Trozos de trazos (en tiempos mundialistas)
... todo periodo de crisis se inicia o coincide con una crítica del
lenguaje. De pronto se pierde fe en la eficacia del vocablo: "Tuve a la
belleza en mis rodillas, y era amarga”, dice el poeta. ¿La belleza o la
palabra? Ambas: la belleza es inasible sin las palabras. Cosas y palabras se
desangran por la misma herida. Todas las sociedades han atravesado por estas
crisis de sus fundamentos que son, asimismo y sobre todo, crisis del sentido de
ciertas palabras. Se olvida con frecuencia que, como todas las otras creaciones
humanas, los Imperios y los Estados están hechos de palabras: son hechos
verbales. En el libro XIII de los Anales, Tzu-Lu pregunta a Confucio:
"Si el Duque de Wei te llamase para administrar su país, ¿cuál sería tu
primera medida? El Maestro dijo: La reforma del lenguaje.” No sabemos en dónde
empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se
corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos
y de nuestras obras también es inseguro. Las cosas se apoyan en sus nombres y
viceversa. Nietzsche inicia su crítica de los valores enfrentándose a las
palabras: ¿qué es lo que quieren decir realmente virtud, verdad o justicia? Al
desvelar el significado de ciertas palabras sagradas e inmutables —precisamente
aquellas sobre las que reposaba el edificio de la metafísica occidental— minó
los fundamentos de esa metafísica. Toda crítica filosófica se inicia con un
análisis del lenguaje.
El equívoco de toda filosofía depende de su fatal sujeción a las
palabras. Casi todos los filósofos afirman que los vocablos son instrumentos
groseros, incapaces de asir la realidad. Ahora bien, ¿es posible una filosofía
sin palabras? Los símbolos son también lenguaje, aun los más abstractos y
puros, como los de la lógica y la matemática. Además, los signos deben ser
explicados y no hay otro medio de explicación que el lenguaje. Pero imaginemos
lo imposible: una filosofía dueña de un lenguaje simbólico o matemático sin
referencia a las palabras. El hombre y sus problemas —tema esencial de toda
filosofía— no tendría cabida en ella. Pues el hombre es inseparable de las
palabras. Sin ellas, es inasible. El hombre es un ser de palabras. Y a la
inversa: toda filosofía que se sirve de palabras está condenada a la
servidumbre de la historia, porque las palabras nacen y mueren, como los
hombres. Así, en un extremo, la realidad que las palabras no pueden expresar;
en el otro, la realidad del hombre que sólo puede expresarse con palabras. Por
tanto, debemos someter a examen las pretensiones de la ciencia del lenguaje. Y
en primer término su postulado principal: la noción del lenguaje como objeto.
Si todo objeto es, de alguna manera, parte del sujeto cognoscente
—límite fatal del saber al mismo tiempo que única posibilidad de conocer— ¿qué
decir del lenguaje? Las fronteras entre objeto y sujeto se muestran aquí
particularmente indecisas. La palabra es el hombre mismo. Estamos hechos de
palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de
nuestra realidad. No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de
conocimiento: lo primero que hace el hombre, frente a una realidad desconocida
es nombrarla, bautizarla. Lo que ignoramos es lo innombrado. Todo aprendizaje
principia como enseñanza de los verdaderos nombres de las cosas y termina con
la revelación de la palabra-llave que nos abrirá las puertas de saber. O con la
confesión de ignorancia: el silencio. Y aun el silencio dice algo, pues está
preñado de signos. No podemos escapar del lenguaje. Cierto, los especialistas pueden
aislar el idioma y convertirlo en objeto. Mas se trata de un ser artificial
arrancado a su mundo original ya que, a diferencia de lo que ocurre con los
otros objetos de la ciencia, las palabras no viven fuera de nosotros. Nosotros
somos su mundo y ellas el nuestro. Para apresar el lenguaje no tenemos más
remedio que emplearlo. Las redes de pescar palabras están hechas de palabras.
No pretendo negar con esto el valor de los estudios lingüísticos. Pero los
descubrimientos de la lingüística no deben hacernos olvidar sus limitaciones:
el lenguaje, en su realidad última, se nos escapa. Esa realidad consiste en ser
algo indivisible e inseparable del hombre. El lenguaje es una condición de la
existencia del hombre y no un objeto, un organismo o un sistema convencional de
signos que podemos aceptar o desechar. El estudio del lenguaje, en este
sentido, es una de las partes de una ciencia total del hombre.
Octavio
Paz
Fragmento:
“El lenguaje”
......
Comentario: No me parece que la discusión que se ha desatado durante el Mundial de Brasil 2014 en torno al uso de la palabra "puto", por parte de la afición mexicana en los estadios, sea irrelevante. Aunque, claro, el debate ya está algo avanzado.
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