Foto: Fátima Rodríguez

04 agosto, 2008

La antropología de la cubeta

Operación Cubeta
Juan Villoro. 1/08/08
El Norte
-
México es un país tocado por la gracia donde una cubeta se transforma en objeto de poder. Que algo tan simple adquiera tanta fuerza explica la genialidad de nuestras mentes, dispuestas a ver marcianos en el Ajusco, conspiraciones en cualquier oficina o pelos en una sopa que está a tres mesas de la nuestra.
-
El mexicano es un ser con la cabeza llena de símbolos. Al enfrentar un balde en la calle distingue algo más: un talismán de soberanía. Un turista podría pensar que se trata de un objeto abandonado por descuido. Más ducho en metáforas, el mexicano entiende que representa un acto de propiedad provisional: el dueño de la cubeta domina ese trozo de nación. Los extranjeros no captan este símbolo. Por eso no podemos reconquistar Texas con cubetas.
-
Es posible que el culto se remonte a la lluviosa antigüedad y las vasijas del hombre mesoamericano. La cubeta alude a la gruta del origen, cavidad esencial en las mitologías prehispánicas. Se presume que los fundadores de México-Tenochtitlan vinieron de Chicomostoc, Lugar de las Siete Cuevas. En el inconsciente colectivo -esa abstracción que no se borra con el photoshop- el receptáculo que podemos llevar a todas partes tiene que ver con el comienzo y el fin de la vida: la matriz y la urna. Además, nuestro precario ecosistema ha dependido de los altibajos del agua, que a veces inunda, a veces no llega, nunca se está quieta en forma satisfactoria. El balde providente sirve para las goteras o para acarrear agua desde la toma vecinal. Total que hay bases sólidas para una futura antropología de la cubeta.
-
Esto lleva a una pregunta: ¿por qué los huacales sirven para el mismo efecto? Sin tener conexión con el agua, ni la gruta del origen, ni la matriz, ni nada que no sea contener verduras, también se usan para apropiarse de varios metros de República. Esto se debe a que los símbolos son raros; unos remiten a una compleja narrativa y otros nada más son símbolos. Pensemos en la iconografía del Metro capitalino. La estación Balderas es representada por un cañón que alude a la vecina Plaza de la Ciudadela, escenario de la Decena Trágica. En cambio, la estación Chabacano es representada por un fruto sin más historia patria que ser un chabacano. Siguiendo el ejemplo, podemos concluir que la cubeta narra muchas cosas y el huacal sólo molesta. Ambos son igual de eficaces porque en este país se discrimina a las personas, pero no a los símbolos.
-
Resulta imposible luchar contra los mitos. No me propongo erradicar una creencia que comparto. Lo que me parece negativo es que unas cubetas valgan más que otras.
-
Todos los mexicanos respetamos ese objeto de poder, pero no todos podemos colocarlo donde queramos (por ejemplo, no es válido sustituir una cubeta ajena por la que uno lleva en el coche). Hasta donde entiendo, hay dos maneras básicas de usufructuar la cubeta. La primera consiste en tener una casa, una oficina o un negocio y extender el título de propiedad hasta la calle. La segunda consiste en llegar de lejos con una cubeta y pactar con los poderes fácticos, que en este caso no son Televisa, Carlos Slim o la jerarquía eclesiástica, sino los representantes hiperlocales de la ley: un policía de crucero, el gallo fuerte de la cuadra, la señora que se la pasa aventando baldes de agua a la banqueta y se fija en todo. Para ejercer el cargo de Señor de la Cubeta se necesita otro símbolo: un trapo gastado hasta lo indecible. Quien compre una jerga y aspire al puesto queda descalificado. Estamos ante otro talismán sagrado: es menester que el trapo haya sufrido por nosotros; su color y su textura son los de la angustia del hombre ante el destino.
-
Lo malo de las costumbres es que a veces no sabemos si siguen siendo costumbres o ya son crisis. La cubeta ritual podría desembocar en algo así. En el Distrito Federal escasean empleos y lugares de estacionamiento. El problema se resuelve en parte convirtiendo un espacio vacío en un empleo. La persona que lo administra suele ser amable y deja el pago a criterio del cliente. Sin embargo, esto se presta a abusos. No pretendo criminalizar la cubeta ni eliminar una fuente de trabajo. Trato de evitar que la tensión social llegue a una indeseable "guerra de las cubetas".
-
La modalidad más abusiva de esta tradición es el recipiente que ha sido llenado de cemento y que el ciudadano común sólo puede retirar a cambio de una hernia. En tal caso, el sitio está "ocupado" hasta que llegue el único vehículo que se puede estacionar ahí y dos guardianes despejen las cubetas. El gobierno de la ciudad debería iniciar un operativo para acabar con los bloques que ocupan impunemente espacios públicos. También habría que eliminar las cubetas que sirven de chantaje comercial (sólo las retiran si compras un antecomedor de triplay en la mueblería).
-
Por último, y sin perjudicar a nadie, se podrían suprimir todas las demás cubetas y asumir respetuosamente que en cada espacio disponible hay un balde imaginario. Esto acabaría con la molestia de buscar infructuosamente al dueño del objeto sagrado, bajar del coche a retirarlo y soportar los claxonazos consecuentes.
-
Hay tradiciones que perduran aunque su motivo haya desaparecido: decimos "no me había caído el veinte" en una época en que no se usan veintes para hablar por teléfono.
-
En respeto al mito, propongo que se quiten las cubetas, pero el chofer se dirija al cuidador con esta pregunta: "¿Es usted el de la cubeta?". Aunque no haya un balde a la vista, eso permitirá a los mexicanos del futuro decir: "Nuestros antepasados no se entendían con palabras y necesitaban colocar un objeto en el suelo; la cubeta servía para solicitar la lluvia (en agua o dinero) e impedir que alguien se estacionara sin rendir pleitesía al Señor de la Dificultad, que entonces era fundamental".
-
No es una explicación muy exacta, ¿pero quién quiere que las leyendas sean precisas?

No hay comentarios.: