-Aquí
se frustra toda empresa humana -comentó-. El desorden vertiginoso del paisaje,
los ríos inmensos, el caos de los elementos, la vastedad de las selvas, el
clima implacable, trabajan la voluntad y minan las razones profundas,
esenciales, para vivir, que heredamos de ustedes. Esas razones nos impulsan
todavía, pero en el camino nos perdemos en la hueca retórica y en la
sanguinaria violencia que todo lo arrasa. Queda una conciencia de lo que
debimos hacer y no hicimos y que sigue trabajando allá adentro, haciéndonos
inconformes, astutos, frustrados, ruidosos, inconstantes. Los que hemos
enterrado en estos montes lo mejor de nuestras vidas, conocemos demasiado bien
los extremos a que conduce esta inconformidad estéril y retorcida. ¿Sabe usted
que cuando yo pedí la libertad para los esclavos, las voces clandestinas que
conspiraron contra el proyecto e impidieron su cumplimiento fueron las de mis
compañeros de lucha, los mismos que se jugaron la vida cruzando a mi lado los
Andes para vencer en el Pantano de Vargas, en Boyacá y en Ayacucho; los mismos
que habían padecido prisión y miserias sin cuento en las cárceles de Cartagena
el Callao y Cádiz de manos de los españoles? ¿Cómo se puede explicar esto si no
es por una mezquindad, una pobreza de alma propias de aquellos que no saben quiénes
son, ni de dónde son, ni para qué están en la tierra? El que yo haya
descubierto en ellos esta condición, el que la haya conocido desde siempre y
tratado de modificarla y subsanarla, me ha convertido ahora en un profeta incómodo,
en un extranjero molesto. Por esto sobro en Colombia, mi querido coronel, pero
un hado extraño dispone que yo muera con un pie en el estribo, indicándome así
que tampoco mi lugar, la tumba que me corresponde, está allende el Atlántico.
Álvaro Mutis
Fragmento: "El último rostro"
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