Foto: Fátima Rodríguez

19 octubre, 2008

Palestra (segunda parte)

Resignado, aburrido y convencido de que lo único que daban los dos montones de tierra era un mal aspecto, Hernán se propuso deshacerse de ellos. Empezó por retirar el vaso que cubría a la tierra roja. Iba por el segundo cuando sintió que la imagen lo observaba como pidiéndole no moverla. Corrió un escalofrío por su espalda –el temor a Dios y a sus subordinados administrativos lo adquirió desde el bautizo– y entró el primer cliente de la tarde: una mujer. En simple analogía con la región, ella también distaba de ser considerada atractiva, pero era mujer. Caderas anchas, cintura recta y dos senos abundantes como puestos en venta por aquel escote que dejaba ver un lunar pintado del lado izquierdo. Fumando con más pose que gala, ordenó un whisky doble con hielo y se sentó en el banco a un lado de la tierra.
– Si fuera usted –dijo Hernán, luego hizo una pausa como pensando en algo–, si fuera usted tardaría lo menos posible en este lugar. Acá no hay nada, ni leyes ni respeto ni dignidad ni nada –sirvió el trago y volvió a cubrir la tierra con el vaso boca abajo.
– ¿Y eso? –dijo ella refiriéndose a la tierra, sin poner mayor atención a las palabras del cantinero.
– Ganas de molestar, de no dejar vivir tranquila a la gente decente.
– ¿Por qué no lo quita?
– Por temor, quizá.
– ¿A qué?
– A no saber que sea.
– Tierra –dijo con sarcasmo fallido.
– ¿Usted cree? –respondió levantando una ceja y volviendo a sus labores.
La mujer dio dos tragos al whisky fingiendo no estar acostumbrada al paso del licor por la garganta.
– ¿Sabía que yo nací aquí? Un mal inicio, supongo.
– Pero no vive acá que es lo importante. Lo digo yo, que sin temor a equivocarme soy casi el hombre más viejo de este lugar. Pedro viejo ha decidido irse la próxima semana. Para morir, al menos, con algo alegre en los ojos.
– ¿El poder del monopolio le ata los pasos?
– No sabe, ¡Si soy un Midas en este emporio licorero! –Soltó una carcajada y luego de un instante comentó– Este lugar es el negativo de Midas, todo el que lo toca se convierte en mierda.
– Salud por éso.
– ¿A qué ha venido? No creo que sea por conocer, ya le dije, acá no hay nada.
– Me trajo un tanto el azar y otro tanto la ingenuidad. En verdad llegué a pensar que los pocos relatos sobre el lugar eran exageraciones y ahora me doy cuenta que fueron eufemismos.
El comentario quedó trunco por el ruido de la puerta que dejó entrar al segundo cliente. El hombre, desconocido como la mayoría de los feligreses del Lontananza, terminó por sentarse en la mesa vecina al baño. La mujer, por su parte, apagó el cigarrillo casi consumido: en un solo movimiento guardó el encendedor en la bolsa al mismo tiempo que tomaba un nuevo cigarro a dos dedos; luego, sacó del escote un billete para colocarlo entre los vasos, se alborotó un poco el cabello y con un guiño se despidió de Hernán dirigiéndose a pedir fuego a la única mesa ocupada.
Tres días después la mujer apareció flotando muerta cerca del puerto con cientos de peces incrustados bajo el vientre, pues las piernas, desde el pubis, le habían sido mutiladas.
Tras sacar el medio cuerpo del agua y fotografiarlo para analizar las evidencias y alimentar el morbo a través de los medios, las autoridades tuvieron un día lleno de trabajo: el alcalde, en conferencia de prensa declaró que el asesinato era un caso aislado, que Palestra era un pueblo pacífico y trabajador, ajeno a este tipo de sucesos, que la democracia, el bien común y la justicia –otra trinidad llevada al desprestigio– no dejarían al culpable impune y sin castigo, con todo y pleonasmo. Poco antes de 48 horas el caso estaba resuelto en un 90 por ciento: el encargado de seguridad pública anunció que “si bien no se dio con el paradero de las extremidades, a pocos metros se localizó una cola de pescado, que por sus dimensiones y su masa ósea específicas daban los primeros indicios de un caso certificado de una sirena”. El principal sospechoso era Pedro viejo, quien “según datos proporcionados por la siempre participativa ciudadanía de Palestra, pensaba huir del pueblo. A las causas del asesinato se adhiere el hecho del odio que el presunto asesino tenía contra las mujeres, dado el abandono por parte de su esposa que sufrió 20 años ha.” La identidad del cadáver no se reveló pues las sirenas no tienen un nombre con apellido como cualquier persona (o la identificación estaría en un bolsillo de la otra parte del cuerpo).
Con un clavel blanco, una veladora y el billete entre los vasos, Hernán hizo un altar dedicado a la mujer que en el mismo sitio dio el último y el primer respiro.
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Si quieren leer la primera parte vayan a: http://gibran-dl.blogspot.com/2008/05/literatura-fallida.html


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