Foto: Fátima Rodríguez

18 septiembre, 2013

La navaja y los árboles



El amor, el amor, el amor,
Jorge Cantú de la Garza

En los árboles de la existencia
llueve vida
pero es ácida
y los quema.
Amor
te regalo mi navaja para que mueras
y me dejes en paz

Odvidio Reyna García





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Algunos textos, especialmente los poemas, tienden a ser evasivos, inasibles, durante un tiempo, si se corre con fortuna. Tomás Segovia perdió cierta edición de Dios de Víctor Hugo sobre la que trabajaba para la traducción al español. Nunca la encontró, se reencontraron, a pesar de las geografías: personal de Capilla Alfonsina de la Universidad Autónoma de Nuevo León le facilitó, varios años después, otro volumen de la misma edición que conservaba en su acervo. Tras la muerte de Tomás, la Capilla publicó, a inicios de 2013, la versión en español de Dios (la última de las versiones, que no la definitiva, —ars longa, vita brevis—), dentro de la colección El oro de los tigres.


Obviadas las proporciones, con La navaja y los árboles de Odvidio Reyna he tenido encuentros y desencuentros parciales y progresivos. Karina me hizo saber de él a mediados de 2004, en Nuevo León, aunque sólo recordara algunas frases aisladas. En 2006, conocí el texto completo en voz de su autor; efímera versión, insuficiente para conservarse exacta en la memoria. El reencuentro, con su forma impresa, ocurrió hace unos días, en Querétaro, con Karina como interlocutora involuntaria. Atrapo, pues, estos siete versos en un segmento de la red de redes para la contemplación de los curiosos y la reflexión de los místicos.

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