Trozos de trazos
Supe
que sería un día raro cuando un testigo de Jehová me ofreció una mamada.
Caminaba por la avenida Fray Tomás cuando lo encontré. Parecía un loco, tenía
la bragueta abierta y un moño rojo. Su traje era azul, sucio pero planchado.
Los carros parecían avispas, como si la calle fuera un panal golpeado. El tipo
estaba recargado en un señalamiento que prometía una catedral a la derecha.
Había mucha gente y su soledad cimbraba. Regalaba libros de esos que dicen que
las tormentas vienen de la sodomía. Pasé a un costado sin mirarlo, olía a
limpiador económico.
—Buenas
tardes, señor. ¿Gusta que se la chupe? —di la vuelta extrañado y negué de
inmediato.
Detrás
de mí, una señora que escuchó me miró horrorizada.
—Muchas
gracias, llevo prisa. Que tenga buen día —contesté por diplomacia.
No
podía aceptar su mamada pero aplaudí su voluntad por servir a la comunidad. No
son tiempos de andar regalando nada a nadie, mucho menos mamadas. Pensé en la
vida de ese hombre. No debe ser fácil existir con un dios tan demandante. Yo
soy católico en temporada alta, nada más: Navidad, el mundial de futbol, Día de
la Virgen, Semana Santa, etcétera. Los testigos de Jehová deben reclutar
inocentes, vestirse como idiotas y trabajar en domingo. No es poco. En fin,
cada quien sus catedrales. Cualquier cosa es mejor que ser ateo; suena
aburridísimo. Los ateos no tienen ostias gratis ni iglesias bonitas donde
puedan verles las piernas a sus vecinas. No tienen música sacra ni villancicos,
y éstos son mi parte favorita de la Navidad. No podría elegir uno en particular,
todos son asombrosos. Rodolfo el reno,
El niño del tambor, Los peces en el río, y otros más, me
hacen desear haber nacido en un pesebre. Además, crecer sin un bautizo es mera
burocracia, es como ir a tu graduación sin emborracharte. Piensen en las bodas,
sin toda la parafernalia sería como darse de alta en Hacienda.
Pasé a la tienda a comprar un refresco. El doctor me los
prohibió, pero era domingo. Me atendió una vieja extremadamente vieja, parecía
que moriría en cuestión de segundos. Usaba un camisón de satín rosa, tan viejo
como ella. Del cuello le colgaban más de cinco escapularios y estaba tan
maquillada como una drag queen. Le
mostré la bebida que me llevaría y lanzó un quejido gutural que no revelaba la
cifra. Saqué el dinero cuando pasó la mano por encima del mostrador. Su palma
entera temblaba, hacía un esfuerzo titánico por suspenderse frente a mí. Con
una moneda de diez pesos lista, dudé. Sentí que esa mano se rompería si
depositaba el pago bruscamente. Además, por el temblor, temí errar y tirar el
dinero. Sus piernas no aguantarían inclinarse a tomar la moneda. Dejé el
refresco, un billete de veinte y salí corriendo. Eso habría hecho Cristo, pensé
en ese momento.
Fernando
Jiménez
Fragmento: Combatir
el pecado
Pueden leer el cuento completo en el número de octubre de 2015, de la Revista Tierra Adentro o bien en el siguiente enlace: http://www.tierraadentro.conaculta.gob.mx/cuento/combatir-al-pecado/
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