Trozos de trazos
Murió tu madre la
Archiduquesa Sofía, que hundió la cara en la nieve que coronaba tu ataúd cuando
llegaste de regreso a Viena hecho una momia. Murió tu hermano Carlos Luis y
murió, de una enfermedad venérea, tu sobrino Otto. Murió asesinado por unos
bandidos, el Coronel Platón Sánchez. Murió tu hermano Luis Carlos, encerrado de
por vida en un castillo y servido y rodeado sólo por mujeres porque le gustaba
acostarse con hombres. Murió, con la boca llena de espuma, nuestro compadre el
Coronel López. Y ahora, ¿quién de los vivos, quién que te haya visto alguna vez
bañarte en el mismo manantial de los jardines colgantes de Chapultepec, donde
se bañaba la Malinche, puede decir que nos vio desde las terrazas del alcázar
contemplar los lagos de Xaltocan y de Chalco bordados con nenúfares y más allá
las montañas nevadas como alas de ángeles y arriba el cielo puro de Anáhuac? Me
vestí, para los pintores de la corte, de campesina lombarda y de china poblana.
En el mercado de Venecia compré mandarinas y uvas moscatel. En el Portal de
Mercaderes de la ciudad de México compré rebozos de seda y lacas de Olinalá,
chirimoyas y flores de Nochebuena. Leí en voz alta los poemas de del Rey
Netzahualcóyotl y me aprendí de
memoria la leyenda del Señor del
Veneno de la Calle de Puerta Coeli. Nos besamos a la sombra del convento de
muros cubiertos de clemátides de la Isla de Lacroma en la que naufragó Ricardo Corazón de León, y el día de nuestra
boda la Casa Real Inglesa y la Marina Británica brindaron por nuestra felicidad con vino y grog. En el
Alcázar de Sevilla aspiraste la dulce fragancia del ámbar y en el cuarto del
secreto de la Alhambra escuchaste los murmullos de los hijos de Felipe Segundo.
Te obsequiaron una escolopendra gigantesca en Las Canarias, y en México una
culebrina de bronce fundida en Manila y con las armas de Carlos Tercero.
Llegamos en góndola al Teatro de L’Harmonia donde nos insultaron con su
presencia los criados de los aristócratas milaneses y a bordo del Elizabeth hicimos el amor una noche de
tormenta en que las escobas y las tazas de té y las botellas de vino danzaron,
enloquecidas, entre la espuma. Con tu sarape de Saltillo sobre los hombres
diste el grito de Independencia en Dolores mientras yo gobernaba México y
firmaba decretos y ofrecía saraos. ¿Y quién de los vivos nos recuerda? ¿Quién
me vio encerrada en el Gartenhaus de
Miramar con las ventanas atornilladas y las puertas llenas de cerrojos rumiar
mi locura y mi desesperación, y quién te vio, Maximiliano, en tu celda del
Convento de las Teresitas de Querétaro sentado el día entero en tu alta
bacinilla de porcelana con una diarrea que no se acababa nunca? ¿Quién
recuerda, Max, quién que lo haya visto, lo gallardo que era el Coronel Van Der
Smissen al frente del Cuerpo de Voluntarios belgas, lo cariñoso que era nuestro
pequeño Príncipe Iturbide, lo asesino que fue el Coronel Du Pin, lo humildes
que eran nuestros inditos mexicanos que se persignaban ante nuestro retrato y
me llenaban el regazo de dalias y de alacranes de vainilla y de huevos de
turquesa? ¿Quién vio, quién recuerda lo feo que era Benito Juárez, lo valiente
que fueron los soldados franceses triunfadores de Magenta y Solferino, quién,
dime, recuerda lo verdes que eran los ojos del traidor López? Sólo la historia
y yo, Maximiliano.
Fernando del Paso
Fragmento: Noticias del Imperio
Fragmento: Noticias del Imperio
Comentarios