Principiantes


Entre todos los comienzos posibles, la tradición europea eligió el 1 de enero para empezar el nuevo año. Quizá porque, envuelto en la niebla o la nieve, el mundo parece en estos días una página en blanco. En otras culturas, sin embargo, esta jornada invernal es solo una más en el collar de los días. Si retrocedemos a nuestro pasado remoto, encontramos un calendario distinto, aún apegado a la vieja naturaleza. En la Roma republicana el año tenía los mismos doce meses de ahora, pero comenzaba en marzo. Nuestro calendario actual lo delata, pues los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre se llaman así porque ocupaban el puesto séptimo, octavo, noveno y décimo. La primavera delimitaba entonces el paso al tiempo nuevo.
        El fin de año es tan solo una convención, pero tiene profundo valor simbólico. Es época de balances: en este gozne anual afloran los recuerdos, los remordimientos y los buenos propósitos. Los romanos personificaban esas emociones en el dios Jano, que ha dejado su nombre al mes de enero —evolución de la palabra  janeiro, January en inglés—. Jano era el patrón de los portales, los umbrales, el amanecer, las transiciones y el lenguaje, que es una puerta al entendimiento. Las estatuas representan al dios con dos rostros, uno vuelto hacia delante y otro hacia atrás, uniendo pasado y futuro. Con su mirada bifronte, esta divinidad —antigua y ambigua— nos recuerda que un final es siempre el lugar donde algo empieza. 


Irene Vallejo, El futuro recordado







Comentarios

Entradas populares