Foto: Fátima Rodríguez

25 enero, 2023

El método, las ciencias sociales y las ilusiones retóricas


 

 Este bullicio todo lo trabuca

Sor Juana Inés de la Cruz

 

 

 

 

 

Uno. Elizondo indexado

 

En un textito que tituló El grafógrafo Salvador Elizondo escribe que escribe: “Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo”, dice. Es un juego de palabras que Elizondo a propósito complica, un uso consciente del lenguaje por el lenguaje mismo, una narración que, digamos, nada narra. El escrito de Elizondo tiene una fuerte influencia en las publicaciones indexadas. Los apartados metodológicos son reescrituras involuntarias de el grafógrafo.

En la introducción de ¿Puede el multiculturalismo ser una amenaza? Charles Hale (dos mil siete) apunta: “la mayoría de los análisis existentes recurren a la premisa [...] de que las luchas indígenas y las ideologías neoliberales se encuentran fundamentalmente opuestas entre sí [...] Mi argumento es que esta premisa es incompleta y engañosa porque descuida un aspecto que denominaré «multiculturalidad neoliberal»” (p. doscientos ochenta y nueve). El fragmento permite ver, primero, el realismo con que se maneja el antropólogo norteamericano, pues hace constar que habla exclusivamente de los análisis existentes y que aquellos que no existen quedan fuera de su investigación.[1] A lo imposible nadie está obligado. En segundo lugar, el autor advierte que nombrará multiculturalidad neoliberal a aquello que nombra multiculturalidad neoliberal. Un acto metodológico que se anula en el propio acto, y que no hace sino recordar a ese poema de Juan Gelman que sobre la palabra dice: “Cuando te nombre serás sombra. Crepitarás en boca que te perdió para tenerte”. Charles Hale, lector de Gelman; Charles Hale que denominará lo que ya denominó.

A juzgar por los artículos académicos –los existentes claro está–, la grafografía de las notas y los apartados metodológicos en las publicaciones de las ciencias sociales precisa de conjugar los verbos en futuro y de la descripción explícita de los apartados en que el texto se divide. Porque para la validez metodológica no basta que una investigación se encuentre organizada en apartados –como cualquiera podría constatar con su lectura– sino que requiere que el propio autor los anuncie.

En la misma introducción del artículo de Hale se lee: “cuando este ensayo ingrese a la parte etnográfica, se centrará en uno de aquellos grupos que conforman las elites provinciales –los ladinos en las tierras altas de Guatemala– e intentará registrar los otros niveles de análisis tal como se encuentran inscritos en el discurso y práctica política de estos ladinos” (p. doscientos noventa y dos). “También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito”, dice a su vez Elizondo.

Páginas adelante el antropólogo advierte cuidadosamente:

Este ensayo se divide en tres partes [...] La primera parte sugiere cómo se puede pensar sobre un paquete de derechos que [...] impone una «disciplina». La segunda parte ofrece un relato del desplazamiento ocurrido desde el proyecto cultural de ciudadanía homogénea a la ética del multiculturalismo neoliberal [...] En la parte final, ofrezco una lectura minuciosa de la política cultural en una localidad, con énfasis en el discurso y práctica de los ladinos (p. doscientos noventa y cuatro).

 

Una lectura atenta de todo el documento permite comprobar que, efectivamente, consta de tres partes. Aunque si se cuentan la introducción y las conclusiones, suman en realidad cinco. Los márgenes de error, se sabe, son inevitables.

Un investigador acaso más acertado es Orlando Aragón Andrade (dos mil diecinueve). En el apartado introductorio del capítulo segundo de su libro El derecho en insurrección se puede leer:

Para responder los cuestionamientos que planteo, divido la presentación de este trabajo en cuatro partes. En la primera analizo el contexto social, político y jurídico [...] A continuación realizo un breve recuento de la forma esquizofrénica en que la SCJN recibió e implementó la reforma al artículo 1º [...] En un tercer apartado me detengo a explicar los principios en que se basó la estrategia legal para este litigio. Finalmente, concluyo este artículo con algunas reflexiones” (p. ochenta y dos).

 

Dos aspectos destacan de la anotación. En primer lugar la sumatoria que sí toma en cuenta el apartado de conclusiones, pero no el de la introducción, con el cual las partes del trabajo suman de nuevo cinco y no cuatro como el autor señala. Una posible y arriesgada solución para este constante problema de las ciencias sociales consistiría, quizá, en asignar el cero –regalo de los matemáticos mayas– a la numeración de los apartados introductorios. El segundo aspecto a destacar es el del rigor metodológico que la investigación adquiere por el simple hecho de que su autor avise que concluye “con algunas reflexiones”. Se llega así, en palabras de Grothendieck (Labatut dos mil veinte), al corazón del corazón de la metodología. El investigador escribe que escribió y las incertidumbres –piensa– se desdibujan.

¿Qué sentido tiene esa práctica de los y las científicas sociales de escribir acerca de lo que el lector tiene la intención de leer pero antes de que sea leído? Jürgen Habermas (dos mil diez: doscientos sesenta y siete) advierte que el derecho funciona, entre otros modos, como un estabilizador de expectativas del comportamiento humano. El rito de escribir sobre lo que se escribió en nombre de la metodología tiene igual propósito: estabilizar expectativas. Las del lector académico, desde luego, pero sobre todo las del propio investigador.

En El ritual de la serpiente Aby Warburg describió cómo los pueblo de América del Norte celebran año con año una larga y compleja ceremonia para invocar las lluvias. Al final de ésta liberan serpientes de cascabel a las llanuras que rodean sus poblados con el propósito de que lleven su petición al semidiós Ti-Yo, que, según la tradición, bajó al inframundo y descubrió la fuente originaria del agua (Warburg dos mil cuatro: cuarenta y siete y cuarenta y ocho). Con la presentación de esta conferencia el historiador del arte buscó demostrar a los científicos que sus facultades mentales estaban de vuelta y en buen estado después de un intenso tratamiento psiquiátrico. Al igual que los pueblo, el científico social presenta un escrito antes del escrito para pedir a los dioses el favor de la certeza y, al igual que Warburg, presentan el escrito antes del escrito para demostrar que se encuentra en condiciones de investigar. Pero Warburg solicitó que su manuscrito no fuera mostrado a nadie y los pueblo saben que sus peticiones pueden no ser escuchadas.

 

 

Dos. Los comienzos imposibles

 

Sobre cultura femenina es el trabajo con el cual Rosario Castellanos obtuvo el grado de maestría. Tenía 25 años cuando terminó de escribirlo (es ya un lugar común decir que el texto se elaboró en los mismos días en que Simone de Beauvoir redactaba El segundo sexo). Uno de los capítulos de la tesis de Castellanos se llama “intermedio a propósito del método”. En él apunta:

Lo que yo quiero es intentar una justificación de estas pocas, excepcionales mujeres, comprenderlas, averiguar por qué se separaron del resto del rebaño e invadieron un terreno prohibido y, más que ninguna otra cosa, qué las hizo dirigirse a la realización de esta hazaña, de dónde extrajeron la fuerza para modificar sus condiciones naturales y convertirse en seres aptos para labores que, por lo menos, no les son habituales (Castellanos mil novecientos cincuenta: treinta y tres).

 

En el párrafo que sigue se lee:

[A]hora que ya sé cual es la meta debo empezar a escoger el camino para alcanzarla. La lógica pone a mi disposición diversas vías a las que denomina método. Vías lógicas como era de temerse [...] No sólo mi mente femenina se siente por completo fuera de su centro cuando trato de hacerla funcionar de acuerdo con ciertas normas inventadas, practicadas por hombres [...] ¿Pero hay un modo de pensar específico de nosotras? [...] Los más venerables autores afirman que una intuición directa, oscura, inexplicable y, generalmente, acertada. Pues bien, me dejaré guiar por mi intuición.

 

El trabajo fue aprobado por unanimidad y años después el Fondo de Cultura Económica lo rescataría para su publicación. Los ejemplares aún habitan varias librerías.

En el primer volumen de Memoria del fuego Eduardo Galeano escribe: “ojalá Memoria del fuego pueda ayudar a devolver a la historia el aliento, la libertad y la palabra [...] Yo no quise escribir una obra objetiva. Ni quise ni podría. Nada tiene de neutral este relato de la historia [...] Sin embargo, cada fragmento de este vasto mosaico se apoya sobre una sólida base documental. Cuanto aquí cuento ha ocurrido, aunque yo lo cuento a mi modo y manera” (dos mil dieciséis: décimo quinta y décimo sexta).

La tesis de Castellanos tiene el intento por objetivo, la intuición por método. Galeano no oculta el deseo que lo llevó investigar ni la no objetividad de su trabajo. Ambos se asumen falibles, humanos: “El mundo desgraciadamente es real; yo desgraciadamente soy Borges”, decía el argentino. Para la noción objetivista de las ciencias sociales estas cualidades no son bienvenidas, por eso las manda esconder detrás de una ilusión de certeza, seguridad y certidumbre, por eso hace pasar por objetividad el uso ostentoso e ilegible del lenguaje.

En 2004 las antropólogas Veena Das y Deborah Poole publicaron un libro que se convirtió en un referente: Anthropology in the Margins of the State. En la introducción, las profesoras mencionan que su publicación “trata acerca de los márgenes, aquellos lugares desde donde intentamos comprender el estudio válido del estado en antropología” (p. diecinueve). Después añaden: “Una antropología de los márgenes ofrece una perspectiva única para comprender al estado [...] porque sugiere que dichos márgenes son supuestos necesarios del estado, de la misma forma que la excepción es a la regla” (p. veinte). Y poco después: “un sentido de margen que empleamos aquí no tanto como sitio que queda por fuera del estado sino más bien como ríos que fluyen al interior y a través de su cuerpo” (p. veintinueve). Y más adelante: “no significa que consideremos todos los tipos de márgenes, de alguna manera, homogéneos [...] Por el contrario, tomamos el carácter indeterminado de los márgenes para quebrantar y abrir la solidez generalmente atribuida al estado” (p. treinta y cinco). Aunque en alguna parte aclaran: “no partíamos del supuesto de que todos compartíamos la misma noción de margen” (p. veinticuatro).

Luego de 27 páginas de divagar por varias e indeterminadas ideas de márgenes, quizá valga la pena preguntar: si el libro cuenta con muchas nociones de márgenes, ¿por qué afirman las profesoras que la antropología de los márgenes ofrece una perspectiva única? Reaparece el fantasma de la aritmética. ¿No resultaba más honesto decir que el libro recopila trabajos diferentes, con métodos diferentes, de autores diferentes que coincidieron en el mismo seminario “avanzado” de una universidad de Nuevo México? ¿Es toda esa verborrea metodología?

En una tesis de doctorado en antropología, la sustentante inicia señalando:

en este trabajo analizo cómo distintos agentes al interior de la Suprema Corte de Justicia (en adelante SCJN o “la Corte”), como parte y expresión del campo jurídico y un tipo especial de institución burocrática, vernacularizan el derecho internacional de los derechos humanos [DIDH] a partir de las prácticas, relaciones, esquemas de pensamiento, formas autorizadas de ser y hacer en un tribunal constitucional, esto es, desde la cultura jurídica interna de la SCJN que se materializa en sus dinámicas cotidianas.

 

Como metodología la autora presenta una “etnografía de la cotidianidad de la SCJN”. Doscientos cuarenta y tantas páginas después concluye, entre otros aspectos, que “1) los procesos de vernacularización del DIDH dentro de una burocracia judicial se rigen por las reglas del campo jurídico y su cultura jurídica interna” y “2) las economías de la vernacularización se constituyen como causa de la pluralidad de procesos de vernacularización”. Y añade: “Estos hallazgos [...] son la principal contribución de este estudio etnográfico a las discusiones sobre verncularización de los derechos humanos”.

Obviando el empeño por subordinar oraciones y repetir palabras, asombra la certidumbre de la investigación: concluye lo que desde el inicio afirma. Si método es camino, la investigadora –llevada por la etnografía de la cotidianidad– llegó al punto de partida. Tal vez partió y volvió, quizá caminó en círculos, a lo mejor ni se movió. “En vano fatigué mis pasos”, diría Borges y cualquiera que leyera la tesis. Las incertidumbres se disimulan detrás de una aparente solidez y de un lenguaje vacuo.

Sin embargo, otras formas de redactar se tildan de líricas o de no académicas. ¿Qué define al género académico?, ¿quiénes son los aduaneros de sus fronteras?, ¿el estilo de escribir anula la metodología?

En Azul de Prusia Benjamín Labatut urde una insospechada red de coincidencias, azares, personajes y eventos históricos que explica que sin el descubrimiento del primer pigmento sintético moderno –el azul de Prusia– no se entiende el descubrimiento del cianuro ni el uso que de él hicieron los nazis, ya para masacrar multitudes en los campos de concentración, ya para suicidarse al saberse derrotados. El de Labatut sería un texto impensable para la academia. Se condena desde su inicio: “Durante un examen médico realizado en los meses previos a los juicios de Núremberg, los doctores notaron que las uñas de las manos y los pies de Hermann Göring estaban teñidas de un rojo furioso. Pensaron –equivocadamente– que el color se debía a su adicción a la dihidrocodeína, un analgésico del que tomaba más de cien pastillas al día”. ¿Cuál es el objetivo?, ¿cuál la hipótesis?, ¿cuáles los apartados que componen el texto?, ¿su anclaje teórico?, ¿y el método? Las expectativas se desestabilizan. A pesar de todo, hay método detrás del trabajo de Labatut.

¿Con qué afán las ciencias sociales construyeron muros de lenguaje alrededor del supuesto género académico?, ¿qué deseos, miedos e inseguridades intentan proteger u ocultar detrás de ellos? ¿Negaron la lírica (o lo que consideran lírica) para alcanzar el rigor de la física social que anhelaba Comte? (Ferraris dos mil cinco: ciento veinte). En alguna ocasión Einstein dijo que había aprendido más de Dostoievski que de cualquier otro científico.

¿Fue poco rigurosa o poco metodológica la elaboración de Mujer que sabe latín... porque Castellanos no incluyó explícitamente el objetivo de su trabajo en las primeras páginas? Por el contrario, habría sido una pena que así hubiera ocurrido. Esa falsa rigurosidad habría hecho desaparecer líneas como las siguientes:

A lo largo de la historia (la historia es el archivo de los hechos cumplidos por el hombre, y todo lo que queda fuera de él pertenece al reino de la conjetura, de la fábula, de la leyenda, de la mentira) la mujer ha sido, más que un fenómeno de la naturaleza, más que un componente de la sociedad, más que una criatura humana, un mito. Simone de Beauvoir afirma que el mito implica siempre un sujeto que proyecta sus esperanzas y sus temores hacia el cielo de lo trascendente.

 

El galimatías como tradición y estándar metodológico de las ciencias sociales hace pensar en el Pierre Menard de Borges. Ese personaje que pretende reescribir, letra por letra, ciertos capítulos de el Quijote sin que la empresa sea una llana transcripción. Y es que el mérito de su trabajo consiste en volver a escribir el Quijote pero en un tiempo diferente al de Cervantes. “Mi propósito es meramente asombroso” escribe Menard a Borges en el relato que ironiza sobre los ceremoniales del conocimiento. Y Borges agrega:

El método inicial que imaginó era relativamente sencillo. Conocer bien el español, recuperar la fe católica, guerrear contra los moros o contra el turco, olvidar la historia de Europa entre los años de 1602 y de 1918, ser Miguel de Cervantes. Pierre Menard estudió ese procedimiento (sé que logró un manejo bastante fiel del español del siglo diecisiete) pero lo descartó por fácil [...] “Mi empresa no es difícil, esencialmente” leo en otro lugar de la carta. “Me bastaría ser inmortal para llevarla a cabo.”

 

Charles Hale, Veena Das y Deborah Poole están más cerca de el autor del Quijote de lo que imaginan.

 

 

Tres. El canon metropolitano

 

Si los ritos del lenguaje alrededor de la metodología arruinan la experiencia lectora, ¿qué necesidad hay de hacer padecer a quienes a estas ciencias se acercan? La física social podría hacer préstamos de lo literario (seguramente existirían muchos más libros malos pero también muchos más libros buenos).

Nelly Richards (mil novecientos noventa y siete) repara en esta crisis de lo literario, y pregunta qué pasará cuando la palabra sufra una desintensificación del sentido para volverse nada más una moneda de intercambio práctico. La interrogante, dice, recae sobre la dimensión imaginativa del texto crítico –y, ¿por qué no?, de las tesis de posgrado–, que se encuentra seriamente amenazada por una desapasionada lengua que borra cualquier placer del texto (p. trescientos cincuenta y ocho). Entre otros aspectos Richards señala el peso que la variante utilitaria del paper tiene en el fenómeno: “esta reducción funcionaria ha sacrificado la espesura retórica y figurativa del lenguaje de la «teoría como escritura» –que piensa sobre cómo se dice– a favor de la planitud técnico-informativa” (p. trescientos cincuenta y siete).

¿Quién establece estas reglas? Nelly Richards apunta hacia la academia metropolitana, aquella que se da en los centros de poder, esa “cuya serie coordinada de programas de estudio, líneas editoriales y sistemas de becas fija y sanciona tanto la vigencia teórica como la remunerabilidad de las investigaciones de acuerdo a valores de exportación” (p. trescientos cuarenta y ocho). Entonces todo este recubrimiento verbal que implementa la academia en la periferia se lleva a cabo para crear una apariencia de objetividad ante otro, que pone las reglas, los temas, las teorías y los recursos. ¿Hay objetividad hay detrás de estas prácticas?

Proponer rechazar esas condiciones sería caer en una respuesta retórica. Sería también desconocer que hay en su implementación relaciones de poder involucradas. No por nada esas reglas están ahí y existen (como los análisis académicos que estudia Hale). Por eso desde la periferia –o eso que ahora llaman el sur global– quizás toque profundizar en aprender y enseñar a discernir cuándo se trabaja para cumplir los cánones y cuándo los pasos se dan por el mero deseo de caminar y de compartir el camino. Y hacer de eso nuestro método.


Gibrán Domínguez




 

 


Fuentes consultadas

 

Aragón Andrade Orlando, El derecho en insurrección. Hacia una antropología jurídica militante desde la experiencia de Cherán, México, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2019.

Castellanos Rosario, “Sobre cultura femenina”, tesis de maestría, UNAM, 1950.

Castellanos Rosario, Mujer que sabe latín..., México: Fondo de Cultura Económica, 2003.

Ferraris Maurizio, Historia de la hermenéutica, México: siglo xxi editores, 2005.

Galeano Eduardo, Memoria del fuego. I. Los nacimientos, México: siglo xxi editores, 2016.

Habermas Jürgen, Facticidad y validez. Sobre el derecho y el estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso, Madrid: Trotta, 2010.

Hale Charles R., “¿Puede el multiculturalismo ser una amenaza? Gobernanza, derechos culturales y política de la identidad en Guatemala?”, en María Lagos y Pamela Calla (comp.), Cuadernos de futuro no. 23. Antropología del estado: dominación y prácticas contestatarias en América Latina (2007): 287-341.  

Labatut Benjamín, Un verdor terrible, Edición en formato digital, Barcelona: Editorial Anagrama, 2020.

Prigogine Ilya, El fin de las certidumbres, Madrid: Taurus, 1997.

Richards Nelly, “Intersectando Latinoamérica con el Latinoamericanismo: saberes académicos, práctica teórica y crítica cultural”, Revista Iberoamericana, Vol XIII, Núm, 180 (1997): 345-361.

Warburg Aby, El ritual de la serpiente, epílogo de Ulrich Raulff, México: Editorial Sexto Piso, 2004.






 



[1] “Most existing analysis assumes...” se lee en el original en inglés. Hale, Charles R. “Does Multiculturalism Menace? Governance, Cultural Rights and the Politics of Identity in Guatemala.” Journal of Latin American Studies 34, no. 3 (2002): 485–524. http://www.jstor.org/stable/3875459.

23 febrero, 2022

Río Subterráneo

 ”Sergio decía: ‘Quiero encontrar una cosa tersa, armónica, por donde se deslice mi alma. No estos picos, estas heridas inútiles, este caer y levantar, más alto, más bajo, chueco, casi inmóvil y vertiginoso. ¿Te das cuenta? Siento que me caigo, que me tiran, por dentro, ¿entiendes?, me tiran de mí mismo y cuando voy cayendo no puedo respirar y grito, y no sé y siento que me acuchillan, con un cuchillo verdadero, aquí. Lo llevo clavado, y caigo y quedo inmóvil, sigo cayendo, a ningún lugar, a nada. Lo peor es que no sé por qué sufro, por quién, qué hice para tener este gran remordimiento, que no es de algo que yo haya podido hacer, sino de otra cosa, y a veces me parece que lo voy a alcanzar, alcanzar a saber, a comprender por qué sufro de esta manera atroz, y cuando me empino y voy a alcanzar, y el pecho se me distiende, otra vez el golpe, la herida y vuelvo a caer, a caer. Esto se llama la angustia estoy seguro’. 

”¿Qué tiene que ver esto con la melancolía? Yo puedo entenderlo, sentir en mí la angustia de mi hermano cuando habla de la caída y sus dedos se enfrían de golpe y se quedan pegados a los míos con un sudor de agonía idéntico al sudor de mi madre aquella tarde en que le enjugué la frente y ya no lo sintió. Si la angustia y el remordimiento gratuito son la locura, todo es demasiado fácil y resulta monstruosamente injusto que Sergio sufra tanto por nada. La locura sería entonces no más que un desajuste, una tontería, una pequeña desviación de camino, apenas perceptible, porque no conduce a ninguna parte; algo así como una rápida mirada de soslayo. 


Inés Arredondo, Río subterráneo (fragmento).





04 abril, 2021

La necesidad del abismo


  

… y yo necesitaba ser el fruto

que se pudre y cae.

Necesitaba del abismo.

 

Clarice Lispector

 

I


Monterrey, Nuevo León.

Mariana prepara una maleta encima una mesa o algún otro mueble. Sobre la ropa sin empacar, un par de hojas de papel dobladas. Con una de ellas practica la pronunciación de algunas palabras en alemán.

 

Mariana: Guten morgen. ¡No! Gu-ten Mor-guen. Sin ver. Gute nacht. ¡Tampoco! Guu-te Najt. Auf wie-der-se-hen. Mierda. Mejor otra. Danke… ¡bien, Marianita, bien!


Suena el celular.

 

¿Dónde estás?... ¿cómo que en la puerta?, ¿y por qué no tocas el timbre? … El 104. Ahora voy. Deja abro.

Entra Lucía


Mariana: ¿Por qué no llamas al timbre como la gente normal?

Lucía: Porque aún no sé cuál es el número de tu casa. El del anterior departamento me lo sabía de memoria. Pero a ver, ¿por qué no abres cuando te llamo por teléfono para decirte que ya llegué?

Mariana: Bueno, ya entraste.

Lucía: Aquí lo tienes. Tuve que limpiar el marco y el cristal. Estaban algo empolvados.

Mariana: Mil gracias, en serio. Te quiero, amiga. 

Lucía: No hay de qué. Después de todo El Verguis ha vuelto a su dueña original.

Mariana: ¿Cómo dices?

Lucía: Así lo llamé. El Verguis o el Conejo con Riata.

Mariana: ¡Más respeto!, que es un Toledo

Lucía: Pero si es un conejo con una…

Mariana: ¡Oye!

Lucía:…bien acá. Bueno, ya, cambiando de tema, ¿cómo vas?

Mariana: No me decido qué llevar ni qué dejar. Seguro que allá hace frío. 

Lucía: ¿Y ese papel?

Mariana: Practico el alemán.

Lucía: Mariana, no mames. Nunca lo has estudiado. Dudo que puedas aprenderlo en dos días y menos con papelitos… a ver, ¿cómo se dice buenos días?

Mariana: Guten morgen, ¡morguen!

Lucía: ¿Perro?

Mariana: Hunt.

Lucía: ¿Abuela?

Mariana: ¡Oma!

Lucía: ¿Un cartón de cervezas?

Mariana: Ein Karto-ffen… ¿No, verdad?

Lucía: Te vas a morir de sed y de hambre, pinche Mariana. No. No es para tanto. No es para que te agüites. Amiga, allí estará Roberto para traducirte y darte de comer. Eso espero. Además, todos en Alemania hablan inglés. 

Mariana:¿Tu crees que la estoy cagando?

Lucía: Mira, ya lo decidiste. Te aseguro que pasarás uno de tus mejores años allá.

Mariana: Estaré un año y tres meses.

Lucía: Te aseguro que pasarás uno de tus mejores un año y tres meses allá. Y con el jefe que tiene Roberto, uy, conocerás gente bien interesante. Mira cuánto felicitaron aquí a Roberto nomás por colgarle unos cuadros al güero en el museo de aquí. 

Mariana: Roberto fue el encargado de toda la curaduría.

Lucía: Pues es lo que te digo. Qué manera de clavar clavos. Oye, ¿el jefe de Roberto no es el de la pieza esa, la de los lentes oscuros olvidados en el piso que se hizo famosísima?

Mariana: Sí, es él. Nada más por eso, ahora esos lentes cuestan una fortuna (pausa). Lucía, gracias por traer el cuadro. Yo sé que cuando te lo dí,  dije que era tuyo y…

Lucía: No pasa nada. Te conozco, Mariana. Sabía que me lo dabas para guardarlo nada más. Porque no soportabas verlo, aunque hayas dicho algo distinto.

Mariana: Entonces no quería saber nada que tuviera que ver con Roberto. Me mudé.

Lucía: Mariana, a ver. Eso ya pasó. En dos días te vas del país. Es una nueva etapa con él.

Mariana: Tienes razón. 

Lucía: Obviamente.

Mariana: Quiero decir que lo que ya fue, ya fue. 

Lucía: No lo pude haber dicho mejor.

Mariana: Debo de acabar de hacer la maleta. Me dijo Roberto que viajara con pocas cosas, y que no olvidara el cuadro.

Lucía: Si te dijo que poco equipaje, ¿para qué llevar el cuadro? Un año y tres meses no es tanto.

Mariana: Por si acaso. Por si no nos alcanzara el dinero. Por si hay alguna complicación, podríamos venderlo.

Lucía: No te prestó el dinero tu papá, ¿verdad?

Mariana: …no.

Lucía: Mariana, no quería, pero tengo que decirte algo.

Mariana: ¿Tiene que ver con Ana, verdad?

Lucía: Sí… No… No mucho. A los pocos días que me diste el cuadro, logré venderlo. Creí que era lo mejor. Ese día te escuché tan seria al decirme que no querías ver la obra que según tú fue testiga de la infidelidad de Roberto, y la vendí. Traté de buscarte para darte el dinero.

Mariana: ¿Entonces este de aquí no es el?

Lucía: Sí, es el conejo con… Tuve que pagar tres mil pesos más del precio que lo vendí para que me lo devolvieran. Ahora tú me sales con que lo quieres para malbaratarlo.

Mariana: No tenía idea. ¿Desde entonces no nos veíamos?

Lucía:  Te llamé para ayudarte con la mudanza y me dijiste que no era necesario.

Mariana: Me ayudó mi papá

Lucía: ... 

Mariana: Me ayudó Roberto. Platicamos durante horas, me contó de sus planes. Me pidió que me fuera con él. ¡Al fin me estaba incluyendo en sus proyectos! Cuando se fue, me dejó una nota. Mira.

Lucía: “Has cruzado la frontera de mi vida, de mi ciudad, de mi calle. Ya solo queda mi puerta. ¿Debo recordarte mi dirección?”. ¿Que esto no salió en una película?

Mariana: Tal vez. Pero él es pintor, no poeta. Con eso me basta. Lo dijiste tú: se trata de una nueva etapa (pausa). ¿Sabes? A veces me dan ganas de encontrarme con Ana, ésa; nomás para contarle que me voy a vivir con Roberto, que Europa no es para todas.

Lucía: Ésa está en Europa.

Mariana: ¿Qué dices?

Lucía: En Suiza, con su novio en turno.

Mariana: ¿Cómo sabes?

Lucía: Uhm… Después de Roberto, Ana se fijó en mi hermano. Lo dejó hecho mierda.

Mariana: ¿Sabes en qué ciudad?

Lucía: No.

Mariana: ¿Tu hermano lo sabe?

Lucía: No lo sé. ¿Qué haces?

Mariana: Llamándole.

Lucía: ¿A Ana?

Mariana: A tu hermano. ¿Bueno?, ¿Pablo? Bien, gracias. ¿Tú? (pausa). Ya sé, pinche vieja. Oye, te llamo para… no… Pablo, te paso a tu hermana.

Lucía: Enano, necesitamos saber adónde se fue a vivir la puta de Ana. Sé que no quieres hablar de ella pero… a ver… ¿Te calmas, sí?... Sí, a Suiza, con el rubio, alto, mamado, de ojos azules, pero ¿a qué ciudad? ¿Cómo?... No te entiendo un carajo. Pablo… ¡Pablo! Si no dejas de llorar, no puedo entenderte… respira… así… bien, ahora sí, dime. Gracias. Bye. Te lo dije, está hecho mierda.

Mariana: ¿Qué te dijo?

Lucía: Zurich.

Mariana: ¡No mames! ¡No mames!

Lucía: ¿Qué?... ¡Ya dilo!

Mariana: Roberto va una vez por semana a Zurich. Su jefe tiene una galería allí.

Lucía: ¿No vive en Alemania?

Mariana: En Stuttgart, está cerquísima. Es como de aquí a Saltillo… o a Torreón, a lo mucho.

Lucía:  ¿Y a eso le llaman un país?

Mariana: ¿No te das cuenta?

Lucía: ¿Darme cuenta yo? A mí me queda clarísimo. ¿Tú te das cuenta?

Mariana: Yo. Yo… Me dijo que me quería en sus planes.

Lucía: Un plan compartido, según veo. Mariana, no tomes el vuelo.

Mariana: Pero el año y tres meses.

Lucía: Dile a Roberto que puede descolgar toda su curaduría, hacerla un rollito y metérsela por donde…

Mariana: ¿Y dejarle el camino libre a Ana?

Lucía: No. No te das cuenta. Definitivo.

Mariana: Lucía, Lucha, eres mi amiga, apóyame.

Lucía: ¿Apoyarte? Mariana, no mames. El cabrón quiere todo: a ti, a Ana y al… Toledo.

Mariana: Yo lo quiero a él.

Lucía: Ahora sí que la estás cagando.

Mariana: Tengo una idea… Ven conmigo.

Lucía:¿Adónde?

Mariana: A Alemania. Vendemos el cuadro para pagar tu boleto.

Lucía: De ningún modo.

Mariana: Lucía, es la única manera que tengo para saber la verdad. Mira. Si no se está viendo con Ana, le digo a Roberto que le dejé el cuadro a mi papá en garantía del dinero que me prestó. 

Lucía: Pero si no te prestó ni un quinto…

Mariana: Shhhh… Si se está viendo con ella…

Lucía: Suponiendo, claro, que “sólo se estén viendo”.

Mariana: …Si se están viendo… o algo más, pues entonces no me tendrá ni a mí ni al Toledo. Piénsalo, será como una venganza involuntaria. 

Lucía: ¿Y dónde entro yo en todo este plan?

Mariana: Necesito que estés ahí, por cualquier cosa que resulte… Anda, vamos.

 

II

 

De madrugada. Lucía y Mariana esperan sentadas en un par de bancas de una estación de tren. Visten muy abrigadas, junto a unas maletas pequeñas. Lucía lleva una mano vendada, Mariana, unas gafas oscuras ocultas en su bolsillo.

 

Lucía: Qué pinche frío. La verdad que no entiendo cómo Heidi decía ser tan feliz. 

Mariana: Jaidi. Se dice Jaidi.

Lucía: ¿Estás segura que vendrá por nosotras?

Mariana: Sí, fue lo que dijo.

Lucía: ... ¿También lo del hospedaje?

Mariana: Ya está bueno ¿no? Te expliqué en el camino que no tuve la culpa. Escuché bien, te lo probé… aunque, sí, hubo una confusión.

Lucía: Te lo advertí.

Mariana: ¡Roberto dijo que me quería en su proyecto de vida!… ¿Cómo iba yo a saber que consistía en vivir un triángulo amoroso con su jefe?... Un cuarteto, si tu aceptabas…

Lucía: ¡Qué asco, Mariana! ¿Neta? ¿No sospechaste nada? Digo, el conejo como testigo… 

Mariana: Un amigo me contó que en Ámsterdam los policías meten al bote a quienes se roban una bicicleta. Que incluso los ladrones prefieren tirar al río las bicicletas para que la policía las devuelva a los dueño.

Lucía: ¿Y qué sentido tiene robárselas, entonces?

Mariana:No sé. Para trasladarse nomás durante el tramo en que la necesiten, supongo. Cosas de primer mundo.

Lucía: Pues un amigo me contó que en Matehuala llevan usando la bicicleta toda la pinche vida, y nadie nunca les ha hecho fiesta como a Ámsterdam.

Mariana: ¡Te llevan al bote por una bicicleta!

Lucía: Ajá.

Mariana: Y nosotras nos robamos un cuadro del novio, digo, del jefe de Roberto. Debe costar un dineral.

Lucía: Uhm… Te diré. Apenas nos alcanzó para comprar los boletos del tren. Y aquí estamos, sin un quinto.

Mariana: ¡Pero la policía!

Lucía: Eso es en Ámsterdam, en Bélgica.

Mariana:  EnHolanda.

Lucía: También allí. Es el primer mundo. Aquí en Suiza están más jodidos.

Mariana: Nunca he estado en un cárcel europea.

Lucía: Mariana, nunca habías estado en Europa. 

Le suelta un golpe en su mano.

¡Ay!

Mariana: Perdón, perdóname. ¿Cómo sigue?

Lucía: Menos hinchada. El frío ayuda.

Mariana: (Sonríe) ¡Qué buen madrazo! ¿Quién te enseñó a golpear así?

Lucía: Pablo.

Mariana: Quién lo diría, tan chillón.

Lucía: Te confieso que éste ha sido el mejor putazo que he dado. Directito a la mandíbula. ¿Viste cómo cayó?

Mariana: No, cerré los ojos. Sólo escuché el sonido hueco del cuerpo en la duela. Cuando caí en cuenta, me encontré corriendo en la calle, junto a ti, huyendo.

Lucía: Ya tienes qué contarle a tus nietos: mi mejor amiga se madreó a mi novio.

Mariana: No es mi novio. Oye, entiendo el golpe, pero ¿robarte un cuadro?

Lucía: ¡Magia!

Mariana:  Ya, en serio.

Lucía: Ro-bar-nos, robarnos un cuadro. Estuviste de acuerdo. 

Mariana: No dije nada.

Lucía: Quien calla otorga. (Pausa) Me cegó el coraje. Se atrevió a reclamarte el Toledo. Lo que te hizo, lo que le hizo a Ana.

Mariana: Chantajearla para incluirla en su exposición de artistas jóvenes.

Lucía: No sé, el golpe no me bastaba, quise golpear al otro, pero lo noté tan asustado. Entonces vi la pintura que colgaba detrás de él, sin pensarlo la tomé, como una forma venganza. ¿Cuánto costará en realidad?

Mariana: ¿Estás calculando los años que nos darán de cárcel?

Lucía: Y míranos. Ahora estamos aquí, cagándonos de frío y esperando a la golfa de Ana. ¿Por qué le llamaste?

Mariana: ¿Qué querías que hiciera? Acabábamos de llegar a la estación, eran los últimos trenes, somos ladronas de arte, nos persigue la policía alemana, no conocemos a nadie más. 

Lucía:  Y sin dinero.

Mariana: Ana dijo que su novio podría escondernos en su taller. También le hice ver que nos debía una. Por Pablo... ¿La cagué, verdad? 

Lucía: Eso parece.

Mariana: ¡Ese es mi súperpoder: cagarla todas las veces! Yo sólo deseaba una oportunidad de estar con él, que mi cuerpo fuera ese detalle en su mirada. Me equivoqué en todo.

Lucía: Qué más da ahora. Nada cambia las cosas. Nos equivocamos en todo. Tú, yo… Ni tanto, eh. Zurich no está tan lejos de Stuttgart. Nos consta. Se hace un poquito más que a Saltillo, pero menos que a Torreón, aunque aquí no vendan champurrado.

Mariana: Mira, ya llegó. Te lo dije. Viene con el rubio de ojos claros..

Lucía: Sí está mamado. Espera, Mariana, ¿estás segura? Podríamos buscar otra opción.

Mariana: ¿Golpeamos al vato y le robamos el coche?

Lucía: Thelma y Louise tercermundistas. No lo creo. 

Mariana: Lucía.

Lucía: ¿Qué quieres?

Mariana: Somos un poco de arrojo,[1]¿no te parece?

Lucía: ¿Qué dices?

Mariana se coloca las gafas oscuras.

Mariana: Nada.

 

FIN


Gibrán Domínguez



[1]Éste de aquí es un verso de Oscar Cid de León.