado, presenta personajes femeninos débiles y fuertes
que en conjunto son ejemplo para el lector, visto desde la perspectiva de la
experiencia de la escritora. La contribución de Garro en situaciones como las que plantea, es la de
proponer la acción en sus
personajes femeninos, su independencia como seres humanos, su libertad…[2]
De
igual forma, en Andamos huyendo, Elena,
un trabajo bien documentado en el que se afirma que los personajes femeninos de
los relatos de Garro tienen en la huída una constante, Liliana Pedroza concluye:
Así pues, dichas
mujeres, protagonistas de sus propias historias y concebidas por una escritora
igualmente transgresora, desafiarán cada una en el terreno que les corresponde, el real o
el de la ficción, aquello a lo
que son sometidas. Huyen para encontrarse a sí mismas o para ser reinventadas por
el otro que las evoca […] Ellas escapan de algo o de alguien, no importa qué. Incluso, para su
propósito, no importaría inventar un
persecutor inexistente.[3]
Sorprende
aún más toparse con
trabajos como los de Rhina Toruño, quien en Cita con la
memoria afirma:
Elena Garro tenía la costumbre de recurrir a lo autobiográfico al escribir
sus novelas… En la novela Un traje rojo para un duelo el personaje
Irene (representa a Helena Paz) dice a Natalia (Elena Garro): “¿Por qué no te vas con
Juan? [Bioy Casares], le pregunté. Ella me miró en silencio y le repetí la pregunta”… En la misma
novela, elimino la frontera entre la ficción y la realidad y considero al personaje Gerardo como
Octavio Paz, quien explica a la hija Irene (Helena Paz), por qué no dejó ir a Natalia
(Garro) con el suramericano.[4]
En el
primer caso, Galván formula que en
los relatos de Garro se pueden identificar moralejas o parábolas en las
historias de personajes femeninos sometidos, “visto desde la perspectiva de la
experiencia de la escritora”, como si la finalidad de la narrativa fuera la
pedagogía y no la
literatura misma. Pedroza, por su parte, describe a los mismos personajes
femeninos y localiza en todos ellos la necesidad de huir: es cierto, todas
ellas son inasibles en algún grado, pero no todas huyen. Toruño llega al extremo de eliminar “la
frontera entre la ficción de la realidad” y se arroja a comprender (sin fortuna) un momento
de la vida de Garro desde un fragmento de una de sus novelas. Las propuestas buscan
retratar a la autora desde su ficción —o peor aún, mitificarla. El hecho podría equipararse a intentar
describir la esclerosis de Juan García Ponce buscando síntomas en sus cuentos o la esquizofrenia de Leopoldo María Panero hurgando
rastros en su poesía, y considerarlo
meritorio.
Elena
admitió que Los recuerdos del porvenir fue su novela
más cercana a la
autobiografía, pero no porque
quisiera hacer descubrir sus pasos en las huellas de Isabel Moncada —como otros
tantos se han empeñado en ver. Al
crear su Ixtepec, surgió el poblado al cual trasfundir el Iguala de su niñez, el sitio donde
pactar una tregua con la nostalgia.[5]
Otra
ficción, la de la
locura, ensombrece el trabajo narrativo de Garro. De nuevo Domínguez Michael plantea:
“Ninguna locura tiene tanto método como la de Garro”, o bien “…estamos ante un archivo cuya lectura
deja una imagen escalofriante del infierno de Garro, a quien habrá que admirar en
adelante por haber dejado, pese a la locura, una obra extraordinaria.”
Otra
Elena, Poniatowska, quien también fue deslumbrada por su encanto —“Elena volvía mágico todo lo que
tocaba”, dijo la periodista— la describe como “contradictoria a más no poder”. Pero
añade:
Estimulante, fue
siempre el centro de la conversación […] Se crecía a la hora de la discusión, alzaba la voz y hablaba a veces como el oráculo de Delfos […] Verla crecerse
en el escenario era un espectáculo grandioso porque, un minuto después, Elena volvía a adquirir la
voz baja y frágil que conseguía que todos los
que querían oírla se acercaran a
ella, porque sus juicios sibilinos y mordaces hacían las delicias del mundo
intelectual.[6]
¿Cuál fue entonces el punto,
el momento, que dio lugar a que el anonimato colectivo y certificado
diagnosticara su locura? ¿El divorcio con Paz, el enamoramiento con Bioy Casares, el
movimiento estudiantil del 68 y su trágico desenlace, la muerte de Carlos Madrazo, su tendencia
a sentirse asechada, la adopción desmedida de gatos o la transición en sus novelas del realismo mágico a un
dramatismo casi insoportable? El trabajo plástico de Picasso atravesó por distintas etapas bien definidas
y no convierte al artista en un incongruente. La conocida discusión académica entre Enrique
Dussel y Horacio Cerutti no hace de ellos un par de obsesivos. Paz también “veía enemigos por
todas partes, y esto le amargaba la vida”, según contó Antonio Alatorre.[7]
Los gatos de Carlos Monsiváis eran, incluso, parte de su carisma. La relación con el escritor
argentino tuvo mucho de lindura literaria: el encuentro de dos autores de obras
perfectas (Octavio Paz calificó así a Los recuerdos del porvenir y Borges, a La invención de Morel). Aparte debe ubicarse el
movimiento del 68, pues marcó la vida de un país entero.
Es
casi una redundancia decir que este año representó el inicio de la ruptura del sector intelectual con el
gobierno corporativista del PRI. Elena Garro rompió de tajo la relación y no sólo eso: señaló a los propios
intelectuales como responsables de mandar a los estudiantes al matadero, por
respaldar y alentar las ideas del movimiento: “Que hablen ellos, los que lanzaron
a los estudiantes a la calle. Ahora se murieron los muchachos y ellos están escondidos
debajo de la cama”, dijo. La postura de Garro debe ser entendida como una réplica a las
acusaciones que Sócrates Campos
Lemus había hecho ante la
prensa días después de la matanza de
Tlatelolco, en las que fue señalada (junto a Carlos Madrazo, Braulio Maldonado y otros) como responsable
de orquestar el movimiento estudiantil. El 7 de octubre del 68 aparecerían en los diarios las
declaraciones de Garro. Sin embargo, las notas periodísticas no
coinciden en los nombres que supuestamente Elena había dado a los
reporteros; inclusive Excélsior no hace mención de ninguno.[8]
No obstante, el asunto hizo que especialmente el grupo de intelectuales y
artistas la tachara de traidora y delatora, aunado al vínculo
(posiblemente oficial) que sostenía con la DFS y a la explosividad de sus palabras: “¿Por qué si deseaban una
revolución no tenían un programa
revolucionario. Más que a un Madero
deseaban un Victoriano Huerta”, espetó la escritora. José Luis Cuevas la llamó loca; la palabra hizo eco y las repeticiones perduran incluso
en nuestros días.
Ocurrirían después el accidente en
el que muriera Carlos Madrazo, que vendría a espesar más el ambiente de crisis política y social de México, y las
reuniones secretas con estudiantes quienes, según la propia Elena, le advirtieron
que había planes de
matarla. Tales circunstancias hicieron que Garro decidiera dejar el país en 1972.
(Era 1974 cuando Elena Garro apuntó en su
diario: “Hoy, hace también dos años, en este día que era jueves, estaba preparando mi huida de México. Raúl Urgillez me había dicho que iban a
matarme.” El periodista Rafael Cabrera realizaría en 2011 una entrevista a Raúl Urgellés —y no
Urgillez como escribiera Garro—, en la que éste comentó sorprendido: “Nunca supe de una
conspiración para matar a la señora Garro, eso sería algo
muy grave. Pero sí pude decirle que por los problemas en que estaba metida, su vida
corría peligro
y podrían
matarla. Pero nunca para asustarla. Nunca pensé que yo tuviera
una responsabilidad así”. Cabrera agrega: “En su cuerpo se aprecia un dejo de pesadumbre. De la afabilidad
de minutos antes, ahora luce malhumorado y su voz se vuelve seca, como si
muchos años le hubieran caído de golpe”).
El
exilio autorrecetado vino acompañado de quimeras: el diagnóstico del cáncer de su hija,
el desempleo en el extranjero, la falta de dinero (hay quienes afirman que se
debía más a su dispendio
que a la ausencia de apoyo económico), una larga andanza de Nueva York a Madrid, de Madrid a París, y un deseo
prolongado de no regresar a México. En 1976, en una carta dirigida a la persona que se había hecho cargo de
recoger y almacenar sus pertenencias el año que dejó el país y a quien todavía adeudaba, escribiría: “Sé que le debo dinero por el almacenaje […] estoy pasando por un verdadero calvario, a mi hija
la operaron por cuarta vez este año que termina y ahora está escupiendo sangre. Es decir, tose y
echa chorros de sangre […] y yo no tengo ni para darle de comer, estoy desesperada pues hace ya
más de 8 años que no trabajo y que llevo una vida que no le deseo ni a mi peor
enemigo.”[9]
Vuelve
a presentarse en ese momento un vacío que los distintos trabajos no cubren ni parecen
siquiera tomar en cuenta. Elena Garro optó por el exilio, que prolongó durante años, por
determinación propia. Sin
embargo, da la impresión que, junto con la escritora, a las novelas, los cuentos, los
textos dramáticos y los
reconocimientos también los expatriaron. ¿Cómo pudo “la Juan Rulfo femenina”, la creadora del “mejor cuento
de la literatura producida por mujeres en México” —Sergio Pitol lo dijo—, pasar prácticamente
inadvertida durante años? ¿Qué pasó para que su obra —la
de su primera etapa, la de su mejor etapa— se fuera cubriendo poco a poco de
olvido? Entendible para la década de los setenta pero ¿y después? ¿Por qué los programas de
educación pública, en los que
se cita a José Emilio Pacheco,
Carlos Fuentes, Octavio Paz, Rosario Castellanos, Juan Rulfo, ni se la menciona?
¿Por qué ante la buena
acogida del novedoso realismo mágico plasmado en los Cien años de soledad no repuntaron Los recuerdos del porvenir? ¿Persistiría el encono por
parte del gremio intelectual y editorial, así como del sector gubernamental? ¿Por qué es una de las
escritoras mexicanas más estudiada en los Estados Unidos y no en México? ¿Cabía realmente encasillarla
como loca?
A
partir de estas preguntas se puede sugerir una hipótesis. La
explicación se encuentra en
el absurdo: la locura que le fue declarada a la escritora por un consenso anónimo, le fue también diagnosticada a
su literatura. La demencia como un sitio cómodo y sombrío en donde se les archivó por razones extrañas o sinrazones. Aquellas
contradicciones que la volvían fascinante (como cuenta Poniatowska) se volvieron de pronto en
su contra: si un acta oficial del registro civil no ha permitido hasta el
momento poder determinar el año del nacimiento de Elena —Patricia Rosas Lopátegui asegura que 1916,
Poniatowska que 1917, Garro misma que 1920—, para qué haría falta una
constancia que diera cuenta de su esquizofrenia. Se afirma y punto, sin
responsables. Absurdo, porque si en el siglo XIX el hecho de haber confirmado
en la emperatriz Carlota Amelia de Bélgica un trastorno mental —hay evidencia de ello— dio pie
a un sinnúmero de trabajos
de investigación y literarios (que
culminó en la redacción de Noticias del imperio, un libro
extraordinario), la supuesta locura de la mejor escritora mexicana del siglo XX
—determinada continuamente desde su ficción— sólo ha ocasionado la reiteración de lugares comunes.
El
mismo exilio sirvió para que los que
la vieran partir, declarándola demente, no encontraran en sus textos posteriores a 1968
sino la reseña de sus andanzas
y el esbozo de sus fantasmas. Sombras bajo las sombras. Ni un espacio donde
pudiera instalarse la duda.
En
abril de 1969, Bioy Casares apuntaría en una carta para Elena: “¿Recuerdas que en el
Théâtre des Champs Elysées, en el 49, la
primera noche que salimos, me dijiste que sentías gran respeto por los que huían?”.[10]
La huída era, pues, un
interés de la escritora,
anterior a su supuesta locura. Podríamos concederle al menos la probabilidad de que en sus
textos se permitiera, además, ensayar tal idea y no únicamente transcribir, en tercera persona, sus memorias. “La
privatización de todas las cosas
encuentran su paradójica contrapartida en la desprivatización de la intimidad”, anotó José Emilio Pacheco en
uno de los inventarios que dedicó a Octavio Paz.[11]
Hay
que recordar que sobre Garro, Emmanuel Carballo, categórico como era,
también advirtió: “…si la comparas con
Rosario Castellanos, Elena Poniatowska, Inés Arredondo, Nellie Campobello, Silvia Molina o Ángeles Mastretta,
pues serían, en el lenguaje
cortesano, las camareras de su Majestad Elena Primera.”[12]
El
lugar de Elena Garro en el escenario y en el tiempo de la literatura mexicana, en
particular, y latinoamericana, en general, permanece en una especie de limbo,
que encuentra en sus propias letras una descripción aproximada: “Quedé afuera del tiempo, suspendid[a] en un lugar
sin viento, sin murmullos, sin ruido de hojas ni suspiros. Llegué a un lugar
donde los grillos están inmóviles, en actitud de cantar y sin haber cantado
nunca, donde el polvo queda a la mitad de su vuelo y las rosas se paralizan en
el aire bajo un cielo fijo.”
Le sucedió a Elena que
recurrió y acogió al tiempo en su prosa, Elena que lo alteró bajo fórmulas distintas:
en Ixtepec la noche se detuvo para que Felipe Hurtado pudiera escapar de su
muerte y llevarse a Julia del pueblo; en Un
hogar sólido las épocas de la historia se definen para resolver
las relaciones de ultratumba que sostienen los personajes; en La culpa es de los tlaxcaltecas, los días oscilan desiguales
entre la caída de Tenochtitlan y el presente una y otra y
otra vez, fracturando los siglos y el espacio, de tal modo que no se puede sino
recordar a La noche boca arriba pero sobre
todo a El otro cielo de Julio Cortázar; en ¿Qué hora es…?, los últimos meses de vida de la joven Lucía Mitre se
trastornan, esperando la llegada del amante a una hora precisa —las nueve y
cuarenta y siete—, en un hotel de París.
Sobre el tiempo, Octavio Paz y Elena Garro tienen mucho que
decirnos. En la poesía de Paz se puede encontrar: “Conciencia y
manos para asir el tiempo / soy una historia / una memoria que se inventa”; mientras
que en la prosa de Garro se lee: “La veo, me veo y me transfiguro en multitud
de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy
memoria y la memoria que de mí se tenga.”. Si Paz sentencia: “El presente es
perpetuo”, Garro escribe implacable: “el tiempo se ha vuelto de piedra”. En Piedra de Sol Octavio acuña: “los dos
se desnudaron y besaron / porque las desnudeces enlazadas / saltan el tiempo y
son invulnerables”; en La culpa es de los
tlaxcaltecas Elena añadiría: “Allí supe… que el tiempo y el amor son uno solo”.
Es curioso por tanto que a Garro, sus
críticos, basados en la anécdota, las circunstancias y en odios heredados,[13]
terminaran por pretender condenarla y reducirla a un periodo preciso de tiempo,
un punto sin retorno. Como si estuvieran conjurando sombras. No intentan
siquiera comprender (acaso no quieren o no pueden) su obra desde sus múltiples contextos
y relieves.
Un día —escribió Elena
Garro en 1967—[14] volveremos
a ese orden del juego sin chequeras, sin intrigas, triunfos o derrotas […] El tiempo
no existe, ni tampoco nosotros, apenas somos un segundo ilusionado.
Gibrán Domínguez López
gibran.dominguezl@gmail.com
Fuentes
-Bibliográficas:
Cabrera,
Rafael. “Elena Garro y el 68, la historia secreta”. Tesis de licenciatura,
Universidad Nacional Autónoma de México, 2011.
Galván, Delia. La ficción reciente de Elena Garro. México:
Universidad Autónoma de Querétaro, 1988.
Garro,
Elena. Los recuerdos del porvenir. México, Joaquín Mortiz, Ed. Planeta: 2010.
——————, La semana de colores. México: Editorial Porrúa, 2006.
Landeros,
Carlos. Yo, Elena Garro. México:
Lumen, 2007.
Monsiváis, Carlos
(comp.). Lo fugitivo permanece. 20 cuentos mexicanos, México: Editorial
Cal y Arena, 1990.
Pedroza,
Liliana. Andamos huyendo, Elena. México: Fondo Editorial Tierra Adentro, 2007.
Poniatowska,
Elena. Las siete cabritas. México: Ediciones Era, 2000.
Toruño, Rhina. Cita con la memoria. México: Ediciones Eón, 2014.
-Hemerográficas:
Adame, Ángel
Gilberto. “La boda de Elena Garro y Octavio Paz”. Letras Libres, 3 de junio de 2014, http://www.letraslibres.com/blogs/polifonia/la-boda-de-elena-garro-y-octavio-paz
, (Fecha de consulta 12 de enero de 2015).
Alatorre, Antonio. “Octavio Paz y Yo”. Revista el Malpensante, Núm. 28,
Febrero-Marzo de 2001, http://w.elmalpensante.com/articulo/2516/octavio_paz_y_yo, (Fecha de
consulta: 3 de abril de 2014).
Beltrán del Río, Pascal. “Cartas de Adolfo Bioy Casares a Elena Garro”. La Nación. Suplemento cultural, (3 de diciembre de
1997).
Cabrera Hernández, Rafael, “La desconocida historia de la fuga de
Elena Garro”. EmeEquis, núm. 309, (agosto de
2013).
Domínguez
Michael, Christopher. “El asesinato de Elena Garro, de Patricia Rosas Lopátegui”. Letras libres, núm. 94,
octubre de 2006. http://www.letraslibres.com/revista/libros/el-asesinato-de-elena-garro-de-patricia-rosas-lopategui?page=full
(Fecha de consulta: 11 de febrero de 2014).
Garro,
Elena. “De Elena Garro para Paco”. Nexos,
1 de noviembre de 2014, http://www.nexos.com.mx/?p=23058 (fecha de consulta: 10 de diciembre de
2014).
Pacheco,
José Emilio. “Una amistad literaria: Alfonso Reyes y Octavio Paz”. Proceso, Edición especial
núm. 44 (Marzo, 2014).
Poniatowska, Elena. “Una biografía de Elena Garro”.
La Jornada Semanal, suplemento cultural, Núm. 602, 17 de septiembre de 2006, México.
[1] Domínguez Michael, Christopher, “El asesinato de Elena
Garro, de Patricia Rosas Lopátegui”, Letras
libres, núm. 94, octubre de
2006, http://www.letraslibres.com/revista/libros/el-asesinato-de-elena-garro-de-patricia-rosas-lopategui?page=full (Fecha de consulta: 11 de febrero de 2014).
[2] Galván, Delia, La
ficción reciente de Elena Garro, (México: Universidad Autónoma de
Querétaro, 1988), p. 164.
[3] Pedroza, Liliana, Andamos
huyendo, Elena, (México: Fondo Editorial Tierra Adentro, 2007).
[4] Toruño, Rhina, Cita
con la memoria, (México: Ediciones Eón, 2014), p. 42.
[5] Al respecto, es recomendable remitirse a la entrevista que
Carlos Landeros hiciera a Elena Garro, y que titulara ‘El exilio me ha
anulado’, la cual fue publicada por primera vez en El Excélsior, en 1989.
Landeros, Carlos, Yo, Elena Garro,
(México: Lumen, 2007), pp. 115-144.
[6] Poniatowska, Elena, “La partícula revoltosa”, en Las siete cabritas, (México: Ediciones
Era, 2000), p. 120.
[7] Alatorre, Antonio, “Octavio Paz y Yo”, Revista el
Malpensante, Núm. 28, Febrero-Marzo de 2001, http://w.elmalpensante.com/articulo/2516/octavio_paz_y_yo, (Fecha de consulta: 3 de
abril de 2014).
[8] Cabrera, Rafael, “Elena Garro y el 68, la historia
secreta”, (Tesis de licenciatura, Universidad Nacional Autónoma de México,
2011), p. 82.
[9] Cabrera, Rafael, “La desconocida historia de la fuga de
Elena Garro”, Emeequis, núm. 309
(agosto de 2013): pp. 23-29.
[10] Beltrán del Río, Pascal, “Cartas de Adolfo Bioy Casares a Elena
Garro”, La Nación. Suplemento cultura, (3
de diciembre de 1997) .
[11] Pacheco, José Emilio, “Una amistad literaria: Alfonso Reyes
y Octavio Paz”, Proceso, Edición
especial núm. 44 (Marzo 2014): p. 60.
[12] Poniatowska, Elena, op,
cit.
[13] Al respecto, vale la pena leer la réplica que Liliana
Pedroza hace al artículo “La boda de Elena Garro y Octavio Paz” de Ángel
Gilberto Adame. Letras Libres, 3 de
junio de 2014, http://www.letraslibres.com/blogs/polifonia/la-boda-de-elena-garro-y-octavio-paz (Fecha de consulta 12 de enero de 2015).
[14] Garro, Elena, “De Elena Garro para Paco”, Nexos, 1 de
noviembre de 2014, http://www.nexos.com.mx/?p=23058 (fecha de
consulta: 10 de diciembre de 2014)
Comentarios