Conocí a Jorge hace
poco menos de dos años. Llegó una o dos semanas antes que yo al departamento
que, junto con Monserrat, comenzamos a compartir. De esta necesidad azarosa que
en nuestros estos días significa compartir una casa entre desconocidos, surgieron
buenas y largas charlas, y tiempo después una amistad. Coincidíamos en la
madrugada, en la cocina, cuando yo preparaba café para poder seguir con las
lecturas del primer semestre del posgrado y él dejaba un rato, para descansar,
las tarimas de madera, unos troncos viejos, la tierra, los clavos, las plantas, con los que construía un
jardín vertical, que todavía hoy se asoma por una de las ventanas del
departamento.
Crear un espacio para
matas y flores dentro de las enormes áreas de concreto habitacional era algo
más que un tema de decoración de interiores. Lo supe con las pláticas. Armaba
un jardín por el mismo motivo que se indignaba ante la naturalidad con la que
los citadinos hacemos menos oficios como el de la empleada doméstica, el plomero
o el guardia, y por la misma razón por la que rabiaba ante el afán de afamados
colegas suyos (es odontólogo), que en nombre de la profesión llevan el margen
de la utilidad más allá de los límites del respeto al otro.
De una charla ágil,
amena, Jorge logra crear con su interlocutor de inmediato una atmósfera de
confianza. Impaciente, es cierto, pero de una sensibilidad que no le permite
disimular esa espontánea expresión en el rostro cuando se topa con cualquier
guiso –conocido o no– que le agrade (enfatizada con un movimiento de la mano, en la que índice y
pulgar se unen y el resto de los dedos permanece levantado), que lo hace
atender atento filmes de 90 o 120 minutos (y lo mantienen pensando días
enteros), y que le deja trabajar,
cuidadoso, amoroso –verdaderamente cultivar–,
en el mantenimiento de su jardín mientras escucha una playlist que puede ir de los Orishas a Silvestre Revueltas.
Desde hace unos meses
Jorge no ha vuelto a sus plantas. Se dedica ahora, de tiempo completo, a algo
tan urgente como fortuito: después de superar tres cirugías, un paro cardiorrespiratorio
y 35 sesiones de radioterapia, ha empezado un tratamiento de quimioterapia, que
además de todo cuesta, y mucho. Su hermana, Mayela, se ha ingeniado distintos
modos para juntar el dinero (se puede depositar incluso desde un Oxxo), de los
que varios tratamos de hacer el mayor eco posible.
Toda aportación es
enorme.
BANAMEX
KARLA MAYELA OLVERA BRAMBILA
CLABE: 002180701122489687
CUENTA: 7011 2248968
DEPÓSITO EN OXXO: 5204 1651 3218
7794
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,a través de la cual pueden ayudar realizando donativos en línea desde 50
pesos.
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