Foto: Fátima Rodríguez

22 mayo, 2017

Una historia vulgar
Era muy jovencita, tendría trece años, en la época en que vivía con su papá, una hermana y su abuela, en una vecindad, por el barrio universitario. Un día conoció a un estudiante y se hizo su novia. Se besaban, al anochecer, en los quicios oscuros o en el Jardín de San Sebastián; a veces iban al Goya. Durante las posadas él la invitó a su casa; a media fiesta la llevó a una recámara y sin saber cómo, la violo. El estudiante tenía varias hermanas que se dieron cuenta de todo y prometieron ayudarla. Cuando Isabel llegó a su casa estaba aterrorizada y ocultó lo ocurrido. Esa noche lloró mucho y silenciosamente. El novio siguió buscándola y siempre la llevaba a su casa; cada vez que esto sucedía, las hermanas le aseguraban que se iban a casar pronto y que no se preocupara. Un día descubrió que estaba embarazada; fue con Raquel, su futura cuñada, y esta le dio dinero y una carta para una tía suya que estaba en Monterrey y que era muy buena. Le ordenó, además, que no regresara a su casa porque le darían una paliza tremenda. Isabel lo creyó todo y se dejó llevar, una buena tarde a la estación. Tomó el tren del Norte mientras Raquel le hablaba de las bondades de su tía, que le tendría en su casa hasta que su hermano se pudiera casar con ella, a fin de año.
Con su carta y diez pesos en la bolsa, llegó a Monterrey. Buscó a la tía y la encontró: era una francesa pintarrajeada que tenía muchas hijas, como su novio hermanas. Madame la aceptó de buen grado; la arregló, la vistió y le enseñó muchas cosas, entre otras a ganarse el dinero de un modo muy difícil, aunque no lo parece al principio. Llegó a ser la pupila de más clientela, pero casi no veía dinero. Los señores le pagaban a Madame que se quedaba con las dos terceras partes, “para el gasto de la casa”; de la tercera parte sobrante todavía guardaba una mitad, “para hacerle una alcancía”, y la otra se la daba a Isabel. Estuvo once meses con ella y conoció a mucha gente de Monterrey –de la que todavía se acuerda. ¡Muchos incorruptibles señores, inflexibles, rígidos y solemnes, celosos defensores del honor! Tenía suerte, sobre todo con los militares de la Plaza; eran dadivosos y espléndidos, aunque brutales. Abortó tres veces y enfermó de sífilis. A la casa llegaban muchachas de todo el país; al poco tiempo de estar ahí llegó otra, de México, como ella tenía una historia tan idéntica a la suya que habían coincidido en todo, hasta en el novio. Se dio cuenta que su amor, su Víctor, era un tratante de blancas.
De Monterrey a…
Se estuvo curando con el dinero de la alcancía y, de paso, admiró la previsión y la inteligencia de Madame. Pues, ¿qué hubiera hecho para curarse si su protectora no ahorra en la alcancía? Cómo se había desmejorado mucho y estaba muy echada a perder. Madame le aconsejó un cambio de clima y la mandó a Querétaro, a una casa amiga. Advirtió que había bajado de categoría, pues casa y clientela eran más pobres. El sistema de salario era el mismo, así que no le alcanzaba para nada y tuvo que suspender el tratamiento médico. Recurrió entonces a trucos y remedios caseros, pero empeoró y no pudo estar con la señora más que cinco meses, al cabo de los cuales la enviaron a Morelia. Allí se las vio negras. La casa estaba en el barrio peor y no caían más que hombres humildes, tan escandalosos y caprichosos como los otros, pero sin dinero. Pobre y enferma la mandaron a México, ahora sin recomendación. Regresaba con cierta experiencia de la vida, a los veinte meses. ¿Quién duda que los viajes ilustran? Empezó a “ruletear”, pero en sus condiciones, sola, pobre y enferma, era difícil ganarse la vida. Una madrugada la “levantó” la policía y llegó con sus huesos al “Morelos”. Estaba flaca y muerta de hambre. Tenía quince años.
Un señor respetable
Del hospital pasó a Coyoacán. Estaba tan flaca que le pusieron un apodo. Las autoridades de Previsión Social buscaron a su familia: todos habían muerto, menos su hermana. Pasó tres años recluida, observó buena conducta y volvió a la libertad. “y regenerada y útil a la sociedad”, como dicen en los discursos. Fue a vivir con su hermana, ya casada. El cuñado le buscó un empleo y, al fin, encontró trabajo en la Secretaría de Guerra. Vivía a espaldas del Mercado de Flores de la Avenida Hidalgo y estaba tan harta del sexo que, durante algún tiempo no tuvo aventuras. A poco empezó a notar que todas las tardes, al volver de su oficina, un coche muy bueno, manejado por un señor de edad, bastante guapo, la seguía. Un día un chiquillo vecino le llevó un recado y dinero, de parte del señor del coche. La escena se repitió varias veces. Al fin el señor se hizo amigo suyo. La llevó al cine Alameda, le compró ropa muy buena y le dio dinero. Empezó a faltar al trabajo. El señor le prometió casamiento y le dio pases para muchos cines. Al cabo de tres meses estaba embarazada; se aterrorizó otra vez y se lo comunicó a su amante. Desde esa tarde no lo volvió a ver más. Al poco tiempo la hermana la “notó rara” y el cuñado se enteró que hacía mucho que no iba a trabajar. Le dieron tal paliza que prefirió, nuevamente, huir, sin avisar. Se instaló en casa de una compañera de Coyoacán, también liberada, regenerada y muerta de hambre, como ella. Como no quería seguir la “vida”, esperanzada en que su amigo la buscaría, lo pasaba muy mal. Todos los días, a la hora fijada, iba a la esquina del “Alameda”, lugar en dónde se citaban. Fue vendiendo todo lo que él le había regalado y cuando materialmente se moría de hambre, viendo que él no la buscaba, se decidió a hacerlo ella misma. Se dirigió a uno de los negocios de que era propietario y obtuvo la dirección de su casa. Un domingo temprano se arregló y se fue a pie hasta la Colonia del Valle. Llegó frente a una casa amplia, con un jardín en el que jugaban unos niños que le dijeron: “Mi papacito está en el foot-ball”. Y uno de los niños corrió a avisarle a su mamá; salió una señora de treinta años, que le preguntó, distraída: “¿Qué desea?” Se sintió tan triste y tan humillada que sólo pudo decir que venía por una carta de recomendación, que el señor B… le había prometido. Regresó a su casa, andando, no sabría decir si más desesperada que cansada, o a la inversa. Salió al obscurecer y… pudo cenar. Así pasaron unos días, al cabo de los cuales su cuñado le echó el guante, la llevó a su casa y le dio una paliza tan espantosa que se puso gravísima. La hermana la condujo nuevamente a Coyoacán. Una vez en el Reformatorio abortó a causa de la serie de patadas que le habían dado sus familiares. Cuando yo llegué tenía escasamente mes y medio de haber ingresado por segunda vez y todavía estaba convaleciente. Iba a cumplir 19 años…


Hasta aquí la vulgar historia de la hermosa Isabel. Era una reincidente, según se habrá podido ver. Una reincidente, como acostumbraban decir, después de comer, de sobremesa, los respetables y rígidos señores moralistas.

Elena Garro
Fragmento: “Mujeres perdidas. Reformatorio de señoritas”.
El artículo completo en: http://metropolifixion.com/2017/04/04/mujeres-perdidas-reformatorio-de-senoritas/


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