Él
Cartucho no dijo su nombre. No sabía coser ni pegar botones.
Un día llevaron sus camisas para la casa. Cartucho fue a dar las gracias. “El
dinero hace a veces que las gentes no sepan reír”, dije yo jugando debajo de
una mesa. Cartucho se quitó un gran sombrero que traía y con los ojos medio
cerrados dijo: “Adiós”. Cayó simpático, ¡era un cartucho!
Un día cantó algo de amor. Su voz
sonaba muy bonito. Le corrieron lágrimas por los cachetes. Dijo que él era un
cartucho por causa de una mujer: Jugaban con Gloriecita y la paseaba a caballo.
Por toda la calle.
Llegaron unos días en que se dijo que
iban a llegar los carrancistas. Los villistas salían a comprar cigarros y
llevaban el 30-30 abrazado. Cartucho llegaba. Se sentaba en la ventana y
clavaba sus ojos en la rendija de una laja lila. A Gloriecita le limpiaba los
mocos y con sus pañuelos le improvisaba zapetitas. Una tarde la agarró en
brazos. Se fue calle arriba. De pronto se oyeron balazos. Cartucho con
Gloriecita en brazos hacía fuego al Cerro de la Cruz desde la esquina de don
Manuel. Había hecho varias descaras, cuando se la quitaron. Después de esto el
fuego se fue haciendo intenso. Cerraron las casas. Nadie supo de Cartucho. Se
había quedado disparando su rifle en la esquina.
Unos días más. Él no vino; Mamá
preguntó. Entonces José Ruiz, de allá de Balleza, le dijo:
–Cartucho ya encontró lo que quería.
José Ruiz dijo:
–No hay más que una canción y ésa era
la que cantaba Cartucho.
José era filósofo. Tenía crenchas
doradas untadas de sebo y lacias de frío. Los ojos exactos de un perro amarillo.
Hablaba sintéticamente. Pensaba con la Biblia en la punta del rifle.
–El amor lo hizo un cartucho.
¿Nosotros?... Cartuchos –dijo en oración filosófica, fajándose una cartuchera.
Nellie Campobello
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