Foto: Fátima Rodríguez

20 octubre, 2017

Las sombras que perduran

Elena Garro en el tiempo literario mexicano


que nadie creerá el incendio
si el humo no da señales

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Aunque… he adquirido el talento de pintar monstruos,
el discurso hará ver que no hago aquí
 sino copiar los originales

Fray Servando Teresa de Mier



La obra artística de cualquier autor multiplica sus vértices cuando es observada desde el lente de su biografía. Conocer las circunstancias personales, el contexto político, las condiciones materiales, nos permite identificar en su trabajo algunos de los rasgos cotidianos del artista, así como acercarnos y conocer diferentes perspectivas de aquello que lo motivó, lo influyó, a realizarlo. Pensar que toda obra es autobiográfica significaría despreciar la creatividad; considerar que toda creación es absolutamente independiente de los acontecimientos individuales o colectivos resulta ingenuo. De tal forma que gran parte de los trabajos de Kahlo no se entenderían sin el trágico accidente que la marcó desde su juventud, ni la desaparición por las alturas de Remedios, la bella —entre sábanas flotantes—, pudo haberse dado sin el evento fortuito de un chocolate espumoso, que se bebió Gabriel García Márquez poco antes de redactarla.

Difícil es encontrar en la literatura latinoamericana del siglo XX otro caso como el de Elena Garro, donde los límites entre la narrativa y la vida personal se presentan de manera tan difusa, y los estudios sobre ambas parecieran empeñarse en hacer de los contornos todavía más imprecisos. Aún más complicado: hallar otro autor cuya calidad se haya reconocido de manera casi unánime y que su lugar en la literatura nacional, e incluso regional, se fuera relegando de a poco a un puesto secundario y discreto.
“Es la mejor escritora de México”, fue la declaración que Octavio Paz hizo de su trabajo. “La literatura era una antes de Elena Garro y es otra después de ella” manifestó Emmanuel Carballo. Borges la describió como la “Tolstoi de México” y los más moderados la ubicaron sólo por debajo de sor Juana Inés de la Cruz en el podio de las letras femeninas mexicanas, acaso como un gesto de respeto a la historia y su distancia. No obstante, para llegar a Elena aún hoy el lector debe de pasar antes por un sendero marcado por sombras.
En efecto, pocos como Garro: irreverente, contradictoria y elocuente, seductora, bella, desafiante y de una narrativa extraordinaria. En una palabra: admirable. Tal vez sea ésta la razón por la que las publicaciones que se han realizado en torno a ella, han terminado por considerarla como uno de sus personajes, como una más de sus creaciones. Salvador Dalí, por ejemplo, hizo deliberadamente de sí mismo uno de sus trabajos más acabados, Elena no y no era, ni mínimamente, su intención. Aún así, la predisposición persiste en muchos, como en Christopher Domínguez,[1] quien en 2006 escribió: “La vida y la obra de Elena Garro encarnan la leyenda más asombrosa y problemática del tiempo literario mexicano.” Ser y objeto como uno solo, sin bordes que los contengan.
Además de sus cualidades como escritora, Elena Garro llamó la atención de muchos por otros motivos personales. El matrimonio con Octavio Paz —“única tierra que conozco y me conoce, / única patria en la que creo” le escribió el poeta—, el amorío con Adolfo Bioy Casares —“Elena, la más feliz aventura de la creación”—, su cercanía y compromiso con la clase campesina —la güerita que “quería enseñarnos a leer y a escribir para que pudiéramos defendernos”—, su amistad y admiración hacia Carlos Madrazo, líder del entonces partido hegemónico, su actitud tan increpadora como crítica hacia la clase intelectual del país —de la que, por supuesto, no se consideraba parte—, los documentos oficiales que la involucran como supuesta informante de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) durante el mandato de Díaz Ordaz. Por último, el autoexilio y sus interpretaciones.
Con antecedentes como éstos resulta fácil, casi subsecuente, tergiversar los límites e incluso aventurar una actividad inversa: describir al autor a partir de sus textos. Así, Delia Galván, en La ficción reciente de Elena Garro 1979-1983, apunta:

 Su obra reciente es de fuerte denuncia de lo que hacen sus personajes masculinos con las mujeres que se oponen a someterse. Los cinco textos estudiados son un ejemplo claro del proceso que va de la libertad con la actividad de los personajes femeninos al sometimiento y pasividad, para volver paulatinamente y con grandes dificultades a la actividad. El ciclo así planteado, presenta personajes femeninos débiles y fuertes que en conjunto son ejemplo para el lector, visto desde la perspectiva de la experiencia de la escritora. La contribución de Garro en situaciones como las que plantea, es la de proponer la acción en sus personajes femeninos, su independencia como seres humanos, su libertad[2]

De igual forma, en Andamos huyendo, Elena, un trabajo bien documentado en el que se afirma que los personajes femeninos de los relatos de Garro tienen en la huída una constante, Liliana Pedroza concluye:

Así pues, dichas mujeres, protagonistas de sus propias historias y concebidas por una escritora igualmente transgresora, desafiarán cada una en el terreno que les corresponde, el real o el de la ficción, aquello a lo que son sometidas. Huyen para encontrarse a sí mismas o para ser reinventadas por el otro que las evoca [] Ellas escapan de algo o de alguien, no importa qué. Incluso, para su propósito, no importaría inventar un persecutor inexistente.[3]

Sorprende aún más toparse con trabajos como los de Rhina Toruño, quien en Cita con la memoria afirma:

Elena Garro tenía la costumbre de recurrir a lo autobiográfico al escribir sus novelas En la novela Un traje rojo para un duelo el personaje Irene (representa a Helena Paz) dice a Natalia (Elena Garro): “¿Por qué no te vas con Juan? [Bioy Casares], le pregunté. Ella me miró en silencio y le repetí la pregunta” En la misma novela, elimino la frontera entre la ficción y la realidad y considero al personaje Gerardo como Octavio Paz, quien explica a la hija Irene (Helena Paz), por qué no dejó ir a Natalia (Garro) con el suramericano.[4]

En el primer caso, Galván formula que en los relatos de Garro se pueden identificar moralejas o parábolas en las historias de personajes femeninos sometidos, “visto desde la perspectiva de la experiencia de la escritora”, como si la finalidad de la narrativa fuera la pedagogía y no la literatura misma. Pedroza, por su parte, describe a los mismos personajes femeninos y localiza en todos ellos la necesidad de huir: es cierto, todas ellas son inasibles en algún grado, pero no todas huyen. Toruño llega al extremo de eliminar “la frontera entre la ficción de la realidad” y se arroja a comprender (sin fortuna) un momento de la vida de Garro desde un fragmento de una de sus novelas. Las propuestas buscan retratar a la autora desde su ficción —o peor aún, mitificarla. El hecho podría equipararse a intentar describir la esclerosis de Juan García Ponce buscando síntomas en sus cuentos o la esquizofrenia de Leopoldo María Panero hurgando rastros en su poesía, y considerarlo meritorio.
Elena admitió que Los recuerdos del porvenir fue su novela más cercana a la autobiografía, pero no porque quisiera hacer descubrir sus pasos en las huellas de Isabel Moncada —como otros tantos se han empeñado en ver. Al crear su Ixtepec, surgió el poblado al cual trasfundir el Iguala de su niñez, el sitio donde pactar una tregua con la nostalgia.[5]
Otra ficción, la de la locura, ensombrece el trabajo narrativo de Garro. De nuevo Domínguez Michael plantea: “Ninguna locura tiene tanto método como la de Garro”, o bien “estamos ante un archivo cuya lectura deja una imagen escalofriante del infierno de Garro, a quien habrá que admirar en adelante por haber dejado, pese a la locura, una obra extraordinaria.”
Otra Elena, Poniatowska, quien también fue deslumbrada por su encanto —“Elena volvía mágico todo lo que tocaba”, dijo la periodista— la describe como “contradictoria a más no poder”. Pero añade:

 Estimulante, fue siempre el centro de la conversación [] Se crecía a la hora de la discusión, alzaba la voz y hablaba a veces como el oráculo de Delfos [] Verla crecerse en el escenario era un espectáculo grandioso porque, un minuto después, Elena volvía a adquirir la voz baja y frágil que conseguía que todos los que querían oírla se acercaran a ella, porque sus juicios sibilinos y mordaces hacían las delicias del mundo intelectual.[6]

¿Cuál fue entonces el punto, el momento, que dio lugar a que el anonimato colectivo y certificado diagnosticara su locura? ¿El divorcio con Paz, el enamoramiento con Bioy Casares, el movimiento estudiantil del 68 y su trágico desenlace, la muerte de Carlos Madrazo, su tendencia a sentirse asechada, la adopción desmedida de gatos o la transición en sus novelas del realismo mágico a un dramatismo casi insoportable? El trabajo plástico de Picasso atravesó por distintas etapas bien definidas y no convierte al artista en un incongruente. La conocida discusión académica entre Enrique Dussel y Horacio Cerutti no hace de ellos un par de obsesivos. Paz también “veía enemigos por todas partes, y esto le amargaba la vida”, según contó Antonio Alatorre.[7] Los gatos de Carlos Monsiváis eran, incluso, parte de su carisma. La relación con el escritor argentino tuvo mucho de lindura literaria: el encuentro de dos autores de obras perfectas (Octavio Paz calificó así a Los recuerdos del porvenir y Borges, a La invención de Morel). Aparte debe ubicarse el movimiento del 68, pues marcó la vida de un país entero.
Es casi una redundancia decir que este año representó el inicio de la ruptura del sector intelectual con el gobierno corporativista del PRI. Elena Garro rompió de tajo la relación y no sólo eso: señaló a los propios intelectuales como responsables de mandar a los estudiantes al matadero, por respaldar y alentar las ideas del movimiento: “Que hablen ellos, los que lanzaron a los estudiantes a la calle. Ahora se murieron los muchachos y ellos están escondidos debajo de la cama”, dijo. La postura de Garro debe ser entendida como una réplica a las acusaciones que Sócrates Campos Lemus había hecho ante la prensa días después de la matanza de Tlatelolco, en las que fue señalada (junto a Carlos Madrazo, Braulio Maldonado y otros) como responsable de orquestar el movimiento estudiantil. El 7 de octubre del 68 aparecerían en los diarios las declaraciones de Garro. Sin embargo, las notas periodísticas no coinciden en los nombres que supuestamente Elena había dado a los reporteros; inclusive Excélsior no hace mención de ninguno.[8] No obstante, el asunto hizo que especialmente el grupo de intelectuales y artistas la tachara de traidora y delatora, aunado al vínculo (posiblemente oficial) que sostenía con la DFS y a la explosividad de sus palabras: “¿Por qué si deseaban una revolución no tenían un programa revolucionario. Más que a un Madero deseaban un Victoriano Huerta”, espetó la escritora. José Luis Cuevas la llamó loca; la palabra hizo eco y las repeticiones perduran incluso en nuestros días.
Ocurrirían después el accidente en el que muriera Carlos Madrazo, que vendría a espesar más el ambiente de crisis política y social de México, y las reuniones secretas con estudiantes quienes, según la propia Elena, le advirtieron que había planes de matarla. Tales circunstancias hicieron que Garro decidiera dejar el país en 1972.
(Era 1974 cuando Elena Garro apuntó en su diario: “Hoy, hace también dos años, en este día que era jueves, estaba preparando mi huida de México. Raúl Urgillez me había dicho que iban a matarme.” El periodista Rafael Cabrera realizaría en 2011 una entrevista a Raúl Urgellés —y no Urgillez como escribiera Garro—, en la que éste comentó sorprendido: “Nunca supe de una conspiración para matar a la señora Garro, eso sería algo muy grave. Pero sí pude decirle que por los problemas en que estaba metida, su vida corría peligro y podrían matarla. Pero nunca para asustarla. Nunca pensé que yo tuviera una responsabilidad así”. Cabrera agrega: En su cuerpo se aprecia un dejo de pesadumbre. De la afabilidad de minutos antes, ahora luce malhumorado y su voz se vuelve seca, como si muchos años le hubieran caído de golpe”).
El exilio autorrecetado vino acompañado de quimeras: el diagnóstico del cáncer de su hija, el desempleo en el extranjero, la falta de dinero (hay quienes afirman que se debía más a su dispendio que a la ausencia de apoyo económico), una larga andanza de Nueva York a Madrid, de Madrid a París, y un deseo prolongado de no regresar a México. En 1976, en una carta dirigida a la persona que se había hecho cargo de recoger y almacenar sus pertenencias el año que dejó el país y a quien todavía adeudaba, escribiría: “Sé que le debo dinero por el almacenaje [] estoy pasando por un verdadero calvario, a mi hija la operaron por cuarta vez este año que termina y ahora está escupiendo sangre. Es decir, tose y echa chorros de sangre [] y yo no tengo ni para darle de comer, estoy desesperada pues hace ya más de 8 años que no trabajo y que llevo una vida que no le deseo ni a mi peor enemigo.”[9]
Vuelve a presentarse en ese momento un vacío que los distintos trabajos no cubren ni parecen siquiera tomar en cuenta. Elena Garro optó por el exilio, que prolongó durante años, por determinación propia. Sin embargo, da la impresión que, junto con la escritora, a las novelas, los cuentos, los textos dramáticos y los reconocimientos también los expatriaron. ¿Cómo pudo “la Juan Rulfo femenina”, la creadora del “mejor cuento de la literatura producida por mujeres en México” —Sergio Pitol lo dijo—, pasar prácticamente inadvertida durante años? ¿Qué pasó para que su obra —la de su primera etapa, la de su mejor etapa— se fuera cubriendo poco a poco de olvido? Entendible para la década de los setenta pero ¿y después? ¿Por qué los programas de educación pública, en los que se cita a José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Rosario Castellanos, Juan Rulfo, ni se la menciona? ¿Por qué ante la buena acogida del novedoso realismo mágico plasmado en los Cien años de soledad no repuntaron Los recuerdos del porvenir? ¿Persistiría el encono por parte del gremio intelectual y editorial, así como del sector gubernamental? ¿Por qué es una de las escritoras mexicanas más estudiada en los Estados Unidos y no en México? ¿Cabía realmente encasillarla como loca?
A partir de estas preguntas se puede sugerir una hipótesis. La explicación se encuentra en el absurdo: la locura que le fue declarada a la escritora por un consenso anónimo, le fue también diagnosticada a su literatura. La demencia como un sitio cómodo y sombrío en donde se les archivó por razones extrañas o sinrazones. Aquellas contradicciones que la volvían fascinante (como cuenta Poniatowska) se volvieron de pronto en su contra: si un acta oficial del registro civil no ha permitido hasta el momento poder determinar el año del nacimiento de Elena —Patricia Rosas Lopátegui asegura que 1916, Poniatowska que 1917, Garro misma que 1920—, para qué haría falta una constancia que diera cuenta de su esquizofrenia. Se afirma y punto, sin responsables. Absurdo, porque si en el siglo XIX el hecho de haber confirmado en la emperatriz Carlota Amelia de Bélgica un trastorno mental —hay evidencia de ello— dio pie a un sinnúmero de trabajos de investigación y literarios (que culminó en la redacción de Noticias del imperio, un libro extraordinario), la supuesta locura de la mejor escritora mexicana del siglo XX —determinada continuamente desde su ficción— sólo ha ocasionado la reiteración de lugares comunes.
El mismo exilio sirvió para que los que la vieran partir, declarándola demente, no encontraran en sus textos posteriores a 1968 sino la reseña de sus andanzas y el esbozo de sus fantasmas. Sombras bajo las sombras. Ni un espacio donde pudiera instalarse la duda.
En abril de 1969, Bioy Casares apuntaría en una carta para Elena: “¿Recuerdas que en el Théâtre des Champs Elysées, en el 49, la primera noche que salimos, me dijiste que sentías gran respeto por los que huían?”.[10] La huída era, pues, un interés de la escritora, anterior a su supuesta locura. Podríamos concederle al menos la probabilidad de que en sus textos se permitiera, además, ensayar tal idea y no únicamente transcribir, en tercera persona, sus memorias. “La privatización de todas las cosas encuentran su paradójica contrapartida en la desprivatización de la intimidad”, anotó José Emilio Pacheco en uno de los inventarios que dedicó a Octavio Paz.[11]
Hay que recordar que sobre Garro, Emmanuel Carballo, categórico como era, también advirtió: “si la comparas con Rosario Castellanos, Elena Poniatowska, Inés Arredondo, Nellie Campobello, Silvia Molina o Ángeles Mastretta, pues serían, en el lenguaje cortesano, las camareras de su Majestad Elena Primera.”[12]
El lugar de Elena Garro en el escenario y en el tiempo de la literatura mexicana, en particular, y latinoamericana, en general, permanece en una especie de limbo, que encuentra en sus propias letras una descripción aproximada: “Quedé afuera del tiempo, suspendid[a] en un lugar sin viento, sin murmullos, sin ruido de hojas ni suspiros. Llegué a un lugar donde los grillos están inmóviles, en actitud de cantar y sin haber cantado nunca, donde el polvo queda a la mitad de su vuelo y las rosas se paralizan en el aire bajo un cielo fijo.”
Le sucedió a Elena que recurrió y acogió al tiempo en su prosa, Elena que lo alteró bajo fórmulas distintas: en Ixtepec la noche se detuvo para que Felipe Hurtado pudiera escapar de su muerte y llevarse a Julia del pueblo; en Un hogar sólido las épocas de la historia se definen para resolver las relaciones de ultratumba que sostienen los personajes; en La culpa es de los tlaxcaltecas, los días oscilan desiguales entre la caída de Tenochtitlan y el presente una y otra y otra vez, fracturando los siglos y el espacio, de tal modo que no se puede sino recordar a La noche boca arriba pero sobre todo a El otro cielo de Julio Cortázar; en ¿Qué hora es?, los últimos meses de vida de la joven Lucía Mitre se trastornan, esperando la llegada del amante a una hora precisa —las nueve y cuarenta y siete—, en un hotel de París.
 Sobre el tiempo, Octavio Paz y Elena Garro tienen mucho que decirnos. En la poesía de Paz se puede encontrar: “Conciencia y manos para asir el tiempo / soy una historia / una memoria que se inventa”; mientras que en la prosa de Garro se lee: “La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga.”. Si Paz sentencia: “El presente es perpetuo”, Garro escribe implacable: “el tiempo se ha vuelto de piedra”. En Piedra de Sol Octavio acuña: “los dos se desnudaron y besaron / porque las desnudeces enlazadas / saltan el tiempo y son invulnerables”; en La culpa es de los tlaxcaltecas Elena añadiría: “Allí supe que el tiempo y el amor son uno solo”.
Es curioso por tanto que a Garro, sus críticos, basados en la anécdota, las circunstancias y en odios heredados,[13] terminaran por pretender condenarla y reducirla a un periodo preciso de tiempo, un punto sin retorno. Como si estuvieran conjurando sombras. No intentan siquiera comprender (acaso no quieren o no pueden) su obra desde sus múltiples contextos y relieves.
Un día —escribió Elena Garro en 1967—[14] volveremos a ese orden del juego sin chequeras, sin intrigas, triunfos o derrotas [] El tiempo no existe, ni tampoco nosotros, apenas somos un segundo ilusionado.

Gibrán Domínguez López
 gibran.dominguezl@gmail.com



Fuentes

-Bibliográficas:

Cabrera, Rafael. “Elena Garro y el 68, la historia secreta”. Tesis de licenciatura, Universidad Nacional Autónoma de México, 2011.
Galván, Delia. La ficción reciente de Elena Garro. México: Universidad Autónoma de Querétaro, 1988.
Garro, Elena. Los recuerdos del porvenir. México, Joaquín Mortiz, Ed. Planeta: 2010.
——————, La semana de colores. México: Editorial Porrúa, 2006.
Landeros, Carlos. Yo, Elena Garro. México: Lumen, 2007.
Monsiváis, Carlos (comp.). Lo fugitivo permanece. 20 cuentos mexicanos, México: Editorial Cal y Arena, 1990.
Pedroza, Liliana. Andamos huyendo, Elena. México: Fondo Editorial Tierra Adentro, 2007.
Poniatowska, Elena. Las siete cabritas. México: Ediciones Era, 2000.
Toruño, Rhina. Cita con la memoria. México: Ediciones Eón, 2014.

-Hemerográficas:

Adame, Ángel Gilberto. “La boda de Elena Garro y Octavio Paz”. Letras Libres, 3 de junio de 2014, http://www.letraslibres.com/blogs/polifonia/la-boda-de-elena-garro-y-octavio-paz , (Fecha de consulta 12 de enero de 2015).
Alatorre, Antonio. “Octavio Paz y Yo”. Revista el Malpensante, Núm. 28, Febrero-Marzo de 2001, http://w.elmalpensante.com/articulo/2516/octavio_paz_y_yo, (Fecha de consulta: 3 de abril de 2014).
Beltrán del Río, Pascal. “Cartas de Adolfo Bioy Casares a Elena Garro”. La Nación. Suplemento cultural, (3 de diciembre de 1997).
Cabrera Hernández, Rafael, “La desconocida historia de la fuga de Elena Garro”. EmeEquis, núm. 309, (agosto de 2013).
Domínguez Michael, Christopher. “El asesinato de Elena Garro, de Patricia Rosas Lopátegui”. Letras libres, núm. 94, octubre de 2006. http://www.letraslibres.com/revista/libros/el-asesinato-de-elena-garro-de-patricia-rosas-lopategui?page=full (Fecha de consulta: 11 de febrero de 2014).
Garro, Elena. “De Elena Garro para Paco”. Nexos, 1 de noviembre de 2014, http://www.nexos.com.mx/?p=23058  (fecha de consulta: 10 de diciembre de 2014).
Pacheco, José Emilio. “Una amistad literaria: Alfonso Reyes y Octavio Paz”. Proceso, Edición especial núm. 44 (Marzo, 2014).
Poniatowska, Elena. “Una biografía de Elena Garro”.  La Jornada Semanal, suplemento cultural, Núm. 602,  17 de septiembre de 2006, México.





[1] Domínguez Michael, Christopher, “El asesinato de Elena Garro, de Patricia Rosas Lopátegui”, Letras libres, núm. 94,  octubre de 2006, http://www.letraslibres.com/revista/libros/el-asesinato-de-elena-garro-de-patricia-rosas-lopategui?page=full (Fecha de consulta: 11 de febrero de 2014).
[2] Galván, Delia, La ficción reciente de Elena Garro, (México: Universidad Autónoma de Querétaro, 1988), p. 164.
[3] Pedroza, Liliana, Andamos huyendo, Elena, (México: Fondo Editorial Tierra Adentro, 2007).
[4] Toruño, Rhina, Cita con la memoria, (México: Ediciones Eón, 2014), p. 42.
[5] Al respecto, es recomendable remitirse a la entrevista que Carlos Landeros hiciera a Elena Garro, y que titulara ‘El exilio me ha anulado’, la cual fue publicada por primera vez en El Excélsior, en 1989.  Landeros, Carlos, Yo, Elena Garro, (México: Lumen, 2007), pp. 115-144.
[6] Poniatowska, Elena, “La partícula revoltosa”, en Las siete cabritas, (México: Ediciones Era, 2000), p. 120.
[7] Alatorre, Antonio, “Octavio Paz y Yo”,  Revista el Malpensante, Núm. 28, Febrero-Marzo de 2001, http://w.elmalpensante.com/articulo/2516/octavio_paz_y_yo, (Fecha de consulta: 3 de abril de 2014).

[8] Cabrera, Rafael, “Elena Garro y el 68, la historia secreta”, (Tesis de licenciatura, Universidad Nacional Autónoma de México, 2011), p. 82.
[9] Cabrera, Rafael, “La desconocida historia de la fuga de Elena Garro”, Emeequis, núm. 309 (agosto de 2013): pp. 23-29.
[10] Beltrán del Río, Pascal, “Cartas de Adolfo Bioy Casares a Elena Garro”, La Nación. Suplemento cultura, (3 de diciembre de 1997) .
[11] Pacheco, José Emilio, “Una amistad literaria: Alfonso Reyes y Octavio Paz”, Proceso, Edición especial núm. 44 (Marzo 2014): p. 60.
[12] Poniatowska, Elena, op, cit.
[13] Al respecto, vale la pena leer la réplica que Liliana Pedroza hace al artículo “La boda de Elena Garro y Octavio Paz” de Ángel Gilberto Adame. Letras Libres, 3 de junio de 2014, http://www.letraslibres.com/blogs/polifonia/la-boda-de-elena-garro-y-octavio-paz (Fecha de consulta 12 de enero de 2015).
[14] Garro, Elena, “De Elena Garro para Paco”, Nexos, 1 de noviembre de 2014, http://www.nexos.com.mx/?p=23058  (fecha de consulta: 10 de diciembre de 2014)

No hay comentarios.: