Éste es un amor
A Rosaura Revueltas
Éste es un amor
que tuvo su origen
y en un
principio no era sino un poco de miedo
y una ternura
que no quería nacer y hacerse fruto.
Un amor bien
nacido de ese mar de sus ojos,
un amor que
tiene a su voz como ángel y bandera,
un amor que
huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo,
un amor que no
tiene remedio, ni salvación,
ni vida, ni
muerte, ni siquiera una pequeña agonía.
Éste es un amor
rodeado de jardines y de luces
y de la nieve
de una montaña de febrero
y del ansia que
uno respira bajo el crepúsculo de San Ángel
y de todo lo
que no se sabe, porque nunca se sabe
por qué llega
el amor y luego las manos
—esas terribles
manos delgadas como el pensamiento—
se entrelazan y
un suave sudor de —otra vez— miedo,
brilla como las
perlas abandonadas
y sigue
brillando aún cuando el beso, los besos,
los miles y
millones de besos se parecen al fuego
y se parecen a
la derrota y al triunfo
y a todo lo que
parece poesía— y es poesía.
Ésta es la
historia de un amor con oscuros y tiernos
orígenes:
vino como unas
alas de paloma y la paloma no tenía ojos
y nosotros nos
veíamos a lo largo de los ríos
y a lo ancho de
los países
y las
distancias eran como inmensos océanos
y tan breves
como una sonrisa sin luz
y sin embargo
ella me tendía la mano y yo tocaba su piel
llena de gracia
y me sumergía
en sus ojos en llamas
y me moría a su
lado y respiraba como un árbol despedazado
y entonces me
olvidaba de mi nombre
y del maldito
nombre de las cosas y de las flores
y quería gritar
y gritarle al oído que la amaba
y que yo ya no
tenía corazón para amarla
sino tan sólo
una inquietud del tamaño del cielo
y tan pequeña
como la tierra que cabe en la palma
de la mano.
Y yo veía que
todo estaba en sus ojos —otra vez ese mar—,
ese mal, esa
peligrosa bondad,
ese crimen, ese
profundo espíritu que todo lo sabe
y que ya ha
adivinado que estoy con el amor hasta
los hombros,
hasta el alma y
hasta los mustios labios.
Ya lo saben sus
ojos y lo sabe el espléndido metal
de sus muslos,
ya lo saben las
fotografías y las calles
y ya lo
saben las palabras —y las palabras y las calles
y las fotografías
ya saben que lo
saben y que ella y yo lo sabemos
y que hemos de
morirnos toda la vida para no rompernos
el alma
y no llorar de
amor.
Efraín Huerta
Texto tomado de: http://www.materialdelectura.unam.mx
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