Foto: Fátima Rodríguez

04 septiembre, 2010

El drama de la ciencia: la patente, el desarrollo ilimitado y la dignidad

Gibrán Domínguez López

Chi vuoc por termine alli umani ingegni?

Galileo Galilei

Quod ratio non quit, saepe sanavit mora

Séneca

Si el siglo XX ha representado la etapa de la humanidad en la que tuvo lugar el mayor desarrollo científico y tecnológico que se haya visto en la Tierra; el siglo actual, en su primera década, da ya los primeros indicios de una serie de adelantos de trascendencia aún incalculable. La presentación del prototipo del Solar Impulse –el primer avión de energía solar– en junio de 2009, por ejemplo, hizo recordar a más de uno aquella famosa escena de 1903 en la que los hermanos Wright desafiaron la gravedad sobre el Flyer I.

El avance de la ciencia, en sus diversas áreas, ha hecho posible que el hombre haya podido llegar a la luna, vencer enfermedades antes mortíferas, crear procesos de producción que generan cantidades de alimento capaces de satisfacer a la población mundial y otro diez por ciento más de ella[1] e, inclusive, comenzar a manipular el proceso mismo de la generación de lo humano, de tal forma que el nacimiento y la muerte ya no pueden ser considerados del todo como independientes ni autónomos.[2] No obstante, y de una manera que va casi en contra de cualquier lógica, un número considerable de personas en el globo padece hambruna, países enteros enfrentan pandemias de las que poco se hace por combatirlas (como la del cólera en Zimbaue[3] y la de meningitis en Níger[4]) y los índices de mortalidad en nacimientos siguen siendo altos, ya por condiciones de insalubridad, ya por desnutrición. En suma, la comunidad global observa con asombro los logros de la ciencia y la tecnología y con estupor una tendencia hacia la reducción, cada vez más acentuada, de sus beneficios.

Respecto al conocimiento generado a lo largo de la historia, las civilizaciones han preservado ciertos valores que, dicho de una manera sencilla, pueden traducirse en: la posibilidad de que éste sea transmitido, producido o ampliado y pueda obtenerse beneficio de él. Sin embargo, estos valores comienzan a cambiar. Anteriormente se creía que el conocimiento era un patrimonio de la humanidad, una conquista de la evolución humana; ahora se advierte que se está convirtiendo en una patente, en una mercancía, en un secreto de empresas.[5] La cultura (desde su concepción más general), para serlo, debe cumplir con el requisito de ser compartida. Con directrices como las actuales se atenta contra la cultura misma y, peor aún, se priva a un amplio porcentaje de la humanidad de los beneficios que pudieran significar el progreso de la ciencia y la tecnología. De ahí que sea posible producir más alimento del necesario y persista la hambruna, de ahí que el cólera sea prevenible y curable y miles mueran a causa de éste. Ubicándonos en un contexto a mediano plazo, si se lograra desarrollar algún medio más eficiente para la potabilización del agua ¿beneficiaría a la población mundial o sólo a aquellos con la posibilidad de pagar el derecho de usarlo? Como simple ejercicio mental, tratemos de imaginar qué habría ocurrido si Fleming hubiera hecho del descubrimiento de la penicilina, un secreto.

De nuevo estamos cumpliendo las palabras de Verne, pero vistas desde el estrado de nuestro tiempo: lo que un hombre pudo imaginar, hoy podemos hacerlo realidad. El progreso científico-tecnológico y su velocidad son incuestionables, la propagación de sus beneficios, limitados. Por si fuera poco, como si se tratase de un suceso natural, se quiere hacer de estos logros la simple apropiación de un objeto, abogando –desde luego– por el desarrollo ilimitado de la innovación, confundiendo en el extremo, lo que es lícito hacer con lo que es factible de obtener.[6] No olvidemos que “desde Hitler hasta Stalin, el verdadero peligro reside en quienes se amparan en el progreso, la ciencia y la verdad para llevar a cabo sus proyectos”[7].

La investigación científica –apunta Jacques Monod– constituye una obligación moral. El papel de la misma, para la construcción de un mundo mejor, debería consistir en la constancia de sus avances, agregando una visión humanista que mantenga en el primer plano de sus objetivos el respeto a la dignidad humana y a los derechos fundamentales, así como la procuración de sus beneficios a las mayorías. En otras palabras, el llano ejercicio de la fraternidad como punto de equilibrio de la proclama francesa de 1789.

El reto reside en hacer compatibles el conocimiento con otros valores como el bienestar, la libertad y la justicia[8].

El primer acto del drama que representó el siglo pasado, inició cuando un par de hermanos hizo volar un objeto más pesado que el aire. El telón de esta obra descendió justamente después de que dos de estos aparatos voladores –perfeccionados por la ciencia y la tecnología– se estrellaran para derrumbar a un par de las torres más altas del mundo. El siglo que comienza, lo hace de una manera similar.



[1] “La ONU denuncia que 854 millones de personas pasan hambre mientras sobra un 10% de alimentos”, EL PAÍS, 16 de octubre de 2007. Disponible en Internet en: http://www.elpais.com/articulo/sociedad/ONU/denuncia/854/millones/personas/pasan/hambre/mientras/sobra/alimentos/elpepusoc/20071016elpepusoc_4/Tes

[2] Morandé Court, Pedro, “Bioética y organización funcional de la sociedad” en Acta bioética 2002, año VIII, No 1, Organización Panamericana de la Salud, p.104. Disponible en Internet en: http://www.paho.org/Spanish/BIO/acta5.pdf

[3] “Las diez crisis humanitarias del mundo más desatendidas”, EL PAÍS, 15 de enero de 2009.

[4] “Una epidemia de la que no se habla”, EL PAÍS, 7 de mayo de 2009.

[5] Montemayor, Carlos, Las humanidades en el siglo XXI y la privatización del conocimiento, Universidad Autónoma de Nuevo León / Cátedra Raúl Rangel Frías, México, 2007.

[6] Morandé Court, Pedro, Op. Cit., p. 102.

[7] Villanueva Rance, Amaru, “Modernas posmodernidades”, en Revista ágora, Año V, No. 6, Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México, México, 2009. Disponible en Internet en: http://www.colmex.mx/agora/

[8] Rovaletti, Lucrecia, “Las exigencias de una ética del conocer” en Acta bioética 2002, año VIII, No 1, Organización Panamericana de la Salud, p.142.




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