Trozos de trazos: Rosario Castellanos
Al anochecer (y en San José Chiuptik el anochecer se anticipa en la espesa neblina que cubre los valles) regresan los rebaños del campo y los hombres de sus faenas. Se encienden, aquí y allá, luminarias; y cuando no llueve chisporrotea el ocotero de la ermita, difundiendo en el frío de la atmósfera su rojizo resplandor. Grupos de indios ateridos se acurrucan en torno a la fogata. Sus jacales no los defienden lo bastante de la intemperie y buscan este calor breve y huidizo, y la compañía y la conversación. Alguno saca de entre sus ropas una flauta de caña labrada torpemente. Música de pastor que entretiene sus soledades, balbuceo de una raza que ha perdido la memoria. Los demás escuchan a ratos. Lejos, la mujer que muele el maíz suspende su tarea, absorta en el ensueño que la libera un instante del cansancio y de la rutina embrutecedora. Pero a las primeras ráfagas del aguacero la flauta enmudece, los grupos se dispe...