Foto: Fátima Rodríguez

30 octubre, 2013

Trozos de trazos

Murió tu madre la Archiduquesa Sofía, que hundió la cara en la nieve que coronaba tu ataúd cuando llegaste de regreso a Viena hecho una momia. Murió tu hermano Carlos Luis y murió, de una enfermedad venérea, tu sobrino Otto. Murió asesinado por unos bandidos, el Coronel Platón Sánchez. Murió tu hermano Luis Carlos, encerrado de por vida en un castillo y servido y rodeado sólo por mujeres porque le gustaba acostarse con hombres. Murió, con la boca llena de espuma, nuestro compadre el Coronel López. Y ahora, ¿quién de los vivos, quién que te haya visto alguna vez bañarte en el mismo manantial de los jardines colgantes de Chapultepec, donde se bañaba la Malinche, puede decir que nos vio desde las terrazas del alcázar contemplar los lagos de Xaltocan y de Chalco bordados con nenúfares y más allá las montañas nevadas como alas de ángeles y arriba el cielo puro de Anáhuac? Me vestí, para los pintores de la corte, de campesina lombarda y de china poblana. En el mercado de Venecia compré mandarinas y uvas moscatel. En el Portal de Mercaderes de la ciudad de México compré rebozos de seda y lacas de Olinalá, chirimoyas y flores de Nochebuena. Leí en voz alta los poemas de del Rey Netzahualcóyotl  y me aprendí de memoria la leyenda  del Señor del Veneno de la Calle de Puerta Coeli. Nos besamos a la sombra del convento de muros cubiertos de clemátides de la Isla de Lacroma en la que naufragó Ricardo Corazón de León, y el día de nuestra boda la Casa Real Inglesa y la Marina Británica  brindaron por nuestra felicidad con vino y grog. En el Alcázar de Sevilla aspiraste la dulce fragancia del ámbar y en el cuarto del secreto de la Alhambra escuchaste los murmullos de los hijos de Felipe Segundo. Te obsequiaron una escolopendra gigantesca en Las Canarias, y en México una culebrina de bronce fundida en Manila y con las armas de Carlos Tercero. Llegamos en góndola al Teatro de L’Harmonia donde nos insultaron con su presencia los criados de los aristócratas milaneses y a bordo del Elizabeth hicimos el amor una noche de tormenta en que las escobas y las tazas de té y las botellas de vino danzaron, enloquecidas, entre la espuma. Con tu sarape de Saltillo sobre los hombres diste el grito de Independencia en Dolores mientras yo gobernaba México y firmaba decretos y ofrecía saraos. ¿Y quién de los vivos nos recuerda? ¿Quién me vio encerrada en el Gartenhaus de Miramar con las ventanas atornilladas y las puertas llenas de cerrojos rumiar mi locura y mi desesperación, y quién te vio, Maximiliano, en tu celda del Convento de las Teresitas de Querétaro sentado el día entero en tu alta bacinilla de porcelana con una diarrea que no se acababa nunca? ¿Quién recuerda, Max, quién que lo haya visto, lo gallardo que era el Coronel Van Der Smissen al frente del Cuerpo de Voluntarios belgas, lo cariñoso que era nuestro pequeño Príncipe Iturbide, lo asesino que fue el Coronel Du Pin, lo humildes que eran nuestros inditos mexicanos que se persignaban ante nuestro retrato y me llenaban el regazo de dalias y de alacranes de vainilla y de huevos de turquesa? ¿Quién vio, quién recuerda lo feo que era Benito Juárez, lo valiente que fueron los soldados franceses triunfadores de Magenta y Solferino, quién, dime, recuerda lo verdes que eran los ojos del traidor López? Sólo la historia y yo, Maximiliano.


Fernando del Paso
Fragmento: Noticias del Imperio


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